(…) Respecto a lo de Cataluña, lo que sucede no me coge de sorpresa; es más, las dos últimas veces que he estado allí me he deprimido bastante con el ambiente que se respira (ese que captas en los boletines o «partes» informativos de «Catalunya ràdio» (¡24 h.sin pausa!), en la práctica totalidad de la prensa y otros medios (…) y hasta en la «estética” en la indumentaria de los cachorros nacionalistas y de cierta clase media. No me impresiona la multitud (de los manifestantes), que tampoco no es tanta si se compara con el porcentaje de ciudadanos silenciados o enmudecidos desde hace tanto, como tampoco me impresionan ni me asustan las multitudes, aún mayores, que se congregan en las visitas del Papa al cornetín de los obispos y de las sectas catecuménicas; lo que me asusta es que ese 8 ó 9 por ciento de la población catalana que ocupó las calles de Barcelona el domingo 11 vienen «ocupando» con carácter excluyente y apropiación indebida e ilegítima las instituciones públicas y la vida política desde hace décadas; lo que me asusta e indigna es ese secuestro alevoso del concepto constitucional de ciudadanía que se ha convertido en lo políticamente correcto, la estigmatización de quien discrepa, la siniestra dinámica de los nacionalismos que atrapan a la sociedad en el perverso círculo de Ignatieff (si no eres catalanista eres españolista).
Mi pregunta, que me ha llegado a obsesionar, es siempre la misma, la misma que me hago asimismo, a diario, con la situación política, económica y social a las que nos hemos visto arrastrados: ¿Cómo es posible haber llegado hasta aquí? ¿Qué responsabilidades y, sobre todo, qué complicidades, inhibiciones, silencios, cobardías, relativismos, manipulaciones, chantajes y engaños o autoengaños, lo han permitido? Por esto mismo, por haber llegado hasta aquí con la sensación de que durante décadas nos venimos deslizando por este tobogán, es por lo que cada vez me siento más cabreado con los años que dediqué, durante un tiempo en cuerpo y alma, al movimiento antifranquista (en el PTE y Assemblea de Catalunya en Cataluña, que es de lo que trato ahora). Mi frustración ha ido a más a medida que ha ido creciendo mi conciencia de que no estaba contribuyendo ni al antifranquismo ni al socialismo ni a la democracia, sino –en el caso de que te hablo- a alimentar ese monstruo insolidario y antidemocrático que pertenece a la misma familia de los nacionalismos lombardos de las regiones ricas europeas, de los ricos que niegan el carácter redistributivo de la fiscalidad, de los que en tiempos de crisis (como cuando el 98) reclaman un trato diferencial y afirman descaradamente que sus estatus nacional (sus privilegios) se encuentra amenazado por los parásitos y pobres del Sur.
Pero, además de fenómeno reaccionario europeo, tiene de específicamente español el que con ese discurso han venido queriendo exorcizar desde finales del siglo XIX la amenaza que ha significado para el estatus de los ricos y de los de cuello blanco la afluencia masiva de esos pobres y haraganes del Sur que eran portadores del desorden y de la revolución, como las ratas eran portadoras de la peste negra. Xarnego y maketo han estado históricamente asociados al “rebombori”, el desorden social y moral y la degeneración del gen catalán (o vasco). Pero es que incluso en los años luminosos del combate por la democracia (eso creíamos) de 1973-1976, esa xenofobia con el fenómeno «xarnego» o español me alcanzó de lleno, nos alcanzó, sin que nos revolviéramos por respeto a la “cuestión nacional”. José L. López Bulla lo describe muy bien en “Cuando hice las maletas”. Hablamos siempre de xarnego (español) por diferenciación tanto del supuesto “autóctono” (el de los genes) como también del “converso” (“integrado”). El debate sobre estas cuestiones, sobre todo en revistas del PSUC y de gente próxima, apor los 60 y 70, es tan abundante como ilustrativo de lo que hoy está pasando.
Es chocante, si no conociéramos las entretelas de nuestra historiografía progre, que en los libros de historia y en el discurso político democrático no se diagnostique ni se revele la naturaleza racista y diferencialista (la misma matriz del actual multiculturalismo) de esos nacionalismos. Está bien identificar y estigmatizar el racismo del nacionalismo e imperialismo españolistas y demandarle a los nacionalistas franquistas que expíen sus pecados. Pero ¿y a los que comulgan con las ideologías de Sabino Arana y de Prats, Vandellós… y del Pujol de “La inmigració…”? (Dos puntualizaciones. La primera: de esa impunidad o falta de exigencia de explicaciones por el pasado, tan recurrente respecto a los fascistas, también hemos gozado los estalinistas, psuqueros y adláteres. Y la segunda: la existencia de esa laguna y desconocimiento historiográficos tiene la justificación de que algunos “valientes” historiadores vieron cómo se quemaban sus libros y sus nombres en piras levantadas al efecto en la Universidad y cómo sus personas se veían amenazadas y su obra demonizada).
No estoy hablando de indagaciones demasiado especializadas. Había revistas divulgativas. Simplemente, desconocemos lo que queremos y nos interesa desconocer, porque hay libros publicados (de los que sientan cátedra) sobre los antecedentes catalanistas del imperialismo españolista (el del Imperio hacia Dios), a cuenta del perenne historicismo pancatalanista de los Països Catalans y de habla catalana, el Arguer incluido, y aún más libros concluyentes sobre la impregnación por el racismo y reaccionarismo de la época de toda esa cultura e historicismo inventados por el catalanismo (los vigentes ahora como cultura e historia catalanas).
Las clases medias y los que se asimilan a los bienestantes (los aspirantes al «somni català» o a los ricos del Norte) acaban repudiando y culpando de sus propios males y derroches a los pobres del imaginario social, que en Cataluña son los “foranis” (internos –xarnegos- o externos –españoles-), es decir, los españoles que han levantado las industrias, centrales hidroeléctricas, ferrocarriles, metros y todo el tejido urbano de la periferia del Barcelonés y del Area Metropolitana. La retórica machacona de las identidades y de los derechos nacionales preexistentes (desde no se sabe cuándo, pero siempre pertenecientes a un pasado europeo al que no hubieran podido pertenecer esas masas argáricas u hordas casi africanas) han servido sistemáticamente para diferenciar y ahondar esas desigualdades, no para igualar a los ciudadanos; han constituido la principal arma para legitimar el orden político, social y cultural de los bienestantes y conjurar el mundo de los inmigrados, deslegitimando hasta su lengua y sus fiestas, y más sus ideas sociales y políticas.
La exigencia de tratos diferenciados o bilaterales es un corolario obligado de todo ese proceso. Un demócrata sin más no entendería en qué escala de valores democráticos puede fundarse un trato “bilateral” diferenciado, por muchos barones, condes y príncipes que fundaran esa nación aun antes de tener nombre o por muy lejanos que sean los orígenes de la “lengua propia”. El sistema de concierto o de pacto fiscal es un privilegio y un atentado al principio de solidaridad democrática, una patada al acuerdo federal entre todos por igual, una exigencia de café solo para los «diferentes». A estos diferentes, que se sienten víctimas de una exacción histórica, toda política redistributiva les parece un expolio. En plan didáctico, el economista J. F. Martín Seco nos decía que eso era lo nos quería decir el Honorable Pujol (entonces tenía ese título) cuando afirmaba que Cataluña aporta más de lo que recibe. “Es el mismo alegato que de forma individual realizan a diario todos los contribuyentes de rentas elevadas”.
Es el mismo coñazo que vienen proponiendo para la U. E., desde antes de la crisis, los nacionalistas germánicos o bávaros y los merkelianos (nada de armonía fiscal y de una fiscalidad común distributiva), con la diferencia de que al menos éstos administran sus recursos mejor que los catalanistas (responsables de los mayores «robatoris» y derroches del erario público y del despilfarro español en las últimas décadas y por ello una de las autonomías más endeudadas), aunque tienen en común (como los vascos) que buena parte de esos recursos ha sido captada como plusvalías que extraen de los parásitos, vagos y derrochadores del Sur (Un nuevo inciso: los de Sur ya tenemos bastante con sufrir a la Junta y los EREs de la casta burocrática que se ha apoderado de las instituciones, para tener que soportar además las andanadas del Gobierno de Madrid y los insultos y descalificaciones recurrentes de los catalanistas. No nos consuela saber que, aun menos endeudada que Cataluña, la Junta es de las que salen peor paradas con el actual sistema de financiación autonómica, peor incluso que Cataluña, pero ambas mejor que Madrid).
¿Cómo se explica entonces tanta amnesia ciudadana sobre los males propios, tanta fanfarria soberanista de las minorías nacionalistas? Tantos años de sistemática e impune “sustitución” y reconversión lingüistica, cultural, ideológica, tantos años «trabajando» y falseando la historia en los centros escolares, tantos años de apropiación del espacio público por la «sociedad civil» catalanista (generosamente subvencionada por las instituciones catalanas e incluso europeas, financiada por «reptiles» y mimada por los partidos políticos), tantos años de violencia simbólica, han acabado por invertir, en la vida pública y la política, lo constitucional por lo identitario, la ciudadanía por el «pueblo», la democracia por la tribu o la casta, lo público por lo «propio», la soberanía de los ciudadanos por la voz de la “calle”.
Es algo que afecta no solo a los que se manifestaron y a diario se arrogan la representación de Cataluña o del pueblo catalán, sino a todos los ciudadanos catalanes (y, por supuesto, españoles). Nos afecta a todos, porque es imposible salir de esta crisis económica sin tocar a fondo el modelo de Estado y la reforma de la Constitución. Es imposible salir de éstas con un mínimo de equidad si no se saldan responsabilidades con los financieros, los políticos y las castas autonómicas, si no se ataja ese enorme agujero negro clientelar, en el que los partidos (la práctica totalidad del régimen de partidos) son clientes y mediadores de los bancos, los políticos sus agentes de cobro y las castas y burocracias autonómicas verdaderas sanguijuelas que viven del despilfarro del erario público; o sea, no empezaremos a salir de este dramático túnel si los ciudadanos no empiezan a «rescatar» su soberanía y el control de sus tributos. No permitir que los “otros” metan las narices en los “asuntos propios”, no permtiir que los contribuyentes (constitucionalmente, ciudadanos con ciudadanía española) metan mano en los asuntos de las castas políticas de partidos, sindicatos y de las sectas identitarias: esa es la huida hacia adelante de los nacionalistas y, exactamente en la misma medida, de las oligarquías financieras y de las castas de la partitocracia española y de las regiones ricas de la U. E. con su lenguaje de los rescates y de la condicionalidad.
Esa huida adelante es consustancial a la naturaleza de los nacionalismos; hay una ingenuidad que me pasma cuando algunos me hablan de las razones de los nacionalistas, de la necesidad de comprensión y diálogo o de la imposición de unas reglas de juego a las que tengan que atenerse. Los nacionalistas no se mueven por cálculos contables de la independencia, que no les salen; a pesar de todo, España les es un buen negocio, mejor seguro que el de la independencia sin ventajismos. Más impensable aún es que quieran salir de la eurozona, durante la travesía del desierto que marca el acuerdo europeo de 1977. Lo que persiguen los nacionalistas es la permanente fronda diferencialista, el perpetuo victimismo de los ricos y de las regiones ricas contra la unidad fiscal, las políticas distributivas, la mutualización de la deuda y, en suma, contra el llamado Estado del bienestar, o sea, contra la democracia.
Si se prescinde de que no son los territorios sino las personas físicas y jurídicas los que pagan los impuestos y de que todos los ciudadanos españoles, en igualdad de condiciones, pagan lo mismo residan donde residan, si se prescinde de ese principio estamos creando un abismo de desigualdades en función de los «territorios» (con engendros como el del federalismo “asimétrico”, que se aviene con la democracia y el federalismo como podría avenirse con la democracia la “democracia orgánica” del franquismo); y, proyectándolo a Europa, estamos hipotecando cualquier futuro democrático de la U.E; son estos “europeístas” carolingios los que están provocando un descarrilamiento definitivo de la democracia en la eurozona
¿Aceptarían los barceloneses (o los del barrio de la Mina) que, como los de San Gervasio pagan más, éstos tienen derecho a constituirse en identidad diferenciada del resto y reclamar la compensación por el déficit fiscal? ¿Aceptarían los de Tarragona que, como Barcelona paga más, se concentraran los servicios sociales y públicos en Barcelona capital? Sencillamente ¿aceptaríamos que como los ricos pagan más tengan mejores servicios y prestaciones públicas?
Están dando lugar, además, a que mucha gente de dentro de Cataluña y, sobre todo, de fuera, comience a repudiar a una gente que, como territorio, esgrime el “déficit fiscal” para alcanzar un estatus diferenciado, a la vez que encubre el superávit comercial con el resto de España y la tajada del capital social y plusvalías que se llevan de los demás españoles, gracias a la desigual localización de entes financieros y empresas y gracias a una relación económica con el resto, que, si no fuera porque se trata de un mercado común (el español), sería un manifiesto ejemplo de colonialismo económico.
Tal y como se van sucediendo las opiniones y actitudes, no sabe uno quién va a estar más harto al final. No me extrañaría, dadas las dificultades que tendrían los soberanistas catalanes de obtener una mayoría holgada en un referéndum pro independencia en la propia Cataluña, que la vía más efectiva y segura fuera que se planteara en toda España, de acuerdo con la vía constitucional; es probable que una mayoría de ciudadanos españoles se pronunciara por que se vayan, abriendo así puertas al consenso para llegar a la consumación del objetivo “Freedom for Catalonia”.
Hay gente (como muchos socialistas, comunistas, ex comunistas, los de la «izquierda plural», progres y tantos otros) que piensa que este tsunami identitario, es la consecuencia natural del centralismo prepotente y que nos trae aromas de Montserrat y aires de modernidad o civilización. El problema político se sigue planteando con los parámetros anacrónicos, historicistas y metafísicos de que si Cataluña-España, que si España-Cataluña, que si el Estado plurinacional, que si la “cuestión nacional”•, que si el “problema catalán”… Tales formulaciones me parecen puras ucronías escolásticas, como las del ser de España, pero, sobre todo, puras excrecencias metafísicas en una democracia, es decir, en una sociedad política de ciudadanos libres y soberanos, por muy imperfecta e inconclusa que ésta sea.
El “problema catalán” no es el problema. El problema que tenemos en la democracia española es un problema político, un problema de graves déficits democráticos (no precisamente de déficits fiscales territoriales, sino de déficits políticos territoriales, además de estatales). Los nacionalismos no hacen sino agravar la crisis de la democracia. Como decía tu paisano J. A. González Alcantud, “el problema sustancial, si admitiéramos (como los norteamericanos) que la naturaleza de la crisis es más política que económica, remite a la calidad democrática de los diferentes Estados. España (…) no parece presentar ahora paradójicamente un balance democrático muy saneado (…). Envilecida, la clase política necesita ser oxigenada con nuevos sujetos que no vengan con cara de hambre canina a meter las garras en la bolsa de lo común. Para ello se debe adoptar medidas urgentes, de auténtica y verdadera salud públicas, que saneen el cuerpo político. Algunas de ellas la opinión pública las viene demandando desde tiempo atrás (…, entre ellas la eliminación de privilegios de la “casta parlamentaria” regional, nacional y europea, y el “de instituciones clientelares”). Nuestra Transición que los aupó al poder necesita una segunda vuelta. … Algún partido, movimiento o grupo tiene que comenzar a caminar en esa dirección…”.
Rafa Núñez.