Durante esta semana he estado recibiendo muchos correos en relación al artículo sobre Ciutadans que publiqué la semana pasada. Hacía tiempo que no recibía tantos insultos y tantas felicitaciones por un análisis lo más aséptico posible sobre la crisis de la formación de Albert Rivera. Los correos laudatorios son de agradecer, pero no están de sobras y siempre animan a seguir mojándote por temas que merecen la pena. Sobre los mensajes difamatorios, siempre son una lástima porque se puede decir lo mismo de muchas formas, en ocasiones hasta más sangrante, sin llegar al descalificativo o al jueguecito sobre mi apellido, que siempre me devuelve a mi infancia. Ya se sabe que hay gente que permanece en párvulos durante toda su vida.
En todo caso, son interesantes para medir el estado de cabreo, de despiste, de desconocimiento, de información, de nivel, de paciencia, de militancia o de simpatizantes que tiene un partido que no pasa por un buen momento y eso genera cierta frustración que debe entenderse.
La base del análisis que hice la pasada semana sobre el partido de Rivera estaba escrito desde Cataluña para que lo entendieran también los lectores del resto de España.
Déjenme que haga una pequeña cronología de los hechos. Unos intelectuales se reúnen durante un año en Barcelona hastiados de la deriva nacionalista que estaba tomando la política catalana debido al redactado de un nuevo Estatut.
Escriben un texto de denuncia que se convierte en el famoso Manifiesto. En él le piden a la sociedad que se organizase en una formación política.
Convocan a esa abstracta sociedad en un acto en el CCCB, y lo que tenían que ser cien personas, se convierten en una masa de 2.000. ¿Qué tenían en común esas personas? Estaban hartos de nacionalismo y del imaginario nacionalista impuesto por Jordi Pujol y Pasqual Maragall durante más de 20 años en Cataluña.
Tenían un denominador en común: se sentían tan catalanes como españoles, pero sus vidas no estaban obsesionadas ni por ser una u otra cosa. Es lo que se denominó «no nacionalismo» y que tanto molestó al socialismo catalán.
No hay mucho más. Éste es el movimiento ciudadano que desembocó en la fuerza política que logró situar a tres diputados en el Parlament catalán.
El resto de España siguió muy de cerca todo lo que ocurría en Cataluña. En concreto, en el País Vasco se miraba con cierta envidia. Desde Madrid se interpretó como la famosa tercera vía, el tercer partido que necesitaba el país para engranar mejor las posiciones de las dos fuerzas mayoritarias en el Congreso, PSOE y PP.
Sin embargo, en Cataluña el mensaje llegaba a la gente que se daba cuenta que algo no funcionaba en política. Lo primero fue la lengua. El castellano se había convertido en una lengua absolutamente normalizada en la calle junto con el catalán, pero castigada en el rubor de utilizarla en política o en los medios de comunicación. Los ciudadanos que más se acercaron a esta fuerza eran y son absolutamente bilingües. ¿Qué significa? Que cambian de idioma dos y tres veces en los cuatro minutos que pueda durar una conversación. Que no hacen bandera de en qué idioma califican las cosas. Que pueden decir Ciutadans o Ciudadanos porque esa denominación en sí misma no significa nada, sólo una forma de entenderse. Ese movimiento fue votado por más de 94.000 personas. Y más que hubieran votado de saber que estaba llamada a ser un partido con representación.
Estos son los contenidos de la historia y por los que volverían a votar el doble de los que lo hicieron en el 2006. Pero ¿qué queda de ello? Eso es lo que intenté explicar la semana pasada. Tres diputados enfrentados; un partido dividido y con fugas cada día; militantes que ven al diablo por todas partes y creen que el mundo está contra ellos, sin analizarse a sí mismos; un líder desconcertado, cada día líder para menos ciudadanos; todos con un debate político que ha borrado los intereses que les llevaron al CCCB.
Mientras, unos quieren aguantar en la casa madre como sea, otros hacen el amago de irse, pero estableciendo sus claves de futuro en el partido de Rosa Díez, y los honestos llenando las maletas para no volver, con la típica frase de «fue bonito mientras duró». La cuestión es que el «no nacionalismo» vuelve a quedarse huérfano de papeleta.
La cuestión es que, como me confesó Arcadi Espada en una de las entrevistas que realice para el libro Enigma Ciutadans (La Esfera de los Libros, 2007), con el Manifiesto la sociedad catalana supo «cuántos éramos». Y salieron muchos, tantos como para que salieron elegidos tres candidatos sin apenas cobertura mediática.
Acabo con un ruego. Es necesario un artículo de Francesc de Carreras sobre la crisis en Ciutadans. Él fue uno de los intelectuales que fundamentaron el desarrollo de ese partido y el único que sigue más o menos ligado. Sería de interés conocer su opinión analítica sobre lo ocurrido en una formación que sigue subida en una gran idea.
Alex Salmon
El Mundo (21.06.2009)