«Lo más impresionante era el grado de perdón de los negros»

Andrew FeinsteinAndrew Feinstein, analista político y ex parlamentario sudafricano

Ima Sanchís.- 54 años. Soy un sudafricano afincado en Londres. Casado, dos hijos. Licenciado en Psicología Clínica, Economía y Política. Soy articulista en ´The Guardian´ y analista en la BBC y Al Yazira. Hay demasiada relación entre los negocios y la política. Nací judío y soy humanista

¿Un blanco que defiende a los negros? 

Mi madre es una superviviente del holocausto. Crecí con la idea de que cualquier discriminación no sólo es mala, sino peligrosa.

Cuénteme la historia de su familia.

Toda la familia de mi madre murió en Auschtwich. Ella sobrevivió escondida con su madre, tres años y medio, en un sótano de Viena que pertenecía al padre (miembro del partido nazi) de una amiguita de la escuela. Mi padre también era judío de origen lituano. Toda la familia se compró un billete de barco rumbo a América.

¿Y atracaron en Sudáfrica?

Sí, ocurría con frecuencia. Mi padre y mi madre se conocieron en Londres. Ella hacía de titiritera; él, múltiples trabajos.

Bonita historia.

Me enseñó que las diferencias siempre son más pequeñas que lo que nos une.

Usted era un blanco privilegiado.

Sí, pero podía ver cómo a los adultos por ser negros se les trataba como a niños.

¿Cuándo se convirtió en activista antiapartheid?

 En 1982, cuando entré en la universidad trabajaba en una agrupación estudiantil de ayuda social. Íbamos al extrarradio, a los barrios de chabolas de la población negra y construíamos letrinas y escuelas. Las condiciones de vida eran espantosas.

Descríbame lo que vio y sintió.

La primera vez que fui a uno de esos barrios llovía mucho. Encontré a la gente sentada en sus camas; no tenían muebles y el agua entraba por todas partes, eran chabolas hechas con trozos de metal. Sentí vergüenza de pertenecer a ese sistema injusto y de que fuéramos tan pocos los blancos que intentábamos cambiar algo.

Los privilegiados no quieren cambiar.

Me di cuenta enseguida de que la solución no consistía en la ayuda social, en la caridad, sino en impulsar un cambio político que permitiera a la inmensa mayoría de aquel país votar. Cuando en 1986 tuve que hacer la mili, me enviaron de soldado a los barrios de chabolas en los que había trabajado.

¿A poner orden?

Sí, a reprimir a esos negros. Abandoné, me fui a Berkeley a estudiar Económicas y allí empecé a trabajar con el Congreso Nacional Africano (CNA).

¿Algo de lo que se sienta orgulloso?

Cuando acabó el apartheid (1994), menos del 1% de los blancos de Sudáfrica había estado en una ciudad negra. Cuando volví en 1991 facilité sesiones entre blancos y negros a diversos niveles, un grano de arena para la llegada de la democracia a Sudáfrica.

De esas reuniones entre blancos y negros, ¿qué recuerdo atesora?

Lo más impresionante era el grado de perdón de los negros. A pesar de todo lo que habían sufrido, no buscaban venganza.

¿Por qué abandonó el Parlamento?

Yo estaba muy orgulloso de estar en ese Parlamento en la época de Mandela; luego su sucesor, Thabo Mbeki, empezó a desilusionarme por sus políticas respecto al sida y por un tema de corrupción que investigué relacionado con el comercio de armas.

Lo explica en After the party

Sí, un negocio de 5.000 millones de dólares, de los cuales 300.000 eran sobornos a líderes políticos; el propio partido financió parte de su campaña con ese dinero. Mbeki quiso detener la investigación y antes de que me expulsara del Parlamento me fui.

¿Con qué punto no estaba de acuerdo en la política de Mbeki respecto al sida?

Es un negacionista, niega que el VIH sea el causante del sida. Un cálculo de la Universidad de Harvard afirma que 300.000 personas podrían haberse salvado si hubieran tomado la medicación que la política de salud pública de Mbeki les ha negado. Mbeki fue sustituido por uno de los involucrados en el caso de corrupción.

¿Desencantado?

Rozo el cinismo. Estoy desilusionado y enfadado al ver como el poder corrompe incluso a personas que han tenido un liderazgo moral; y eso me lleva al desencanto, por las mismas razones, ante la situación en Oriente Medio. Encabecé una delegación sudafricana por los derechos humanos en Palestina.

Es muy atrevido comparar la discriminación que sufrían los negros en su tierra con la que sufren los palestinos en Israel.

Hay factores similares, y si algo me ha enseñado el holocausto y el apartheid es que no puedes detenerte porque la gente se enfade contigo.

Hábleme de esas similitudes…

Los territorios ocupados en Palestina son como los territorios que se les daba a los negros en Sudáfrica, que representaban el 85% de la población y tenían que vivir en el 13% del territorio, en la peor tierra.

La creación burocrática e institucional de la diferencia es algo común en ambos regímenes. En Israel incluso van más lejos, al establecer carreteras separadas para israelíes y palestinos. La separación física de las poblaciones es peor que en el apartheid.

La militarización de la sociedad tiene sus efectos: en la sociedad, los jóvenes son normalmente quienes llevan la voz del cambio. En Israel son los más conservadores; pero lo más triste es que la mayoría de judíos es indiferente al sufrimiento de los palestinos, ellos que conocen tan bien el sufrimiento.

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‘JUSLIM’

Cuando me explica la lucha para convertir Sudáfrica en un país más justo, nos suben a ambos las endorfinas. Así llegó Andrew a parlamentario para el Congreso Nacional Africano, junto a Ela Gandhi y Mandela. Pero tras Mandela las cosas cambiaron y empezaron a aparecer casos de corrupción, que Andrew denuncia. Me lo cuenta entre risas: ¿sarcasmo?… Tristeza. Se trata de un blanco que ha defendido a los negros, un judío que defiende a los palestinos y cuyos hijos son el futuro, son juslim (judíos musulmanes) que van a una escuela de la Iglesia anglicana. Ha venido a Barcelona invitado por Nova (Centre per a la Innovació Social) para participar en la «Campaña amb Palestina al cor».

La Vanguardia-La Contra (7.05.2009)

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