Luís Antonio de Villena, poeta, narrador y ensayista
Víctor Balcells / Ben Clark – Barcelona.- Cada vez que se celebran unos Juegos Olímpicos, Luis Antonio de Villena aparece, entra en escena, canta y recuerda la época de la antigüedad clásica. Habla de los Juegos Olímpicos paganos, donde se celebraba el humanismo del desnudo y la fiesta dionisiaca, pero también la conjunción entre lo religioso y lo deportivo, y recuerda que entonces, a falta de televisión, lo más grande era ser cantado por un poeta. El ganador del premio de poesía Generación del 27 rememora aquellos tiempos.
¿Cuáles son las diferencias entre los Juegos actuales y los de la antigüedad?
Aparte del tiempo histórico mismo, que no es poca cosa, los Juegos Olímpicos de la antigüedad eran más elitistas, empezaron siendo sólo una competición entre helenos y en un ámbito aristocrático, generalmente entre ricos. Además, hoy hay más deportes, y otros, como el pancracio (una suerte de boxeo), han desaparecido…
¿Deberían los atletas ir desnudos como en la antigüedad?
Sin duda. Acrecentarían la belleza del deporte, que es el triunfo del cuerpo, y harían ver que la perfección de la belleza física atañe también al alma. Desde que nadan con trajes de neopreno que tapan el cuerpo espléndido de los nadadores, la natación ha perdido mucho.
¿Qué papel jugaba el amor en los Juegos de la antigüedad? ¿Y en los actuales?
Supongo que el amor en los Juegos Olímpicos será sobre todo el amor al éxito, el deseo de triunfar limpiamente. Claro que siempre podría haber atletas enamorados entre sí compitiendo. O un saltador que, enamorado del entrenador, regale su salto a quien lo enseñó y le cuida. Pero esto parece más del mundo antiguo…
Una victoria.
Para mí una victoria mítica sería la de Alejandro Magno entrando en Babilonia. Para aquel tiempo era algo que rozaba lo mítico. Pero no suelo pensar en victorias militares, basadas todas en la crueldad y la muerte. Vencerse a sí mismo es una alta victoria. Y deportivamente, cuando el joven ruso Alexei Nemov obtuvo al filo de sus veinte años un oro olímpico en gimnasia con aparatos. Era un dios y la pagana Virgen de Kazán lo protegió, sin duda.
Una derrota.
La mayor derrota es siempre la cotidiana, la vida cuando se torna cruel y gris. La acedía de la vida. La derrota humana de no ser felices, quizá de no ser ángeles. La falta de brillo. Tenía razón Laforgue: "Ah que la vie est quotidienne!".
Oro: Se lo daría a tanta y tanta buena poesía. Desde Anacreonte o Safo hasta hoy mismo.
Plata: Cristiano Ronaldo y todos los efímeros dioses de la belleza, el coraje y el lujo.
Bronce: El afán de saber. El siempre hermoso afán de saber. Y el regalo de Epicuro.
La Vanguardia (11.08.2008)