Pues es muy sencillo. Cuando se le dice a un profesional que no habla bien el catalán no es que no lo hable bien, es que no lo habla como Carod-Rovira, por ejemplo. Es decir, la secta del nacionalcatalanismo marca la pauta de lo que significa pronunciar bien y pronunciar mal, con un criterio totalmente arbitrario y absurdo. El mayor pecado consiste en hablar un catalán que, pese a ser técnicamente correcto, presenta una fonética que recuerda al castellano. Este tipo de discriminación implica llevar el racismo cultural a extremos paroxísticos y demenciales. Pero es que el nacionalismo étnico no es otra cosa que trasladar los peores sentimientos del ser humano, los más atávicos, irracionales, egoístas y mezquinos, al terreno de la política.