Como cada año, vi la izada de bandera en la noche de San Sebastián. Por televisión, claro: soy ñoñostiarra como el que más, pero no hasta el punto de jugarme la integridad física por mera nostalgia. Y, oiga, bastante bien. La plaza de la Constitución va poco a poco mereciendo su nombre. Ha desaparecido digamos que en un ochenta por ciento la exhibición de pancartas y símbolos pro-etarras que durante tanto tiempo amenazaban y humillaban en el comienzo de su fiesta mayor a tantos ciudadanos de una villa poco o nada simpatizante con el terrorismo. Por lo visto, impedir ese despliegue insultante no era tan imposible como se empeñaban en decirnos algunas autoridades responsables a los protestantes de siempre.
El mecanismo que ha propiciado ese modesto milagro cívico nos lo revelaba al día siguiente una dolorida información del ‘Gara’, que en estas cuestiones es muy de fiar. Por lo visto, la tarde anterior agentes de la Ertzaintza «vestidos de paisano, incluso encapuchados» (se escandalizaba ‘Gara’, aunque con la que estaba cayendo las capuchas no vendrían mal) entregaron puerta a puerta a los vecinos de la plaza una carta en la que se prohibían soportes y símbolos ilegales, haciéndose responsables de su exhibición no sólo a sus autores materiales sino a los propietarios de los domicilios y locales que la asumiesen. El escrito apuntaba los obvios fundamentos legales que convertían esa propaganda en «enaltecimiento del terrorismo». Mano de santo. Bastantes de los que, año tras año, se resignaban por miedo a tanta parafernalia se acogieron ahora al imperativo legal para suprimirla. Lo dicho, no era tan difícil.
Por supuesto, al comienzo de la tamborrada aparecieron una serie de personas con las habituales fotos de presos. Las enseñaron un rato a los asistentes, que seguían a lo suyo, la ETB hizo lo posible porque se les viera poco y ellos se retiraron discretamente incluso antes de que tocaran retreta. Es cierto que la Ertzaintza no intervino en ningún momento, al contrario de lo que en tantas ocasiones similares han demandado muchos, entre otros yo mismo. Sin embargo, a partir de esa noche he empezado a pensar que quizá no sea tan malo que se paseen esos retratos los días festivos. Sin duda molestarán a bastantes, sobre todo como es lógico a las víctimas de los fotografiados, pero también tienen su utilidad: son una advertencia. Algo parecido a esas fotos horrorosas de bubones y cánceres con que van a decorarse a partir de ahora las cajetillas de tabaco, o sea una forma preventiva y gráfica de decir que quien mal anda mal acaba. Por cierto, espero que en el caso del terrorismo sean más eficaces que las otras en la disuasión de fumadores.
Supongo que quienes muestran esas fotos desean que sus familiares y amigos vean aliviadas o acortadas lo más posible sus condenas, incluso que vuelvan a casa cuanto antes. Y también deben saber que si ETA continúa en el tajo, sin duda el año que viene volverán a pasear las mismas fotos y probablemente unas cuantas más. De modo que precisamente esos retratos sirven para recordar a quien corresponda que el ejercicio de la violencia no lleva a la independencia sino a la dependencia carcelaria y que los que de verdad se preocupen por los encarcelados deben exigir con más celo que nadie el final del terrorismo, por el bien de sus allegados. Es algo que suelen olvidar muchos de los alegres borrokas que queman contenedores y después se van a festejarlo al bar, porque para eso estamos en fiestas.
En cambio, según mostró también ETB, en la tamborrada de Azpeitia prevalecía más bien el antiguo régimen: aunque menos que otros años, abundaron todavía las pancartas y los símbolos de propaganda pro-etarra y desde luego estaban presentes las acostumbradas fotografías de presos. La novedad fue un cartelón que desplegó la gente del ayuntamiento, dónde se leían tres palabras misteriosas, equivalentes a aquellas de «mane, tekel, upharsin» que aparecieron en el festín del impío rey Baltasar: «elkarrizketa, konponbidea, bakea». Se pidió guardar un minuto de silencio, supongo que para meditarlas, y luego se retiró de nuevo la pancarta. Durante ese minuto reflexivo, espero que a más de uno se le viniera a las mientes lo obvio: a saber, que estaban en el orden equivocado y que la paz -o sea, la renuncia definitiva a la violencia- debe ser lo primero para quienes luego pretenden el diálogo y la solución a nuestros males. Creer a estas alturas que la paz va a ser un resultado y no el comienzo inexcusable para llegar a obtener resultados es vivir en Babia. O en Azpeitia. En fin, ojalá que el año próximo ya no estemos hablando de fotos ni de pancartas como ésas sino de cosas más positivas. Y, aunque sea ocioso y reiterativo decirlo, no se olviden ustedes de que ahora lo urgente es que todos tenemos que ayudar a los haitianos en su catástrofe.
Fernando Savater
diariovasco.com (23.01.2010)
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