Es insensato seguir aceptando la maniquea equiparación entre potencial del mercado y ausencia de regulación
El papel de los mercados como mecanismos centrales de las economías vuelve a ser objeto de amplio debate. La mano invisible de Adam Smith generadora de resultados eficientes se ve sometida a críticas reavivadas por los análisis de la crisis reciente que van desde su eventual incompatibilidad con la ética hasta los resultados socialmente regresivos – el puño invisible en el término que se ha deslizado incluso en alguna referencia del FMI – como a menudo ineficientes a que conducen.
Como con todas las grandes ideas, las distorsiones y manipulaciones interesadas contaminan la serenidad de las valoraciones. Por ejemplo, cuando se contrapone el carácter privado de los mercados con las eventuales intervenciones de los poderes públicos (la mano visible), olvidando que unos mercados que funcionen bien constituyen un bien público de primer orden, que requiere un marco institucional y regulatorio de calidad. Los mercados no operan en el vacío sino en sistemas sociales y políticos reales. Históricamente mercados abiertos y competitivos contribuyeron a erosionar los privilegios que el ancien régime preliberal otorgaba a determinadas élites, y por eso resulta especialmente lacerante que se trate de asociar un retorno a los mercados con la legitimación de nuevos privilegios asociados a unas situaciones de creciente concentración de poder que contribuyen a propiciar abusos, incluyendo la degradación de calidad institucional que suponen las denominadas capturas de reguladores por parte de las entidades presuntamente supervisadas.
Y respecto a las relaciones entre ética y mercados, los más sabios analistas de la condición humana ya nos indicaron cómo la necesidad de juiciosas normas tiene su principal justificación en rasgos de la naturaleza humana. Desde la prevención de san Pablo acerca del amor al dinero como la «raíz de todos los males» (epístola a Timoteo), hasta la advertencia por parte del mismísimo Adam Smith acerca de cómo de las reuniones de poderosos el resultado más probable son conspiraciones contra el interés del público, deberíamos tener claro el mensaje de la necesidad de prudentes regulaciones que eviten los abusos, salvaguardando el potencial de los mercados. Ignorar eso fue uno de los factores esenciales en el camino que nos condujo a la crisis y no aprender esa lección reiterará las dificultades.
Tal vez algunos confían todavía en la esperanza de Keynes de que una sociedad mejor no eliminaría la codicia de algunos pero podría evitar que se convirtieran en los poderosos modelos de referencia. Pero entre tanto debemos recordar que los mercados de calidad son los que tienen prudentes regulaciones y que, por tanto, es insensato seguir aceptando la maniquea equiparación entre potencial de los mercados y ausencia de regulaciones, que sólo favorece a los herederos de quienes se resistieron en su momento al poder de los mercados porque preferían el de los privilegios.
Juan Tugores Ques – Catedrático de Economía de la UB
La Vanguardia (16.05.2011)
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