Los nacionalismos cuando empiezan a surgir nadie se los toma en serio; pero, acaban creciendo, fruto de los intereses coyunturales de las élites locales y de los prejuicios y la falta de formación de sus sirvientes, y generando un odio hacia el diferente que irremisiblemente acaba haciendo mucho daño, engendrando recurrentemente nuevos nacionalistas ejecutores dispuestos a todo, incluso a falsear la realidad. No importa que se presenten como invitados en tertulias circenses en horas de mayor audiencia en las televisiones sufragadas con los recursos públicos de todos, ni como plumas a sueldo en uno de los diarios de los de mayor difusión que aún sobreviven gracias a la subvención. No importa que llenen esos espacios gracias a que otros fueron censurados y eliminados de los mismos. Su fin justifica los medios
‘Si tuviera que hacer una frase para la historia, después de 25 años entregado a un diario de Barcelona, sólo lanzaría una expresión de reproche: cómo fue posible que destrozaran esta ciudad que era cómoda, amable, paseable siempre -¿alguno de esos bonzos municipales ha intentado alguna vez caminar por la Diagonal?-, con un clima amable y una población discreta y poco entrometida. Una singularidad peninsular que rompieron los talibanes cuando recorrieron la ciudad denunciando quién tenía los carteles correctos y quién estaba fuera de la norma lingüística. La ciudadanía siguió impecable, pero el nuevo fascismo nacionalista, descendiente de los viejos tiempos nacional-católicos, enseñó la cara’ (Gregorio Morán, en un artículo publicado en La Vanguardia el 13 de abril de 2013).
En este artículo hablaré, dando ejemplos cotidianos, de mi experiencia de toda una vida residiendo en Cataluña siendo hijo de emigrantes andaluces y habiendo vivido siempre en esta ciudad, donde estudié en un colegio de curas y en una universidad púbica. Aquí, en definitiva, vivo y trabajo actualmente; por lo que la perspectiva y el conocimiento de los temas que aquí se cuecen, creo, modestamente, tienen un calado más hondo que el que refleja Mel Domínguez –de 27 años y entre nosotros desde 2011, en su popular vídeo aparecido en Youtube-; un vídeo que rápidamente ha apaciguado la conciencia de aquellos que, a sueldo, viven de propagar el mensaje políticamente correcto aquí, el nacionalista, en sus variadas versiones, a través de los medios de comunicación. Así Enric Sierra, haciendo referencia al mismo, en su artículo Odiar a los catalanes concluye: ‘Los conflictos inventados o falsos son todavía más complicados porque no hay nada que solucionar. Algo así sucede desde hace años con el inexistente lío del catalán en las escuelas. ¡Qué cansino!’. Hipócritas.
Empezaré por el final. Como miembro de Alternativa Ciudadana Progresista (ACP), asistí con un grupo de asociados y simpatizantes el pasado 14 de abril a una concentración por la república celebrada en la Plaza de San Jaime (Barcelona). Sorpresivamente un reportero de Barcelona Televisió (BTV), la cadena local pública del Ayuntamiento de Barcelona, pidió entrevistar al presidente de la entidad. Conociendo la exclusión sistemática que del español se realiza en los medios de comunicación de titularidad pública catalanes, contesté a las preguntas en el idioma de Cervantes y no dejé lugar a dudas sobre mi opinión respecto a que una república española no es que sirviese a Cataluña, sino que serviría a los trabajadores y ciudadanos de ella que tiene más en común con los de Andalucía o los de Asturias que con los de la burguesía, de aquí o de allí, que siempre han contribuido a dividirnos. Evidentemente, mi respuesta se silenció; ni rastro en las noticias de la televisión pública local, donde lo español y lo no nacionalista no tienen cabida en la opinión.
Unas semanas antes, había acudido a los juzgados de lo contencioso administrativo en compañía de unos conocidos de otra Comunidad Autónoma que encontraron dificultades al ser todos sus rótulos indicativos exclusivamente en catalán. Presenté la correspondiente queja, en su nombre, cuya respuesta oficial, en la línea del contenido del vídeo, viene a decir que como ambas lenguas son románicas no se ha de tener problemas para entender lo que allí se diga con un pequeño esfuerzo y, en todo caso, el personal de la entrada, gustosamente, atendería cualquier duda al respecto que pudiera presentarse. Olvidan lo que significa el estándar de oficialidad de una lengua o, sencillamente, no quieren entenderlo.
Otro tanto pasa con las señales de tráfico, mayoritariamente y pese a lo que preceptúa la ley, no respetuosas con el bilingüismo, lo que hace que a menudo las infracciones de tráfico queden sin su correspondiente sanción por no respetar la lengua común de los transeúntes, como ha denunciado en diversas ocasiones este diario digital.
Tengo mujer e hijastras en otra Comunidad Autónoma. Cuando pensamos en su educación nos plateamos traerlas a Barcelona. Rápidamente lo descartamos, pues, sabíamos de primera mano las grandes dificultades que tienen los estudiantes y profesores para poder expresarse en la escuela pública y también en las universidades en otra lengua que no sea el catalán. Todo ello pese a las resoluciones de los tribunales de justicia que hablan de ‘convivencia armónica’ y del ‘equilibrio inexcusable entre lenguas igualmente oficiales’, pero que, sin embargo, los máximos responsables públicos manifiestan, pública y abiertamente, no tener la menor intención de respetar.
Mis padres son mayores y han de acudir, lamentablemente, muy a menudo a los servicios públicos de salud. Más lamentable todavía: he tenido muchas veces que traducirles las indicaciones escritas de tratamientos que se les hacía, pues, algún personal sanitario, al parecer, no tiene ni la sensibilidad necesaria con la gente mayor, ni la intención de respetar la legalidad vigente en cuanto al derecho de opción lingüística que corresponde a los ciudadanos de Cataluña.
Un amigo de hace años tenía un local de negocio en la ciudad, con nombre toreramente de ascendencia española. Sufrió en sus carnes la humillación de tener obligatoriamente que cambiar los rótulos de su establecimiento para no desairar al poder hegemónico y ello pese a que se sabe que ello es contrario, por intromisión ilegítima en la privacidad, a la Constitución según ha establecido el Tribunal Constitucional (TC). Por no contar con los problemas que en materia lingüística me encuentro en la administración donde trabajo, en la que todo va sobre ruedas si no osas alzar la voz sobre el respeto debido a las dos lenguas oficiales en Cataluña. Sin preferencias ni discriminaciones, como en cualquier país civilizado o institución internacional sucedería, pero, no al parecer en el que vivimos.
Lo peor de todo y para no extenderme más, querida amiga onubense -aunque quizás seas aún muy joven para entenderlo- es que aquí, si te significas de forma honesta y sensata por la convivencia, la tolerancia, la igualdad y la libertad, rechazando cualquier tipo de discriminación por motivos etnolingüísticos amparándote en el derecho vigente, sufres la marca, más o menos sutil, en forma de marginación, despido, olvido, destierro, acusación de algún grado de trastorno psíquico -si no locura- o, en el peor de los casos, mediante la violencia. Así que cualquier denuncia de la realidad tiene ese halo de heroísmo del que sabe, a priori, los riesgos que asume y llega a la conclusión consciente y valiente, de anteponer su dignidad a la certeza de correrlos irremediablemente.
Por ello quiero destacar la valentía de Gregorio Morán al llamar a sus cosas por su nombre en el artículo que encabeza este escrito. Rápidamente, un oficial nacionalista con mando en plaza se ha encargado de contestarle y marcarlo, Francesc-Marc Alvaro, en su artículo Nosotros los nazis:
‘Hace pocos días, he leído que alguien asociaba sin ninguna vergüenza la normalización lingüística del catalán a los talibanes, al fascismo y al nacionalcatolicismo. Insuperable. De joven hubiera sentido rabia ante el autor de este tipo de ocurrencias, ahora siento pena, me he hecho mayor y la compasión me domina. Es la pena que produce el triste espectáculo del resentido profesional vomitando sobre la realidad, para ahorrarse un médico que le trate los traumas’.
Después se explaya sobre el catalanismo y la dictadura, justificando los desmanes en la legitimidad democrática que les ofrecen las urnas, olvidando que los nacionalsocialistas alemanes también alcanzaron el poder de esa forma, también acabaron conculcando la ley cuando les interesaba y también terminaron eliminando a los disidentes, reales o imaginarios, hombres, mujeres, niños…; acabando uno por llegar a la conclusión de que el resentido parece ser él mismo.
Soy barcelonés, catalán, español y europeo; pero eso sería lo de menos. Lo fundamental es que soy un trabajador y ciudadano con los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro en España porque así me lo reconoce la Constitución.
Alguien que me quiere bien, con mucha verdad en ello, siempre me ha aconsejado: “Vive y deja vivir”. Todo lo contrario de lo que hacen lo totalitarios. Estos dedican su vida, de forma casi enfermiza diría, a crear un nuevo orden paso a paso, sin prisas pero sin pausas, a la medida de sus deseos, gustos, costumbres… sin respetar los de los demás ni tener la menor consideración para con ellos. Siempre, sin excepción, obedecen en última instancia al poder financiero que los patrocina y sufraga; utilizados, en definitiva, como peones al servicio de los intereses particulares que en esta Comunidad representa la burguesía catalana, auténtica genocida de la cultura española a la que considera extraña, peligrosa y un obstáculo, en definitiva, a eliminar para alcanzar sus intereses uniformadores y excluyentes.
Los nacionalismos cuando empiezan a surgir nadie se los toma en serio; pero, acaban creciendo, fruto de los intereses coyunturales de las élites locales y de los prejuicios y la falta de formación de sus sirvientes, y generando un odio hacia el diferente que irremisiblemente acaba haciendo mucho daño, engendrando recurrentemente nuevos nacionalistas ejecutores dispuestos a todo, incluso a falsear la realidad. No importa que se presenten como invitados en tertulias circenses en horas de mayor audiencia en las televisiones sufragadas con los recursos públicos de todos, ni como plumas a sueldo en uno de los diarios de los de mayor difusión que aún sobreviven gracias a la subvención. No importa que llenen esos espacios gracias a que otros fueron censurados y eliminados de los mismos. Su fin justifica los medios.
Por cierto, Mel, hace 50 años, mis padres tuvieron que abandonar su tierra natal en busca de un futuro mejor para ellos y su familia. Veo por tu vídeo que tú también has tenido que emigrar; ha pasado el tiempo y la historia se repite; ¿te has parado a pensar si esto es justo socialmente? ¿Conoces que aquí se difunde, como una idea oficial, que “España nos roba”? ¿Entonces, por qué te ves forzada a dejar tu casa, tu familia y amigos para empezar de cero lejos de tu tierra y no ellos, los supuestamente perjudicados? ¿Te has parado a pensar? Quizás algún día, cuando pase un tiempo, tengas la necesidad de hacer otro vídeo completamente distinto. No esperes, entonces, la publicidad gratuita que obtuviste con el primero. Al tiempo.
Antonio-F. Ordóñez Rivero es letrado, inspector de Hacienda del Ayuntamiento de Barcelona y presidente de Alternativa Ciudadana Progresista
La voz de Barcelona (17.04.2013)
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