Pocos hubieran podido predecir el colapso político, económico y social que estamos viviendo, tras dos legislaturas seguidas de gobierno psoísta, aquel 11-M 2004 de infausto recuerdo. Las que fueran las elecciones generales trágicamente marcadas por el atentado terrorista más sangriento de la Historia de España y de Europa supusieron un polémico cambio de ciclo político en el que las teorías conspirativas proliferaron y no cesaron nunca. Muchos, por aquel entonces, quisimos mirar hacia el frente y valorar las posibles expectativas que se abrían tras la salida de un Ejecutivo conservador. José Luis Rodríguez Zapatero no era nuestro candidato y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) tampoco había sido nuestro partido, pero preferíamos encarar el horror de la masacre con el optimismo de las oportunidades que el cambio de gobierno podía inspirar.
La crisis del capitalismo financiero, desatada en los EEUU hace menos de cinco años, podía haberse llevado por delante muchos dogmas impuestos por el neoliberalismo que la ha provocado, pero sólo se ha cobrado víctimas entre quienes sufren las consecuencias del imperio de los oligopolios sin poder devolverle los golpes. España se hunde económicamente exhibiendo sus defectos y limitaciones en un plano también político, administrativo e institucional.
Allá por los postreros años 70 del pasado siglo, el PSOE era avalado y financiado por la hegemonista socialdemocracia alemana y por análogos intereses estadounidenses con el fin de que pivotara el definitivo sometimiento de nuestra nación, con la voluntad de convertirla objetivamente en un país periférico en todos los sentidos de la palabra. El comunismo español oficial, tan colaborador a la hora de sabotear todos los grupos políticos a su izquierda, también había sido traicionado y minado desde su propio seno. El PSOE, atrabiliario una vez desaparecido el bueno de Pablo Iglesias y de vacaciones tras la Guerra Civil, tomaba el relevo mientras se reía de todo el mundo. Resonaban las órdenes dictadas desde Berlín y Washington. El lado oscuro de la Historia iba a adquirir un nuevo disfraz. Reconversiones industriales y eutanasia del movimiento obrero a cambio de instituciones democráticas, concesiones a los nacionalismos étnicos, excluyentes y secesionistas vendidas como desagravios históricos y descentralización…y todo un rastro de despropósitos presididos por la creciente pérdida de soberanía nacional. El neoliberalismo económico galopante encontraba perfecto acomodo entre las directrices del eje francoalemán enmascarado en la UE y la tendencia disgregadora e implosiva derivada de nuestro Estado autonómico.
Los dos gobiernos sucesivos del Partido Popular (PP) fueron los años en los que se acabó de privatizar España. Una coyuntura económica favorable muy determinada y el alineamiento internacional pronorteamericano más gritón escenificaron los más evidentes claroscuros de cara a la opinión pública.
Pero las elecciones de la tragedia pusieron de patitas en la calle a los conservadores inesperadamente. El nuevo presidente del gobierno español, el “socialista” Rodríguez Zapatero, no tardaría en convertirse en el villano de una era aciaga y extraña, en la que un hito social como la Ley de Dependencia ha quedado empequeñecido ante el cúmulo de disparates políticos y su trascendencia más allá de nuestras fronteras. La crisis económica no ha hecho otra cosa que poner en evidencia el fracaso de nuestra democracia, la perversión de sus instituciones, los descosidos de la estructura administrativa y territorial del país, los boquetes del sistema tributario, la corrupción política en todas y cada una de las instancias posibles.
Por encima de todo, han quedado al descubierto las miserias de un Estado-nación que se cuestiona a sí mismo cada día que pasa, en el que el presidente del gobierno central puede tener menos autoridad que un rey medieval acosado por los señores feudales que dictan su ley de horca y cuchillo, y en el que los dos partidos políticos hegemónicos en todo el Estado mercadean constantemente con la soberanía nacional popular a cambio de alternarse en el poder. Porque nuestra clase política supuestamente nacional ha seguido el guión impuesto por el triunvirato Washington-París-Berlín y los intereses empresariales y financieros que representa, pero encima lo ha hecho de la peor manera posible: atenazada por una burguesía autóctona reaccionaria y proteccionista que se ha amparado en una corte de politicastros y burócratas regionales, diseñada a su medida por el Estado autonómico, con el único objetivo de mantener y ampliar un estatus privilegiado. Las primeras burguesías industriales y mercantiles contemporáneas españolas, la catalana y la vasca, han sido el (mal) ejemplo a seguir. Ellas forzaron la ley electoral y el desbarajuste autonómico que catapultan su poder y su capacidad de influencia en la política nacional. A partir de aquí, ningún otro vivales ha querido perderse la parte que podría tocarle pulsando las teclas pertinentes. Los reinos de taifas actualizados han generado esta nueva casta parasitaria.
Es en este contexto donde nos corresponde situar un dato del que ya se había oído hablar repetidamente: la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha advertido que España es la segunda nación, después de Grecia, en la que se están creando menos pequeñas y medianas empresas (pymes) sin que, por supuesto, resulte casual que nuestro país sea uno de los treinta que forman esta organización donde es más cara y más difícil, en cuanto a gestiones, burocracia y barreras normativas, la puesta en marcha de una iniciativa empresarial de estas características. Es menester indicar que las pymes desempeñan un papel fundamental en la economía de cualquier Estado por su capacidad de adaptación a un determinado sector, por su especialización en el mercado y por su carácter complementario y precursor en relación con las grandes empresas. ¿A quién no le suena esta música? ¿Hace falta señalar al culpable de este estado de cosas a estas alturas?
El tan pomposamente autodenominado gobierno de España no es capaz de gobernar siguiendo un criterio inequívocamente nacional. Por el contrario, se deja vapulear desde dentro y desde fuera.
Sin ir más lejos, el pasado miércoles, día 22 de junio, los nacionalistas catalanes de Convergència i Unió (CiU) echaron un cable al Ejecutivo central en el Congreso de los Diputados absteniéndose en la votación sobre el regresivo proyecto de ley de negociación colectiva. De paso, CiU acabó de lucirse cometiendo otra de las canalladas a las que nos tiene acostumbrados: el apoyo tácito fue canjeado por el traspaso de la titularidad de ocho edificios de la Seguridad Social, siete hospitales y la sede del Instituto Catalán de la Salud (ICS) concretamente. La intención es venderlos y seguir en la línea de deconstrucción sistemática de la sanidad y de los servicios públicos en general, tan característica de la coalición catalanista conservadora durante los diferentes periodos en los que ha ocupado el Palau de la Generalitat y reiniciada ahora mediante el aparentemente sobrevenido programa antisocial de los recortes. Pero el chantaje no acaba aquí, y la siguiente jugarreta consistió en arrancar una posible negociación sobre el uso del fondo de reserva de las pensiones para comprar los bonos que está emitiendo la Generalitat con la idea de ayudar a financiar la deuda de la Administración autonómica catalana. Patético.
Por su parte, la abstención del Partido Nacionalista Vasco (PNV) fue consecuencia de un vil manejo para que los convenios colectivos autonómicos tengan preferencia sobre los estatales y no se sometan a las prescripciones de éstos. En semejantes condiciones, los sindicatos nacionalistas salen claramente reforzados en detrimento de los de ámbito estatal. Otro atentado contra el mundo del trabajo en España y contra la unidad de la clase obrera organizada de nuestro país. Desastroso.
Nadie puede sorprenderse, porque éste ha sido el toma y daca constante de la política española. Chantaje y concesión. Intereses particulares y partidistas que se anteponen a los nacionales resultando siempre las clases populares las más perjudicadas. En este mismo sentido, y más allá de las políticas económicas y sociales, el concurso de Bildu, la nueva marca electoral de la mafia nacionalista y asesina ETA, su clamoroso y lamentable éxito, constituyen otro de los ejemplos recientes del rastrerismo de los partidos mal llamados nacionales, capaces de lo que sea con tal de rascar poder.
España, por tanto, continúa cronificando su conflicto nacional por culpa de unos responsables políticos miserables y de una estructura político-administrativa y territorial llena de grietas. Sólo faltaba añadir la “integración” europea, el sometimiento prescriptivo a unas élites económicas extranjeras y a los gobiernos que abanderan estos otros intereses. Lo que, en la práctica, se ha traducido en efectos como son ceder el control de la moneda, no poder devaluarla en una situación de crisis como la presente ni tampoco tener potestad para emitir dinero. Medidas como éstas hubieran podido favorecer el comercio exterior y la concesión de préstamos bancarios a las familias y a los inversores y, en definitiva, hubieran servido para dinamizar una economía en recesión. En cambio, salir del pozo en el marco y bajo los parámetros de la UE se nos revela ciertamente contradictorio.
Que quede claro que ni por asomo estoy planteando la necesidad de defender una suerte de nacionalismo económico o sugiriendo apoyar lo que sería un suicida régimen autárquico. Muy al contrario: el tándem formado por el nacionalismo y el neoliberalismo es el gran enemigo de un proyecto federalista europeo mínimamente creíble. La “Europa de los pueblos” acogida bajo la tutela de un disimulado IV Reich no es más que un crimen. De lo que hablo es de renovar perspectivas y de abrir fronteras en diferentes direcciones. La UE alemana está fracasando precisamente porque un continente entero metido dentro de las fauces de una gran burguesía monopolista no es ninguna unión, sino una trampa mortal. Grecia lo está experimentando, y los siguientes podemos ser nosotros. Organismos supranacionales imbuidos de la misma orientación neoliberal a la hora de fomentar determinadas políticas económicas, como es el caso del Fondo Monetario Internacional (FMI), han estado estrangulando a muchas naciones y lo siguen haciendo. La situación sólo ha cambiado en el momento en el que estos países han decidido seguir una línea de actuación política y económica independiente, han dado un golpe sobre la mesa y han abandonado estas organizaciones.
Otra de las servidumbres derivadas de la Europa del euro en atención a los parámetros ideológicos mencionados fue la exigencia de que los Estados miembros redujeran los impuestos con la idea de que las clases pudientes incrementaran sus gastos, realizaran inversiones y crearan empleo y riqueza. Sin embargo, tal supuesto implicaría un desconocimiento total de la tendencia especulativa que ha seguido la evolución del capitalismo si no fuera porque responde a un plan predeterminado. Este plan pasa por la necesidad de que las Administraciones públicas se vean constreñidas a disminuir los gastos en materia social al menguar los recursos disponibles y, de tal manera, a desmantelar el Estado del Bienestar. Mientras tanto, los ricos, pese a librarse de la carga impositiva, no han consumido lo suficiente ni han creado puestos de trabajo porque se han dedicado a las finanzas. Se forma una espiral diabólica que obliga a las Administraciones a endeudarse para poder mantenerse en pie. Es en esa despiadada coyuntura donde aparecen los bancos para comprar deuda pública a cambio de unos intereses completamente usureros. Así, hasta que se hace cargo el Banco Central Europeo (BCE) y el pato lo acabamos pagando entre todos. Por el camino, recortes y privatizaciones, la ciudadanía se va empobreciendo materialmente y en cuanto a derechos, los trabajadores se reproletarizan y se acumulan los detritus del lumpen. Bingo.
Karl Marx afirmaría que la moderna bancocracia ha ganado la batalla, pero Lenin también decía aquello de que “cuanto peor, mejor”. Cierro el artículo subrayando que Cataluña ha vuelto a batir otro récord negativo si observamos que el gobierno de la Generalitat ha sido el Ejecutivo europeo que ha llevado más lejos la política de recortes y lo ha hecho con mayor alevosía y ruindad. Mariano Rajoy y su PP están a la vuelta de la esquina del Palacio de la Moncloa para acabar de redondear el estropicio en el conjunto de España. Por el bien de todos los españoles, esperemos que Lenin tuviera razón.
Diego Vega (6.07.2011)
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