Cuba: ¿cambio y continuidad?

Plaza Vieja, La Habana (Cuba)La reciente decisión de Fidel Castro de no postularse a la presidencia del Consejo de Estado y al cargo de comandante en jefe, considerando las sutilezas de la expresión no postularse, significa, indudablemente, un gesto de hondo alcance, no obstante continúe ejerciendo el cargo de secretario general del PCC, hecho no fortuito que se inscribe en la estrategia que ha venido desarrollando desde su alejamiento involuntario del poder con el objeto de configurar el nuevo modelo de poder que preserve la perennidad del régimen después de su muerte.

Se trata de un sutil y complejo proceso de sucesión a la vez que de transición, destinado, ante todo, a garantizar y a legitimar la continuidad del poder de la elite que produjo el régimen instaurado tras la toma del poder en 1959, durante el medio siglo que lleva en el poder.

Para suplir su presencia avasalladora el Líder Máximo ha designado a su hermano, suerte de doble suyo que hasta ahora había tenido el título de segundo o de vice en todos los puestos del poder supremo ocupados por el primero. Desde febrero, se convirtió en el primero, secundado por el equipo que lo ha acompañado durante el transcurso de toda su carrera, constituido por el primer círculo de la elite, en su mayoría, integrado por altos cargos militares. Se opera una transición institucional mediante la cual una dictadura de corte personal, autocrática, caudillista, monolítica con rasgos feudales, pasa a convertirse en una dictadura de corte similar a las que imperaban en la extinta URSS: el tradicional modelo burocrático inspirado en el leninismo-estalinismo. Castro, que en materia de ejercicio del poder es de una lucidez irreprochable, sabe perfectamente que ni Raúl Castro ni ninguno de los miembros de su equipo gozan de la capacidad de llenar el vacío que dejará su ausencia. La institucionalización del régimen significará el fin del mesianismo que hasta ahora había avasallado todos los estratos del Estado. El PCC, que Fidel Castro mantuvo en una suerte de hibernación (desde hace diez años no celebra su congreso), pasará a desempeñar el papel que, normalmente, se le tiene adjudicado en ese tipo de regímenes. La maquinaria política del partido será la garante de la continuidad del régimen. Del monolitismo dictatorial de Fidel Castro se irá hacia una dictadura ejercida por un equipo: la elite cubana, nacida bajo el castrismo, pasará a ejercer plenamente el poder dando paso a una dictadura ejercida de manera colegiada. Esta será la primera fase de la metamorfosis que experimentará el poder castrista.

Una segunda etapa de su metamorfosis, dadas las particularidades específicas en que emergió el Estado revolucionario cubano, formado en la pedagogía del régimen soviético, su vocación de proyección internacional y su pertenencia al mundo occidental, se orientará hacia un modelo político-económico más cercano al de Vladimir Putin que al modelo chino, como muchos vaticinan. No cabe duda de que conociendo la inclinación de Raúl Castro por la economía (hay quienes afirman que sólo cree en la economía capitalista) y su formación comunista-militar, se sienta interesado por el éxito económico de la China comunista. Pero un Estado no actúa sólo por simpatías, y en el caso cubano entra en consideración el modelo cultural sobre el cual se sustenta su modelo de Estado y de gobierno. Las elites que integran el poder en Cuba – principalmente el estamento militar y los servicios de seguridad y de inteligencia, pilares esenciales del Estado cubano- son producto de la pedagogía soviética. El trasiego de enseñanzas y de técnicas que se operó de la URSS a Cuba ha conformado un verdadero modelo cultural de poder que, gracias a la longevidad del régimen, ha podido sedimentarse y estructurarse de manera sólida. El proyecto universal de instauración del socialismo en el mundo, aunado a la voluntad de Stalin de complementarlo con el nacionalismo ruso, encajó perfectamente en el imaginario político del castrismo, sustentado en el nacionalismo y en la voluntad de expansión.

El futuro régimen cubano no podrá eludir otorgar cierto margen de elasticidad para aplacar por un tiempo el clamor popular, hecho que sabrá sabiamente dosificar a fin de evitar todo desborde que amenace el monopolio del poder y el control de la población, al mismo tiempo que emprenderá medidas que reactivarán la maltrecha economía. Estado de cosas que no disgustará a Washington, cuya mayor preocupación, contrariamente a las apariencias, es la amenaza de una avalancha migratoria de cubanos cansados de esperar hacia las costas de la Florida, por lo que la pervivencia de un tipo de gobierno que garantice el control y el orden en la isla libera a Estados Unidos de semejante peligro.

El de Putin es un régimen que observa el respeto de las normas democráticas hasta donde le sea necesario y no estorbe el monopolio y el control del poder político y económico. Practica sin disimulo el capitalismo más áspero, y trata de reactivar las antiguas alianzas para retomar la influencia internacional de la que gozó el país durante la era soviética.

Cuba es el único país que perteneció al antiguo campo socialista y compartió con Moscú – guardando las proporciones- la práctica de una política expansionista propia, inspirándose directamente en el modelo del expansionismo universalista soviético, dotándose de aparatos especiales para poner por obra un proyecto global en el que la isla lleva empeñada medio siglo. Igual que el régimen de Putin, que se sustenta en antiguos cuadros del KGB, el cubano, eminentemente pretoriano, está integrado por la elite militar, que a su vez controla el Ministerio del Interior, que rodea a Raúl Castro desde los inicios de la toma del poder y tiene entre sus manos el grueso de la economía de la isla. Putin ha sabido despertar el sentido nacionalista ruso y el orgullo nacional herido tras la debacle de la URSS, adoptando una postura beligerante, no sólo ante EE. UU., sino también ante la Unión Europea. La manera como Putin ha ido amarrando las riendas del poder concuerdan, singularmente, con las técnicas de monopolización del poder del castrismo. En lo relativo al desarrollo de una economía capitalista, fuertemente centralizada y dependiente del Estado, administrada por una oligarquía cuya docilidad al poder le garantiza la parte que le corresponde, es el mismo modelo que el edificado también por Raúl Castro, salvo que el hermano mayor le ha impedido desarrollarlo en plenitud. Muchos analistas sostienen que el castrismo ha muerto, que al morir Fidel Castro sucederá lo ocurrido con Franco. que al morir, el franquismo murió con él; de igual manera que ocurrió con otras dictaduras, incluso con la de Hitler. y sin percatarse de que el mero hecho de ser una dictadura no la hace intercambiable con otras. El castrismo es una dictadura con rasgos que ninguna de las mencionadas comparte. Ninguna de ellas intentó exportar su régimen, ni nunca ninguna intentó llevar a cabo dinámicas imperiales. Hitler lo intentó, pero resultó vencido militar y políticamente, ya que los presupuestos de su acción eran antihumanos, moral y éticamente objetables. En cambio el comunismo goza de circunstancias atenuantes, al punto de autoamnistiarse de sus crímenes, pues el sustrato ideológico del comunismo es el bien de la humanidad; es la realización del paraíso en la tierra, y eso le ha permitido hacerse de una virginidad permanente. El castrismo goza además del monopolio simbólico de la lucha antiimperialista, sentimiento exacerbado tras el estallido de la guerra de Iraq. En un reciente editorial, Jean Daniel, director del semanario más vendido de Francia, Le Nouvel Observateur,admitía el carácter dictatorial del régimen cubano, pero afirmaba que se le "debía respeto por haberse desempeñado como pequeño David frente al poderoso Goliat del Norte".Los caminos del nacionalismo son imprevisibles. Por razones históricas, el sentimiento nacional cubano se ha modelado como un sustrato de identidad. Nada que ver, por ejemplo, con la tibieza del venezolano. El régimen cubano ha ido aquilatando influencias a escala planetaria y cuenta con apoyos políticos en Asia, África, América Latina, incluso en Europa. No es casual que la última visita que recibió Fidel Castro antes de anunciar su no postulación al poder fuera la del presidente de Brasil, con el que Cuba concluyó importantes convenios de cooperación. Hoy sabemos que Brasil se dispone a invertir ampliamente en Cuba. En la reflexión que dedicó Fidel Castro a esa visita, este hace hincapié en el papel preponderante que él y Luiz Inácio Lula da Silva han desempeñado en el renacimiento de la izquierda latinoamericana mediante la creación del Foro de São Paulo. Tal vez sea la primera vez que el Líder Máximo comparte con otra persona un gesto histórico que en el relato de sus hazañas es siempre producto de su majestad. Pero el ex obrero metalúrgico es hoy presidente del mayor país de América Latina, y ha desarrollado una política exitosa que le ha atraído el respeto internacional, incluso de Estados Unidos. La radicalidad de Hugo Chávez, incitada por el propio Líder Máximo,ya no le es necesaria. Quien hasta hace poco era considerado el sucesor de Fidel Castro aparece mencionado en esa misma reflexión como una suerte de menor de edad que el cubano pone al cuidado de Lula da Silva, pero no le adjudica ni le reconoce ningún papel en particular. Y para Castro, que a cada gesto suyo le otorga un sentido histórico, es un dato que no debe pasar por alto.

Se puede aventurar que las posibilidades futuras de Cuba son inmensas. Si la isla se decide a poner término al autobloqueo y a dinamizar su economía, recogerá los dividendos del capital de influencia que ha ido sembrando en todos los parajes del planeta. La isla desempeñó un papel militar de primer orden en varios países africanos; en particular en Angola, y Angola es un gran productor de petróleo. Y no se puede dejar de tomar en cuenta la influencia que ejerce el exilio cubano en el seno del propio imperio,hasta el punto de que muchos consideran Miami una provincia cubana. Quienes sostienen que el teniente coronel Hugo Chávez pueda desempeñar un papel en la política cubana distinto al de instrumento útil peca no sólo de iluso, sino que demuestra una falta de conocimiento elemental de la historia cubana. Primero pacta la elite militar castrista con sectores del exilio de Miami que acepta un supuesto liderazgo del teniente coronel venezolano, poco respetado por una elite militar que, contrariamente al venezolano, sí cuenta con hazañas militares. No sería imposible ver algún día no muy lejano la emergencia de una alianza entre ciertos poderes económicos del exilio cubano y las influyentes elites castristas, presentes en todas las órbitas del planeta.

No es casual que Fidel Castro en una de sus últimas reflexiones dedique largos párrafos a Carlos Saladrigas, uno de los grandes magnates cubanos de Miami que ha observado una actitud de reconciliación con la isla y ha desarrollado una acción que tiende a restablecer el diálogo con la Cuba de adentro.Fidel Castro lo fustiga porque ve en este el peligro que representa una actitud reñida con la del exilio radical, tan parecido a la radicalidad observada por el castrismo y que le ha sido tan útil a La Habana para justificar su totalitarismo. Hoy no parece imposible que el nacionalismo cubano logre operar esa impredecible fusión.

Elizabeth Burgos, historiadora, antropóloga, escritora y autora del análisis "Los hombres que administrarán el legado de Fidel" en el monográfico de ´Vanguardia Dossier´ sobre Cuba (número 23. abril/ junio 2007)
La Vanguardia (23.04.2008)

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