Es un cómico de la lengua, pero sobre todo de la lengua, triperina y afilada. Recientemente, su mordacidad, su ironía y su manera libre de pensar han sido galardonadas con el premio Espasa de Ensayo, por el libro «Adiós Cataluña», unas minimemorias, en clave de crónica de amor y de guerra, en las que Albert Boadella repasa cuarenta años en los que no ha dejado títere con cabeza, empezando por la del cabezudo mayor del reino, o del principado, Jordi Pujol, y siguiendo por las cabezas pensantes de la izquierda más anquilosada y cerril. El director de Els Joglars se despacha a diestra, y también todo a siniestra, con su buen humor habitual y la certidumbre de que «desde hace algún tiempo, he llegado a la conclusión de que quizá hubiera preferido llamarme Pablo Hermoso de Mendoza y nacer en Madrigal de las Altas Torres», como subraya en su libro. Tomen asiento, hay para casi todos.
Amor y guerra, poesía y combate, Boadella está hecho un Garcilaso. «He hecho un libro sobre las dos orientaciones casi obsesivas que han presidido mi vida en los últimos sesenta y cuatro años -explica-. Una es mi auténtica pasión por la mujer, una pasión primero muy asilvestrada y luego ya mitigada por el conocimiento y la penetración en el mundo femenino. Y la otra, que me parece esencial, la lucha constante por defender mi espacio de libertad, lo que ha significado la guerra. Primero, frente a una dictadura, y después con lo que podríamos llamar el feudalismo tribal o la entronización del cateto nacionalista».
Defender como un ciervo en plena berrea ese espacio de libertad ha hecho que Boadella se haya dejado los cuernos, con perdón, en una lucha intensa y a menudo desigual. «Todos los nacionalismos tienen un problema con la libertad, por no decir con la democracia -dice-. Con ellos ocurre como en un régimen totalitario, si uno no se interpone en los principios fundamentales del régimen, y en este caso de la tribu, pues puede vivir muy bien en Cataluña. Ahora bien, si uno se interfiere, las consecuencias son la muerte civil».
Han sido cuatro décadas de encontronazos de los que Boadella ha sido testigo de excepción y hasta de cargo, aunque sea cargo escénico. «Lo peor de estos años de nacionalismo ha sido la destrucción de una sociedad auténticamente liberal y su conversión en una sociedad de funcionarios sumisos y silenciosos, incluso los que no tienen el título de funcionarios». Que el honorable president ostente ahora un apellido tan español como Montilla y esté al frente de un tripartito le hace exclamar a Boadella un significativo y castizo «Dios nos libre de los conversos». Al fin y al cabo, la semilla ya estaba sembrada. «Todos son seguidores del huerto que sembró Pujol. Todos se han empeñado en cuidarlo con esmero y han recogido sus frutos».
La última hazaña casi bélica de la tropa independentista ha sido la quema de fotografías del Rey Don Juan Carlos. Boadella vuelve a poner unos cuantos puntos sobre varias íes. «En una sociedad democrática, que veinticinco o cien chavales jóvenes hagan un desastre no es algo extraño, es como cuando hacen el botellón, casi diría que esto forma parte de una sociedad viva. Pero el auténtico problema es cómo se aprovecha eso y cómo se permite, ése es el problema, la subversión de la ley. Está bien que existan herejes en las sociedades, pero hay una cosa que es el imperio de la ley. Que se permita y que los medios de comunicación catalanes lo encuentren aceptable, aquí está el problema, no en el simple hecho de que lo hagan».
Al final, bueno, al principio, Boadella no nació en Madrigal de las Altas Torres, pero eso no le ha impedido, como a buen hombre de teatro que es, lanzarse al ruedo de la imaginación. «Si hubiera nacido allí mi teatro hubiera sido muy distinto. He perdido un cierto tiempo enredado en litigios provincianos, y supongo que me hubiera sentido más a gusto que en esta sociedad tan paranocia como es la sociedad catalana, paranoica en el sentido de que cree que cuando un madrileño se levanta por la mañana lo primero que piensa es qué putada voy a hacer hoy a los catalanes».
Cuenta Albert Boadella en su libro que Jordi Pujol, de pequeño no quería ser bombero ni Batman, sino «presidente de la Generalitat». Pero Boadella, ¿cuándo se dio cuenta de que iba a ser Boadella para toda la vida? «Cuando hice «La torna», pensé que era algo de justicia, y me encontré con un jaleo impresionante que ni yo tenía previsto. A partir de entonces no me ha tocado más remedio que hacer de Boadella, no podía decepcionar tantas esperanzas como se habían puesto en mí. Tradicionalmente, mi oficio ha sido un oficio transgresor, y esta vertiente de mi oficio me gustó. Es tan legítima como la del glamour».
Por cierto, Boadella no ha aparecido con el legendario cabezudo de Pujol, «que es un auténtico fetiche». Pero las comparaciones, por supuesto, siguen siendo odiosas. «El cabezudo está en nuestro almacén, pero de hecho el que lo representa mejor sigue siendo el de verdad».
ABC (16.10.2007)