Los jueces de Mani Pulite destaparon en Italia el entramado de la corrupción y a sus implicados
La corrupción viene de atrás en países como Italia o España, donde la Administración del Estado fue secularmente opresiva y débil al mismo tiempo, siendo el consiguiente vacío de poder ocupado por redes clientelares. El resultado al llegar el siglo XIX es que si bien hubo falseamiento de elecciones en otros países, esto es, presencia de la corrupción en el sistema político, otra cosa fue que como en España o en el Mezzogiorno italiano el régimen político estuviera bajo el dominio absoluto del sistema de la corrupción.
El conocido hecho de que a lo largo de un siglo, desde la década de 1830, nunca hubiese en España una victoria electoral de la oposición, hasta el punto de que en vez de decir el gobierno convoca elecciones fuera consagrada la expresión el gobierno hace las elecciones, resulta ya suficientemente expresivo. Corrupción política que estuvo unida a la económica, tanto por la subordinación del aparato estatal a los poderosos como en su colusión con intereses delictivos. Hasta alcanzar la consagración social del gran corruptor. En España la más prestigiosa fundación cultural lleva el nombre de Juan March, cosa que no sucede en Estados Unidos ni en Europa con ningún personaje comparable.
En la Italia de los años noventa el término acuñado para designar la nueva forma de corrupción sociopolítica fue el de tan-gentópolis. Con el mismo era designado el círculo de relaciones económicas según el cual los políticos recibían importantes pagos (tangenti) a cambio de proporcionar contratos, obras, subvenciones con dinero público de acuerdo con un riguroso orden preestablecido y no menos estrictos porcentajes de distribución entre los partidos con poder (socialistas de Craxi y Democracia Cristiana en primer plano).
En Sicilia, me contaba en los ochenta un político socialista, hasta la entrada en determinados ayuntamientos era de pago, y le parecía muy bien. La protesta de un pequeño empresario ante las exacciones del socialista director de un hospicio milanés fue el hilo a partir del cual un pequeño grupo de magistrados etiquetado como Mani Pulite (la náusea me impide utilizar la traducción) acabaron poniendo al descubierto entre 1992 y 1994 la lógica interna y los principales implicados en el sistema de la corrupción.
Hasta que un empresario vinculado a la logia subversiva derechista P2, Silvio Berlusconi, interrumpió el proceso al ocupar el Gobierno. Un instrumento muy eficaz, ejemplar de cara al caso Gürtel, había sido la prisión sin fianza, fuente de muchas confesiones e inculpaciones recíprocas. En la calle, el procesado por corrupción no va a escaparse, pero sí tiene plena libertad para destruir pruebas y confabularse con otros implicados en su actuación delictiva.
Tal como van conociéndose los datos en la trama corrupta dentro del PP hay elementos comunes y también diferencias. Cabe aplicar al caso la etiqueta de tangentópolis, por cuanto no se trata de lamentables episodios aislados, como el de Santa Coloma, sino de telas de araña tejidas en torno a personajes que han podido desarrollar sus millonarias actividades ilegales gracias a ocupar puestos de alta responsabilidad en el PP y en sus administraciones, incluyendo al ex presidente de la comunidad más rica de España y al propio tesorero del partido, por no hablar de Valencia.
La acumulación de datos reunidos en los sumarios sobre los presuntos delitos de Matas, Bárcenas o Correa pone de manifiesto algo muy grave: la posibilidad de que el cáncer de la corrupción haya alcanzado grandes dimensiones tanto en el cuerpo del partido conservador como en el entorno empresarial del mismo. Pero a diferencia de lo sucedido en Italia, y por mucho que se intente la exhumación del caso Filesa, no cabe extender esta situación al conjunto del sistema político. Aunque moleste a Rajoy, tangentópolis aquí y ahora es toda suya.
Además la actitud adoptada no hace sino incrementar las razonables sospechas. Su silencio actual sirve para recordar que ha tenido todo un año para emprender una investigación interna que le permitiera separar el trigo de la cizaña. Nada ha hecho. Las palabras sobre su voluntad de «tolerancia cero» son desmentidas, al diseñar una táctica consistente en lanzar cortinas de humo y en esperar a que escampe, como si estuviéramos ante problemas personales y no ante la puesta en cuestión de la moralidad de todo un partido. Una cosa es la presunción procesal de inocencia y otra cerrar los ojos ante datos irrefutables, que hubieran debido acarrear inmediatas suspensiones de militancia. El despacho de Bárcenas, pagar su abogado, la baja a la carta decidida por Matas, la absolución previa sobre las posibles financiaciones irregulares, escudándose en la gran extensión del sumario, son indicios de todo menos que de un comportamiento respetuoso con la ciudadanía. Volviendo a Italia, recuerdan a las maniobras de Bettino Craxi hasta que la culpabilidad quedó irrefutablemente refrendada por las sentencias judiciales.
Al ser acusado de corrupción el presidente balear Gabriel Cañellas, Aznar cortó en 1995 por lo sano, forzando su dimisión. En el caso Gürtel, Rajoy ha decidido desde el principio refugiarse en la opacidad, con el riesgo de un daño irreparable. A no ser que la gravedad del mismo sea tal que juzgue suicida practicar la transparencia.
Antonio Elorza es catedrático de Ciencia Política.
El País (14.03.2010)
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