La frecuentación de las cosas no permite apreciarlas en toda su dimensión. Así el actual jefe del Gobierno vasco, Juan José Ibarretxe. Diez años tratándole cada día, prácticamente cada hora, en periódicos y otros medios de frecuentación, y no fue hasta ayer, exactamente, que pude apreciarle en toda su dimensión política mediante el procedimiento infalible de repetirme su nombre como el que masca chicle. Ibarretxe.
Una década haciendo política desde la cima institucional del País Vasco. Un fracaso político sucesivo, profundo, inobjetable. Ni siquiera el generoso concierto económico ha permitido mantener algún brote de excelencia en la gestión. Es casi un lugar común la degradación del otrora excelente sistema público de salud, cuya falta de inversiones está abocándole a una privatización encubierta, según denuncia unánime de los sindicatos del sector. El lugar del País Vasco en el Informe Pisa sobre la calidad de la educación es, asimismo, particularmente llamativo: entre las comunidades españolas, Aragón, Navarra, Cantabria, Asturias y Galicia han obtenido mejor puntuación. Hablamos del País Vasco, no se olvide: una comunidad bien financiada, con baja demografía y muy poca inmigración; no es una exageración decir que, evaluado el contexto, sus resultados son los peores de España.
Ibarretxe fue Lizarra; es decir, el intento del nacionalismo vasco de situarse fuera de la ley. Pero sólo sirvió para el rearme de ETA y para abrir dos dedos más la herida de la sociedad vasca. Ibarretxe fue su plan. Aprobado en el Parlamento vasco por una mayoría escuálida, en la que fue decisivo el apoyo de los aliados de los terroristas, y rechazado en bloque por el parlamento español, adonde sólo llegó gracias a los movimientos adolescentes del presidente Zapatero, hoy es despreciado por sus propios compañeros de partido como un molesto artefacto anacrónico y una mera obsesión personal, casi patológica, de su principal dirigente. Ibarretxe es también el nombre que puede prenderse a la pérdida sostenida de apoyo electoral al PNV, a su división interna (con la salida del razonable Imaz), al fracaso de la reunificación con EA (aunque quizá la favorezcan ahora los comunes descalabros) y a la situación de marginalidad política del País Vasco en el conjunto de España, que quizá nunca fue tan nítida como ahora. E Ibarretxe es, naturalmente, la continuidad de los crímenes terroristas, y sólo un poco de retórica ante la siniestra deuda que el nacionalismo tiene aún abierta con las víctimas.
Desde luego parece un convencional ejercicio de cinismo político que algunos miembros del nacionalismo vasco argumenten que Ibarretxe (no su plan, sino el conjunto) es cosa suya. Pero también se comprende su manera elegante de decir que su principal dirigente es ya cosa del puro y romo pasado.
(Coda: Vamos a trabajar, que se nos va a hacer de noche». Latiguillo comúnmente atribuido al presidente del Gobierno vasco.)
El Mundo (19.03.2008)
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