Si tuviera que hacer una frase para la historia, después de 25 años entregado a un diario de Barcelona, sólo lanzaría una expresión de reproche: cómo fue posible que destrozaran esta ciudad que era cómoda, amable, paseable siempre –¿alguno de esos bonzos municipales ha intentado alguna vez caminar por la Diagonal?–, con un clima amable y una población discreta y poco entrometida. Una singularidad peninsular que rompieron los talibanes cuando recorrieron la ciudad denunciando quién tenía los carteles correctos y quién estaba fuera de la norma lingüística. La ciudadanía siguió impecable, pero el nuevo fascismo nacionalista, descendiente de los viejos tiempos nacional-católicos, enseñó la cara.
Gregorio Morán (1947), escritor y periodista