Los recursos públicos se dirigen a rescatar y apoyar a quienes han incurrido en excesos
Entre los argumentos a favor de la competencia en los mercados figura de forma destacada el fomento de la eficiencia a través de un mecanismo similar al que Darwin analizó: en la pugna competitiva acaban sobreviviendo los productos, empresas o especies más idóneos, es decir, los que mejor se adaptan a las condiciones y requerimientos del entorno. Los mecanismos darwinistas tienen, en economía y en otros aspectos de la vida, el agridulce sabor de reconocer el triunfo de los más aptos pero asimismo los costes de los que se quedan en la cuneta, aunque se apela para dulcificar éstos al estímulo que suponen los fracasos para asumir nuevos retos.
Pero desde hace tiempo sabemos que las cosas pueden ir por otros derroteros. Se atribuye a sir Thomas Gresham, financiero y asesor de Isabel I de Inglaterra, la observación de que si en un país circulan monedas con diferentes contenidos de metal precioso pero con un valor oficial artificialmente igual, la gente tiende a efectuar los pagos en la moneda de menor calidad intrínseca, guardando para sí la mejor, de modo que esta acaba desapareciendo de la circulación. «La moneda mala expulsa a la buena» es la expresión habitual de la ley de Gresham aunque el mecanismo es conocido desde antes del siglo XVI. En las antípodas de Darwin, en los mercados quedan los peores (medios de pago) mientras que los buenos se esconden.
En los últimos tiempos hemos tenido numerosos casos en que los mecanismos Gresham de aflorar lo peor se imponen a los darwinistas del triunfo de lo mejor. En el camino hacia la crisis, los financieros prudentes veían cómo quedaban fuera del mercado si seguían criterios razonables mientras que sus colegas en huida hacia delante se llevaban cuotas de mercado… y bonos retributivos. En las promociones inmobiliarias el seny parecía ridículo ante la expansión de la burbuja: los sabios llamamientos a la moderación perdían la batalla ya que nadie quería quedar fuera del becerro de oro. Los emprendedores que luchaban duramente con innovación y empuje en mercados internacionales veían cómo sus rentabilidades quedaban muy por debajo de las que obtenían los insensatos modelos de éxito vigentes hasta hace pocas fechas. Thomas Gresham goleaba a Charles Darwin.
Y parece que lo sigue haciendo. Los recursos públicos se dirigen a menudo a rescatar y apoyar a quienes han incurrido en excesos, penalizando por el contrario el trabajo duro de la pequeña y mediana empresa y de muchos profesionales y autónomos. Quienes se llenaban la boca apelando a su éxito darwinista en los mercados ahora apelan a las «conexiones» para paralizarlos y reclamar las valoraciones artificiosas (por ejemplo, de su «importancia estratégica») que están en la base de la ley de Gresham. Al fin y al cabo son mecanismos también de supervivencia… ¿O tal vez la selección de quienes adoptan esas decisiones también ha estado dominada por Gresham más que por Darwin?
Juan Tugores Ques, Catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona (UB)
La Vanguardia (24.06.2009)
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