Leyendo las declaraciones de Emmanuelle Seigner, la esposa de Polanski, cabe sospechar que todo hubiera sido más beneficioso para el director si hubiera sido ella la única en asumir su defensa. Seigner ha declarado que su marido tiene un comportamiento impecable y ha añadido que entiende el escándalo que hoy provoca que un hombre tuviera «relaciones» (no consentidas, añado yo) con una niña de 13 años, pero que debemos comprender que los hechos se encuadran en una época en que la libertad sexual se contemplaba de manera distinta.
Habría que puntualizar que no es libertad sexual aquella que sólo tiene en cuenta el deseo de una persona. En cualquier caso, su defensa es más limpia que la de aquellos intelectuales que se apresuraron a vociferar contra el pueblo reaccionario. Algunas razones en defensa del director -la muerte de su madre en los campos nazis, el asesinato de su esposa o el talento del artista- constituyeron una manera burda de distinguir entre dos tipos de ciudadanos, los célebres y los particulares. Fue eso, y no otra cosa, lo que provocó tan tremenda reacción.
No es de recibo tampoco aducir en su defensa que la madre de la niña propició el abuso ni el hecho de que la víctima haya perdonado al acusado. En el terreno personal interviene el perdón; en el legal, la absolución. Por otra parte, se comprende que Samantha Geiner haya suplicado durante 30 años que el caso Polanski, que ha marcado su vida, se cierre para siempre. Debió de ser una pesadilla ser interrogada a los 13 años al estilo de la época, como si la mujer fuera la provocadora del abuso, y no ha debido de ser fácil convertirse en la causa del destierro de una celebridad.
Es un hombre viejo, no es un peligro social. Son dos razones de peso para no enviar a un individuo a la cárcel, lícitas para cualquier individuo. Sea o no sea Polanski.
Elvira Lindo
El País (27.01.2010)