Devuelvanme la dignidad

Recluso/CárcelAcabo de recibir un e-mail de Amnistía Internacional en el que se comenta la situación extrema que sufren los detenidos en el infierno de Guantánamo. «La presión física y psicológica es tal…que en los últimos cinco años, fruto de la desesperación, al menos 40 detenidos intentaron suicidarse».

Esa vergüenza para la Humanidad y ese desprecio absoluto por el Derecho que supone Guantánamo, no nos debe hacer olvidar nuestro particular «infierno»: 67.038 presos, 67.038 vidas truncadas, conforman la población reclusa en España (según datos oficiales, a  noviembre de 2.007).

Ello supone que, desde 1.990, el número de presos se ha duplicado; 10 reclusos más al día, 300 más al mes.

España se sitúa como el país de Europa occidental con la mayor «tasa de reclusión», es decir, con más presos por habitante (unos 150 por cada 100.000 habitantes) a pesar de que la «tasa de criminalidad» (infracciones penales por mil habitantes) está por debajo de la de esos mismos países (por poner un ejemplo, en 2.005, si la media de la UE-15 era de 70, en Reino Unido, con la mayor tasa, era de 105,4, y, en España, tan solo, de 49,5).

Andalucía es la región española con un mayor número de presos, con 14.624 internos, seguida de Cataluña (9.321) y Madrid (8.639).

¿Cuáles son las razones que nos conducen por la senda de las cifras, cada vez más cercanas, a las indeseadas de los países anglosajones; los países con las peores tasas de reclusión? ¿Cuál es el perfil del recluso en España?

Las razones tienen su origen, sencillamente, en que estamos importando, desde hace años, en la práctica, lo peor del sistema penitenciario norteamericano. EE. UU. no se limita a vendernos las supuestas excelencias de su visión particular de entender el mundo… sus deportes, sus modas, su fast food, su cine, sus misiles, etc.; también nos traslada su desastroso «modelo penitenciario», basado primordialmente en la utilización preferente de la represión, que, pese a haberse reputado un absoluto fracaso, comporta, entre otras cosas, unos mayores beneficios para sus empresas.

Por poner un ejemplo sencillo, la introducción de las «pulseras electrónicas» en España, con la finalidad de que algunos reclusos potencialmente peligrosos pudieran dormir fuera de la prisión, se hizo con material de segunda mano de una multinacional con sede al otro lado del Atlántico. «Hay algo que chirría en este tema. Al final se da primacía a un mecanismo de control represivo antes que a las medidas reales para integrar a la gente marginal en la sociedad», decía Julián Ríos, profesor de Derecho Penal de la Universidad Pontificia Comillas.

La apuesta por un «modelo represivo» en detrimento de un «modelo integrador», no es difícil concluir a quién beneficia. Desde luego no al recluso ni a sus familias, y, tampoco, a la sociedad en su conjunto. Además, no favorece la reiserción social de las personas condenadas, en flagrante oposición a la orientación exigida en el apartado 2 del artículo 25 de la Constitución de 1.978.

Carles Bosch (director de la película Septiembres, un buen reflejo del mundo de las cárceles españolas) afirmaba en unas declaraciones a EL PAÍS que, tras su largo periplo por algunas de ellas, ha percibido muchas sinrazones del sistema penitenciario, y ha constatado la falta de credibilidad que tiene la política oficial de reinserción entre muchos de los profesionales implicados en el sistema. Y afirmaba que se daría por satisfecho si el filme lograba que «los cagaderos sean individuales, los locutorios mejores, la comida más comestible, las salas de vis a vis tengan toallas…».

En cuanto al «perfil del interno», los estudios nos indican que es varón (92%), español (aunque se observa un progresivo aumento de los extranjeros paralelo a la entrada de emigrantes en nuestro país), de 31-40 años de edad, que ha sufrido fracaso escolar, con poca o sin cualificación laboral y reincidente (la mayoría de los internos entran en una espiral, de la que es muy dificil sustraerse, y ello hace que vuelvan a caer en la delincuencia).

En este punto no sería baladí el tratamiento, en profundidad, de las razones primeras del «fracaso escolar» en la sociedad española y en concreto en las comunidades autónomas con dos lenguas oficiales (como por ejemplo Cataluña; relacionándolo con la imposición de la denonimanda «lengua propia», en este caso del catalán, como «lengua vehicular» en la eseñanza) engarzándolo con el origen de la población reclusa. Es en la edad escolar en la que, normalmente, se origina y por tanto se puede tratar y atajar el problema con mayores probabilidades de éxito, pero, algunos han contribuido a engrandecerlo.

No es el lugar adecuado para tratar en profundidad ésta cuestión, pero, daré, a modo de invitación para la reflexión, tan solo dos datos:

– ¿Por qué no hay cifras oficiales accesibles sobre el % de población reclusa catalanoparlante en las cárceles catalanas? ¿Será porque es, prácticamente, inexistente?

– Según datos de un estudio reciente sobre el tema, «…Los alumnos castellanohablantes sufren una tasa de fracaso escolar más elevada en Cataluña que en el resto de España. En Cataluña, existe una diferencia muy sustancial entre el rendimiento académico de los alumnos castellanohablantes y catalanohablantes. Sus tasas de fracaso escolar son notablemente distintas: 42,62% y 18,58%, respectivamente…».

El hombre de AlcatrazRobert Stroud, el recluso aficionado a los pájaros, el personaje, basado en un hecho real, condenado a cadena perpetua de la película El hombre de Alcatraz (dirigida por Frankenheimer en 1.962, con la interpretación magistral de Burt Lancaster que le valió una merecidísima nominación a los Oscars), al encotrarse frente a frente, después de muchos años, con el director de la prisión, al preguntársele sobre el significado de la reinserción (la rehabilitación), la define así: «es el proceso para devolver la dignidad a la persona».

Efectivamente, es un proceso en el que se delucida devolver la dignidad a aquellas personas que la perdieron, en definitiva, por hechos cuya responsabilidad es compartible de todos. Siempre tendremos, pues, una deuda pendiente con ellas, mientras no les ofrezcamos una segunda oportunidad.

El Estado crea el «crimen» al crear el contexto que lo causa; el «criminal» es un simple instrumento (ya lo apuntaba Mijaíl Bakunin, el teórico anarquista ruso, en el s. XIX, y, lo confirman hoy los expertos más reputados del Derecho penal y penitenciario). Su solución requiere de tiempo y medios. Las urgencias políticas coyunturales y los intereses que de ellas derivan no ayudan a la implementación de un sistema que persiga, en serio, la reiserción del condenado en la sociedad. Pero eso sería motivo para otro artículo.

Mientras tanto, desde una oscura y fría celda, alguién grita, en silencio, por su dignidad perdida.

Antonio F. Ordóñez (21.11.2007)
Tesorero ACP

antonioordonez@alternativaciudadana.es

 

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