La burbuja en la que viven los políticos catalanes les impide ver que este tipo de protestas oficiales son propias de países como Corea del Norte o Birmania
El Gobierno catalán nos ha dado una nueva alegría. Hacía muchísimo tiempo que no oíamos hablar del contubernio de Múnich o de la conspiración judeomasónica. La Generalitat lo ha puesto al día gracias a su exquisito plantel de diseñadores. Exigir una rectificación a The Economist porque tiene una opinión propia sobre España y sobre Catalunya es algo magnífico. Imagino yo al pobre protoembajador catalán en Londres tragando saliva y dirigiéndose a uno de los más prestigiosos medios periodísticos del mundo para decirles que están mal informados. Y que no se metan con Pujol. Who? Es extraordinario. ¡Qué coraje! Un auténtico caballero español.
Era imprescindible renovar el viejo estilo. Muchos supervivientes recordamos los fenomenales aullidos de la Prensa del Movimiento o de los ministros folclóricos cada vez que Le Monde, Le Nouvel Observateur o The Times tenían la ocurrencia de escribir su opinión sobre el Gobierno español. Por lo general, los jefazos daban la orden de protestar y todos los plumillas del país cantaban a coro sus jeremiadas, dirigidos por el sin par Emilio Romero. El argumento era que nos tenían envidia y que no nos conocían.
Ahora, como se ha visto, ha sido una consejera del Gobierno catalán la que ha protestado en persona, mientras los plumillas más bien miraban hacia otro lado, avergonzados. Lo novedoso es que no ha faltado algún periodista, como Juliana en el diario de la burguesía barcelonesa, que haya comentado lo aconsejable que es, en estos casos, mantener un juicioso silencio. De todos modos, aunque el argumento se ha rediseñado, sigue siendo el mismo: estos ingleses, dice la consejera Tura, no nos conocen. Si nos conocieran, nos amarían. Es de todo punto imposible no amar al Gobierno catalán.
La burbuja en la que viven los políticos catalanes les impide ver que este tipo de protestas oficiales son propias de países como Corea del Norte o Birmania, en los que no hay políticos, sino dueños de fincas. Y que suponen un ridículo pavoroso. Las carcajadas de los europeos han debido de ser pantagruélicas.
El Periódico (15.11.2008)