Es mejor ver a Alemania y Francia formando un directorio que haciendo guerras
Hubo una época en que el sueño europeísta tuvo como referente central conseguir generar un entramado de intereses económicos que hiciese inviable -incluso impensable- repetir las confrontaciones bélicas que reiteradamente asolaron el suelo del Viejo Continente. Que su puesta en marcha tras la Segunda Guerra Mundial coincidiese con el desarrollo de las políticas públicas de estabilidad económica y protección social que dimos en llamar Estado de bienestar, y que tuvieran en Europa occidental su máximo desarrollo (en alguna medida como antídoto a los cantos de sirena del modelo soviético entonces en alza), hizo que, para los que nos incorporamos de forma tardía al proyecto europeo, este fuese una referencia de democracia política, respeto a los derechos humanos y Estado de bienestar. Una agenda mítica para varias generaciones.
Y una agenda a primera vista bastante más excitante que la actual de refundar Europa sobre la base de los países que se comprometen enérgicamente a mantener sus déficits públicos por debajo del 3% del PIB. Se nos dirá, con parte de razón, que los excesos de los últimos tiempos hacen obligada esta revisión crudamente realista de los motores de la construcción europea. Se nos dirá, probablemente con mucha menos razón, que este poco romántico “punto de encuentro” en torno al déficit público como criterio de admisión del renovado club es la forma de salvaguardar los logros en materia de democracia y protección social: un paso atrás para dar dos hacia delante, como decían los clásicos, aunque parece más cierto hoy por hoy que hay cotas que nunca recuperaremos. En todo caso, ahora nos va a unir un compromiso del 3% más que un modelo político y social que, en lugar de ir a la baja, merecería ser exportado a la economía global. Espero haber entendido mal que eso sea “refundar Europa”.
No se trata sólo de sustituir romanticismo ¿ingenuo? por crudo realismo. Cabe recordar que la última vez que los europeos adoptamos compromisos legales de contención de los déficits públicos, con el pacto de estabilidad de 1997, fueron precisamente Alemania y Francia quienes primero lo estaban incumpliendo apenas un quinquenio después. Hay que reconocer que es mejor ver a Alemania disimulando su fuerza en un directorio con una Francia que esconde su debilidad y que presenta un “contrato de adhesión” al resto de socios clientes, al estilo de lo que nos hacen al común de los mortales las compañías telefónicas o eléctricas, en vez de haciendo guerras y firmando tratados, como los de 1871 o 1919, que humillan a los vencidos y sientan las bases del siguiente conflicto. Tal vez lo que ahora, en el 2011, es diferente es la naturalidad con que la ciudadanía asume que quien llamamos presidente del Gobierno es realmente un delegado del directorio que acude recién nombrado a recibir instrucciones (mientras el resto de los ciudadanos aguardamos conteniendo el aliento) de cuyo celoso cumplimiento depende su continuidad o su relevo por un tecnócrata.
Juan Tugores Ques. Catedrático de Economía de la UB.
La Vanguardia (7.12.2011)
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