Al terminar la guerra, la mayor parte de burguesía catalana archivó el discurso nacionalista y desarticuló la Lliga Catalanista. De hecho, algunos miembros destacados del catalanismo político asumieron la nación española como propia. En este sentido, Francesc Cambó dijo lo siguiente: “Como catalanes, afirmamos que nuestra tierra quiere seguir unida a los otros pueblos de España por el amor fraternal y por el sentimiento de la comunidad de destino […] contribuiremos con el máximo sacrificio a la obra común de la liberación de la tiranía roja y reparación de la grandeza futura de España”. Por esa razón, el discurso nacional quedó prácticamente monopolizado por las fuerzas vinculadas al movimiento obrero. Sus máximos exponentes fueron el Partit Socialista Unificat de Catalunya (surgido de la unión de Unió Socialista de Catalunya, el Partit Comunista de Catalunya, el Partit Català Proletari y la Federación Catalana del PSOE), la Comisió Obrera Nacional de Catalunya (organización homóloga a Comisiones Obreras en Cataluña) y el Sindicat Democràtic d’Estudiants.
Durante esta etapa, el programa político del catalanismo se podía sintetizar en los siguientes puntos: restablecimiento de la lengua catalana en la esfera pública, reconocimiento del derecho de autodeterminación y restitución del estatuto de autonomía de 1932. Entre 1971 y 1977, estas propuestas se articularon a través de la llama Assemblea de Catalunya. En ella, confluyeron, además de las organizaciones ya citadas, otros partidos políticos (Moviment Socialista de Catalunya, Esquerra Republicana de Catalunya, Unió Democràtica de Catalunya, Front Nacional de Catalunya y varios grupos políticos que en 1974 terminarían fundando Convergència Democràtica de Catalunya) organizaciones sindicales (Unió Sindical Obrera de Catalunya, Unió de Pagesos, etc.) y organizaciones cívicas de todo tipo. El carácter de este espacio era claramente popular y antifascista. Una buena muestra de ello fue que, durante aquellos años, el propio Jordi Pujol se autodenominó socialdemócrata y partidario del “modelo sueco” de estado del bienestar. Años después, en una entrevista para TVE, negó su adscripción socialdemócrata y afirmó que había adoptado esa denominación para no quedar en una posición marginal dentro de la Assemblea de Catalunya.
En 1980, meses después de la entrada en vigor del Estatuto de Autonomía de 1979, se convocaron unas elecciones al Parlament de Catalunya que, contra todo pronóstico, ganó Convergència i Unió (CiU) que pudo gobernar gracias al apoyo de Esquerra Republicana de Catalunya. Desde entonces, la federación nacionalista ha sido la fuerza mayoritaria en el Parlament de Catalunya ganando en número de escaños todas las elecciones que se han celebrado hasta la fecha. Esta hegemonía institucional, reforzada con una hegemonía cultural ejercida a través de numerosos intelectuales orgánicos, les ha permitido liderar el nacionalismo catalán y mantener, incluso en la oposición, un control férreo de la política catalana. Por otra parte, CiU nunca ha renunciado a influir en la política estatal. Por ello, ha ofrecido estabilidad a ejecutivos socialistas y populares a cambio de mayores cuotas de autogobierno. En este mismo sentido, intentó articular una organización de ámbito estatal apoyando tácitamente al Partido Reformista democrático de Antonio Garrigues en las elecciones generales de 1986.
En definitiva, en la mayor parte de su historia, la hegemonía del nacionalismo catalán ha recaído en fuerzas conservadoras que se han mostrado favorables a participar en la construcción del estado español y no han dudado en aliarse con las clases dominantes del resto del estado para frenar los avances del movimiento obrero. Así pues, la deriva independentista de CiU resulta novedosa en la medida en que esta propuesta nunca había figurado en el programa político de un partido nacionalista conservador de raíz burguesa. A mi entender, CiU ha modificado su discurso para no perder su posición hegemónica en el proceso de construcción nacional de Catalunya. Así pues, parece que, en esta nueva fase histórica, el nacionalismo hegemónico catalán ha modificado su estrategia renunciando a participar en la construcción del estado español y apostando por la creación de un estado propio. Curiosamente, esta nueva etapa coincide con una crisis generalizada del estado-nación a nivel mundial.
Por último, debemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Cuál es la base de apoyo más relevante del movimiento independentista? ¿La pequeña burguesía y los profesionales liberales inmersos en un proceso de proletarización? ¿La burguesía catalana vinculada a sectores exportadores que no dependen del mercado español? A decir verdad, no existen estudios concluyentes acerca de la composición social del movimiento independentista. Sin embargo, podemos afirmar que, en su fase actual, el programa político del nacionalismo catalán hegemónico es de corte neoliberal.
Albert Ferrer Sánchez, Mundo Obrero, 29-03-2013