Individualismo colectivo

Cuadro

Los nacionalismos separatistas se comportan al modo de esos individuos  insufribles que constantemente se están vanagloriando de lo excelso de sus dones

Hace tres décadas, el antropólogo francés Louis Dumont sostuvo una teoría interesante. A su juicio, las características más negativas, arrogantes e insolidarias del peor individualismo (negarse a lo común, a la igualdad de derechos con los diferentes, a renunciar a privilegios para potenciar la armonía social, a imponer valores y creencias persiguiendo a los discrepantes, etcétera) no se dan solo en individuos, sino también en grupos o colectivos. Es decir, hay colectividades que se individualizan negativamente dentro de comunidades mayores, o incluso de la universalidad humana, para afirmar sus ambiciones particulares por encima y contra los derechos de los demás. Dumont señalaba a los nacionalismos del siglo XX, empezando por el nazismo hitleriano, como ejemplos no de colectivismos extremos, sino más bien de extremados individualismos colectivos.

Valga lo que valga esta teoría, que resumo de memoria y quizá de manera injustamente simplificadora para el pensamiento de su autor, creo que tiene cierta utilidad para enjuiciar las dificultades por las que atraviesa hoy la democracia española. Los nacionalismos separatistas se comportan al modo de esos individuos insufribles que constantemente se están vanagloriando de lo excelso de sus dones, de lo guapa que es su familia y lo único y excelente que resulta su linaje frente a la vulgaridad opaca del común de los mortales. ¿Cómo se les va a confundir a ellos con los demás? ¿Cómo se les va a degradar a la altura de sus vecinos o confundirlos en una misma unidad con ellos, por muchas ventajas que hayan obtenido en el pasado y obtengan en el presente de su pertenencia a esa comunidad?

Cualquier reducción de su excepcionalidad es vista como una agresión a su idiosincrasia cultural, víctima de la exigencia de homogeneidad propia de un país plural pero unido en aspectos básicos. Tal es por ejemplo la disputa en torno a la inmersión lingüística en Cataluña. Si los tribunales superiores o el Ministerio de Educación deciden defender el derecho de los catalanes a ser educados si lo prefieren en castellano, sin que ello elimine el derecho de otros a preferir como lengua vehicular el catalán, ello es visto por los nacionalistas como un feroz ataque a su identidad propia. El mal no estriba en que se les prohíba estudiar como ellos quieren, sino en que se permita a otros estudiar en una lengua distinta, que resulta ser además la común del Estado constitucional del que forman parte. Esa reivindicación de un derecho elemental, que atiende a la realidad social de la Cataluña de hoy, es presentada como una muestra del “españolismo más rancio”, como si proclamar para justificarse la milenaria existencia de una Cataluña anterior a España fuese una muestra de lozanía intelectual y política.

Y lo mismo puede decirse de la reivindicación de un “derecho a decidir” que en realidad consiste en la exclusión del derecho a decidir del resto de los españoles sobre algo que les afecta indudablemente, como la posible independencia de Cataluña. Según tal planteamiento, es impecablemente democrático que una gran mayoría de los ciudadanos del país del que hasta hoy forman parte –y no precisamente desde ayer– deban verse privados de voz y voto respecto a una pérdida crucial de su soberanía. Creo que hablar de individualismo colectivista insolidario y posesivo no es muy desacertado para caracterizarlo.

Fernando Savater

Tiempo (6.02.2013)

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