Dentro de algún tiempo, la expresión «liberalismo progresista» debería ser tan sólo una redundancia
A la hora de buscar explicaciones y responsabilidades de la crisis se habla con frecuencia sobre la responsabilidad de los planteamientos liberales, desde los comportamientos permitidos a muchos de los principales «agentes económicos y financieros» hasta el desmantelamiento de mecanismos de regulación o supervisión establecidos en épocas anteriores de crisis y que fueron abolidos por la arrogante e interesada convicción de que «ahora sí entendemos cómo funciona esto» o «esta vez será diferente»
Incluso voces autorizadas de indudable ortodoxia y arraigo en el establishment se unen a estas críticas. Simon Johnson, hasta hace poco economistajefe del FMI, ha utilizado la expresión «golpe silencioso» para referirse a la forma en que determinadas élites financieras asumieron posiciones de control en la economía estadounidense, modificando a su favor normas y comportamientos, bajo un aura de modernidad y eficiencia cuyos resultados todos conocemos y sufrimos ya.
Johnson insta a la nueva Administración de EE. UU. a desmantelar sus largos brazos de influencia – que llegarían a importantes niveles del Gobierno Obama-antes de que las periódicas muestras de inmunidad e impunidad supongan más conflictos de todo tipo. La amplificación y consolidación del poder de esas élites asimismo se vincula a un abuso de las nociones de libertad y eficiencia.
Pero, por otra parte, asimismo se apuntan los riesgos de que el péndulo llegue demasiado lejos en la adopción de medidas y regulaciones por parte de los poderes públicos, a menudo por aluvión más que por razón, y siempre con el efecto de generar posiciones de no fácil reversión: algunas políticas de gasto con beneficiarios-destinatarios específicos provocan adicciones, y determinadas reducciones impositivas pronto tratan de convertirse en sacrosantos derechos adquiridos, dando lugar a un escenario difícil a medida que los déficits públicos se amplían y la carga de la nueva deuda pública alcanza ya a las generaciones de nuestros hijos y nietos. Government overkill es la expresión cruda pero lúcida que utiliza el historiador Michael Bordo.
Ha llegado el momento de huir de los maniqueísmos y dar una oportunidad a formulaciones razonables que combinen el poder creativo de los mercados con sabias regulaciones. Entre quienes han abusado – y prostituido-de las apelaciones al liberalismo, y quienes tratan de aprovechar las dolorosas circunstancias para disfrazar sus intereses como los del conjunto de la sociedad, existe la amplia vía de un liberalismo que históricamente ayudó a arramblar dogmas y ataduras y relanzó las energías creativas de las sociedades.
La expresión «liberalismo progresista» hoy provoca a muchos una sonrisa irónica, pero dentro de algún tiempo debería ser simplemente una redundancia.
Juan Tugores Ques – Catedrático de Economía de la UB
La Vanguardia (12.05.2009)
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