¿Nos ponemos a hacer números? Te lo digo porque de ser así el catalanismo quedaría en clara desventaja. Cataluña es, después de lo que ocurre en Italia y Grecia, la región de la Europa occidental con más casos de corrupción contabilizados. Y España es el país en el que los políticos nacionalistas prevarican con mayor impunidad. Consulta las hemerotecas y saldrás de dudas, por si las tienes. El caso del País Vasco es especialmente grave, puesto que es la opacidad del cupo -flagrante corrupción legalizada, como toda clase de privilegio- la que impide saber por dónde se mueven los fondos públicos. Es ése el sucio modelo que contemplan los nacionalistas catalanes como meta de sus exigencias antes de alcanzar la secesión. ¿Qué es lo que dijo Jordi Pujol al ser inculpado por el caso de Banca Catalana en el 84? De ahí surgió la frase «Pujol Catalunya». Las mismas teorías conspiranoicas que utilizaba Franco para exculpar sus crímenes. Cada crítica al nacionalismo se convierte automáticamente en una crítica paranoica hacia una concepción mítica de la nación. ¿Qué reacción se ha producido en el Parlament? Nada de nada, a desviar la atención. Ése es el corazón corrupto del catalanismo. Ésa es la «omertá», la «cosa nostra». Todo vale para la causa. Pero lo más grave es la degeneración intrínseca del nacionalismo que arrastra a toda la sociedad. Han aparecido diversas cifras relacionadas con los pelotazos de Millet y la operación Pretoria: 30, 45, 60 millones… ¿Acaso no es más escandaloso que se contemple como algo normal y encomiable que, en plena crisis, el gobierno de José Montilla se haya gastado más de 150 millones de euros sólo en política lingüística en un solo año?. La estimación de lo que se gastó Ibarretxe el último año de su mandato ronda los 200. Son los proyectos nacionalistas, legales o no, la peor corrupción a la que estamos sometidos los ciudadanos, la oficialización, la institucionalización de los delirios paranoicos y de las causas más reaccionarias.