¿Cohesión o coacción social?

ManifiestoAlgunas de las réplicas al Manifiesto por la lengua común exhiben insistentemente un argumento, ofrecido como definitivo, surgido de la factoría de la izquierda, a quien tanto deben los éxitos del catalanismo, el sofisma de la cohesión social. El excelente artículo de Antonio Robles sobre los argumentos de los contramanifestantes orilla esta cuestión y me propongo llamar la atención del lector sobre ese concepto que emplean tanto los bienintencionados como los maquiavelillos.

Quienes hayan dirigido alguna vez grupos humanos sabrán de la importancia de la cohesión a la hora de conseguir un trabajo mancomunado y un espíritu positivo, satisfactorio e integrador en los grupos. Cuando las sociedades están constituidas por subgrupos divergentes, la falta de objetivos comunes hace casi imposible alcanzar niveles óptimos de rendimiento y de autosatisfacción. Probablemente, el secreto de la cohesión radica en los valores, creencias y fines compartidos. Por esa razón, se generan tantos temores a propósito de los efectos sociales de la inmigración masiva.

El recurso a este instrumento en la ‘guerra de las lenguas’ es relativamente reciente y fue elevado a la categoría de artilugio didáctico fundamental por el primer tripartito al diseñar los “Planes de lengua y cohesión social”. Se trataba de aprovechar la lengua (catalana, naturalmente) para indoctrinar a los recién llegados y convertirlos a la causa del catalanismo. La historia del concepto, sin embargo, más allá de la literalidad de los términos, es más larga. Desde las alianzas de los últimos estertores del franquismo, el movimiento catalanista se valió de la izquierda para convencer a las masas de los inmigrantes aterrizados en las décadas de los 50 y 60 de que el progreso de sus hijos dependía de su plena integración en la sociedad catalana y que para la misma era condición indispensable el conocimiento de la lengua, ofrecida como palanca para el ascenso social. Con este pretexto, se ha convencido a miles de padres para que renuncien en nombre de sus hijos a lo que el catalanismo consideró siempre un derecho inalienable (hoy preterido): el derecho a ser educado en la lengua materna.

Pero, la inmersión forzosa ¿fomenta efectivamente la cohesión social? La cohesión ideológica no se alcanza por la vía de la lengua. Uno de los factores que permiten potenciarla es la autonomía en educación. En el proyecto de ‘normalización lingüística’ que se impuso en mi centro de trabajo se decía literalmente, para mi más completo asombro, que el Instituto debía ser catalán “en lengua y contenidos”. Una educación catalana o vasca o murciana puede hacer que se introduzcan nuevos valores o que se fomenten otros comunes en esa especie de ‘formación del espíritu nacional’ que se pretende que sean todas las materias educativas (siempre y cuando la realidad lo consienta, naturalmente, el franquismo no lo consiguió o no de manera completa). En definitiva, las transferencias en materia de educación permiten levantar barreras o acentuar diferencias y, alternativamente, intentar homogeneizar internamente a la sociedad.

La lengua, sin embargo, en su puro carácter instrumental, ¿puede hacer algo por la cohesión social? Mucho, sin duda. “La palabra–decía Aristóteles– está destinada a manifestar lo provechoso y lo perjudicial. Eso es característico de los seres humanos frente a los animales, el hecho de tener en exclusiva el sentido de lo bueno y de lo malo, de lo justo y de lo injusto, etc. y es la comunidad de estas cosas lo que constituye la familia y la ciudad”. No es pues la lengua por sí misma, sino su uso compartido lo que facilita la discusión y el acuerdo sobre los principios de funcionamiento y los objetivos comunes. Pero, he aquí la paradoja, ese es, precisamente, el principal argumento de los redactores del Manifiesto: si desaparece la lengua común, desaparecen los espacios compartidos y con ellos la cohesión.

Una educación bilingüe, como la que se impartía en escuelas de élite catalanas –como Aula, por ejemplo–, ¿dificulta o impide la cohesión? Los matrimonios lingüísticamente mixtos –podría preguntarse paralelamente–, ¿son más proclives al divorcio? ¿Acaso no es revelador el empeño por el “uso social del catalán”? ¿no nos indica claramente cuáles son los objetivos y qué sentido tiene para los reclamantes el concepto de cohesión social? ¿Dónde están, por cierto, los estudios de la Generalitat y las Universidades catalanas acerca de los efectos de la inmersión, en todos los terrenos, incluido el sociolingüístico en el que tanto esfuerzo y dinero se ha invertido? ¿Dónde las pruebas de ese efecto beatífico sobre la sociedad? En realidad, la formula de la 'cohesión' más parece usada como amenaza que como beneficio para la comunidad. Tal vez con ella se quiere decir: “si no conseguimos nuestros propósitos, nunca habrá paz social”

¿Por qué no se dice abiertamente lo que se busca y se emplean circunloquios como el que nos ocupa? Porque es palmariamente contradictorio predicar una España multilingüe (como acaba de aprobar en su Congreso el PSOE) y tratar de conseguirla a base de blindar (ERC, dixit) el monolingüismo homogeneizador en las comunidades que la integran. La cohesión social tiene nombre y apellidos, se la debe citar indicando de qué sociedad y con qué fines se pretende y los ciudadanos debemos tener la posibilidad de discutir ambos. Es posible que la inmersión facilite el desarrollo de una sociedad (catalana) más homogénea, pero ese loable objetivo no puede legitimarse por sí mismo ni su justificación es independiente de los costes sociales que conlleve.

Una Cataluña exclusivamente catalana –algo que nunca existió, no lo olvidemos–, fuertemente cohesionada en sus ideales compartidos, es una aspiración política (no una realidad histórica) totalmente legítima. Pero no es nada más que eso, no se puede tratar de imponer como un derecho. El derecho a que la realidad sea como a mi me gusta, no ha sido recogido en ningún repertorio legal, ni siquiera en los más idealistas. Dejemos de marear la perdiz. No sigamos encubriendo con falsos derechos ni con términos doradamente deseables lo que no es sino una opción ideológica entre otras, para cuya realización el sistema democrático tiene establecidos los cauces correspondientes.

Antonio Roig (06.07.08 – Izquierda Liberal)

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