El contagio

Empezaré pidiendo excusas a un improbable lector más fiel o de mejor memoria que otros: lo que voy a decir a continuación lo he escrito media docena de veces. Pero ¿qué culpa tengo yo de que vivamos una situación política que se repite más que los pimientos del piquillo… aunque es mucho menos sabrosa?

Cuando a Voltaire le reprochaban volver una y otra vez sobre lo mismo, él respondía: “Me repetiré hasta que me entiendan”. Yo ni siquiera pretendo ser tan complejo o profundo que deba insistir mucho en mis ideas para ser comprendido. Me repito sencillamente para que no se olvide la relevancia de lo obvio, por aburrido que sea, en la falsa novedad de lo cotidiano. Y aunque fuera realmente novedad, tampoco tendría que ser automáticamente “novedad para mejor”, es decir: progreso. Cada vez que oigo hablar en ayuntamientos o diputaciones de “gobiernos de cambio” y veo a las pájaros pretenden constituirlos, recuerdo el sabio dictamen del agudo Odo Marquard: “El prejuicio más fácil de cultivar, el más impermeable, el más apabullante, el prejuicio de uso múltiple, la suma de todos los prejuicios, es el que afirma: todo cambio lleva con certeza a la Salvación y cuanto más cambio haya mejor”. De modo que vamos a repetirnos.

Para mí, que estoy convencido de la superioridad política y hasta ética de España como estado de derecho pluralista pero igualitario frente a la fragmentación asimétrica de los separatismos más o menos explícitos, lo políticamente preocupante no es el nacionalismo de los nacionalistas. Si los nacionalistas piensan como piensan y pretenden por medios legales sacar adelante su proyecto, están en su perfecto derecho. Quienes tenemos ideas opuestas a las suyas haremos lo posible por rebatirles y defender mejores opciones, pero no podemos realmente inquietarnos por sus inequívocos y legítimos planteamientos. No, lo que me perturba no es el nacionalismo de los nacionalistas…sino el nacionalismo de los no nacionalistas. Es decir, el nacionalismo sobrevenido, el que no se atreve a decir en voz alta su nombre (al contrario, lo niega con indignación: “¿Nacionalista yo? Eso no me lo dice usted en la calle…”), el nacionalismo implícito de los que han llegado a la conclusión de que halagar el localismo de la gente y prometerles privilegios que los demás no tendrán (o sublevarles contra los que supuestamente tienen en el vecino) es una cómoda fuente de votos para conseguir un espacio de mando, por pequeño que sea. Los nacionalistas convictos y confesos -con mensaje nefasto y simplón, “de fuera vendrán y lo tuyo te quitarán”, les ha dado tan excelente resultado- han dado paso a un fenómeno más amplio, lo que Carlos Gorriarán llama “la regionalitis”. Todo el mundo quiere ser cabeza de ratón y rechazan con desprecio la cola del león…y al león mismo

Este verano hemos tenido varias pruebas de que la regionalitis va en aumento. Un caso evidente ha sido el culebrón autonómico en Navarra. El PSN, a pesar de sus insuficientes resultados electorales, aspiraba a presidir la comunidad apoyado en una coalición nacionalista, de un modo no muy distinto a como el propio Zapatero ha consolidado su mandato en el conjunto de España. La ciudadanía Navarra, a pesar de que ha vuelto a votar mucho más a UPN que a cualquier otro partido, mostraba según los interesados arúspices señales de desear “un cambio” y de que se llegara a un gobierno de “progreso”. “Cambio” y “progreso” no pueden significar, naturalmente, más que aumento de la influencia nacionalista y la “regionalitis” que sigue sus pasos. ¡Ah, pero en Ferraz han pensado otra cosa, porque allí hay gente interesada en las próximas elecciones generales, dónde el nacionalismo fragmentador quizá no vaya a ser tan rentable como antaño! De modo que la proyectada alianza se ha frustrado sin demasiadas explicaciones (más bien sin ninguna) y ahí ha sido el llanto, el crujir de dientes de quienes vuelven a verse sin poltrona y los amagos de rebelión.

El problema estriba, precisamente, en la ausencia de explicaciones claras y públicas a los votantes, que tienen derecho a saber si votan a un partido de ámbito estatal y con una concepción igualitaria en todo el país o a un grupo de competidores por el caciquismo regional. Para aclarar ese punto, hubiera sido muy instructivo aclarar las discrepancias socialistas con NaBai. Los partidarios de la alianza con este frente nacionalista señalan el mérito de que condena la violencia e indican que dejarles fuera del gobierno es una mala recompensa a esta elogiable actitud. En efecto, que Zabaleta y otros de su grupo condenen el terrorismo etarra está muy bien pero en modo alguno es un favor que nos hacen a los demás y por el cual merezcan ser premiados: es un favor que se hacen a sí mismos, recuperando la decencia democrática y simplemente humana que nadie que apoye o excuse a los violentos puede enorgullecerse de tener. Además, se encuentran en plano de igualdad con los demás, gestionando los asuntos de su comunidad…¿o es que acaso la oposición no participa también en el gobierno de la cosa pública, aunque no esté en el ejecutivo? Lo que los socialistas (dejémonos ahora de navarros o no navarros, que el partido es estatal) debían haber explicado bien es sus diferencias radicales con el proyecto nacionalista vasco que representa NaBai, por lo que una alianza con ellos era antinatural desde el primer siempre y en cualquier caso pero más en la actual coyuntura, con la renovación de la amenaza de ETA y las revelaciones inequívocas de su voluntad anexionista sobre Navarra, expresadas en todas las mesas y taburetes de negociación con los ilusos que les escuchan. Puede que el señor Úriz y otros afiliados no lo entendieran, pero seguro que los votantes -que son muchísimos más que los afiliados, no lo olvidemos- seguramente sí. La decepción de esos votantes viene de que no se les aclaren las cosas y se den bandazos porque “aquí mando yo”, pero no se cambie el rumbo equivocado del oportunismo aquejado de regionalitis.

Desgraciadamente, el contagio del nacionalismo se extiende por lo visto sin remedio. Cuando el nacionalista Ibarretxe nos asegura muy serio que el futuro político del País Vasco se decidirá sólo en casa y nunca en Madrid ni contando con el resto de España, podemos responderle amablemente: “Que te lo has creído, majo”. Pero…¿qué contestaremos a los socialistas catalanes o a la misma UPN, que quieren tener voz propia -es decir, separada, fraccionaria- en el Congreso de Diputados? ¿Qué le diremos a Gallardón, que aspira a ir al Parlamento nacional para que Madrid, pobre Madrid, tenga también voz propia? ¿Y a la Presidenta Esperanza Aguirre, que nos asegura muerta de risa que en Madrid no se estudiará Educación para la Ciudadanía, aunque sea obligatoria para todo el Estado? Sobre todo, ¿qué les diremos a los niños y adolescentes, a los jóvenes que hoy están siendo educados en la idea estúpida y nociva de que cada diferencia territorial o cultural dentro del país debe ser magnificada, de que el resto del Estado de Derecho al que pertenecen está lleno de enemigos potenciales de su idiosincrasia, de que toda diversidad -¡oh!- es buena y toda unidad -¡ah!- es mala, etc…? Ya es hora de ir buscando una vacuna política y educativa contra esta epidemia que no va a matar a España, no, pero que le va a obligar a vivir siempre enferma para mayor provecho de algunos mangantes.

Fernando Savater (2007)

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