«Los símbolos del Estado democrático, es decir, la bandera, el himno, los reyes, etcétera, no son una sustancia sentimental para la mayoría de nosotros. Vivimos por y para otras cosas, no obsesionados por proclamar congestiones patrioteras… como por cierto hacen un día sí y otro también los nacionalistas de cualquier cuño. Pero cuando hay algunos enemigos de nuestra convivencia democrática que se toman muy en serio esos símbolos para denostarlos y ultrajarlos, es preciso que los demás nos los tomemos también serenamente en serio para defenderlos».