¿Desembarcará el PSOE?

Cartel de la transición

El PSC siempre ha sido un partido bastante raro. En primer lugar, por su mismo nombre, Partit dels Socialistas de Catalunya (PSC-PSOE), cuya sigla PSC, que así se denomina oficialmente en sus estatutos, es la de uso público, quizás, en plan malpensado, para esconder la sigla PSOE que sólo asoma tímidamente dentro del paréntesis que no se nombra.

En segundo lugar, y no está desligado de lo anterior, también es un partido raro porque sus resultados electorales son distintos según el carácter de los comicios: triunfan en todas las generales (menos en las últimas) y pierden en todas las autonómicas, siendo muy considerable la diferencia entre los resultados de unas y de otras. Es decir, cuando esconden la sigla PSOE pierden; cuando inevitablemente aparece esta sigla porque se vota, de hecho, al presidente del Gobierno, ganan. En definitiva, y ahí está la rareza, tienen un extraño empecinamiento en esconder aquello que les hace ganar.

En tercer lugar, el PSC es un partido jurídicamente diferenciado del PSOE, es decir, en puridad es otro partido y, por tanto, el PSOE como tal no se presenta en Catalunya, sólo se presenta el PSC. Ahora bien, sus delegados participan en los congresos del PSOE y forman parte de sus órganos de dirección aunque sin ninguna reciprocidad: los representantes de los socialistas españoles no participan en la dirección del PSC. Por último, desde 1982, los diputados del PSC forman parte del grupo parlamentario socialista en el Congreso y, con una excepción, muy reciente, en las votaciones se han sometido siempre a la disciplina de grupo y han formado parte de su dirección.

Así pues, mientras las federaciones socialistas de otras comunidades gozan de un cierto grado de autonomía pero no son un partido independiente sino que están integradas en el PSOE, los socialistas catalanes son un partido distinto que comparte con sus compañeros del resto de España grupo parlamentario y participa, por razones algo incoherentes, en los órganos de la dirección socialista federal.

Una posición de este tipo debe basarse en la lealtad y la confianza mutua. Mientras el PSOE fue un partido potente, en los años de Felipe González, no aparecieron graves problemas, había lealtad y confianza. Sin embargo, en torno al año 2000, las relaciones con el PSOE empezaron a cambiar, empezaron los recelos y suspicacias, en muchos casos más que justificadas.

En efecto, el PSC aprovechó la indudable debilidad del partido español, ya descabalgado del gobierno y dirigido interinamente por Almunia, para abandonar al grupo socialista en el Senado y formar grupo aparte con ERC e IC. Un paso más fue la iniciativa de los socialistas catalanes para la reforma estatutaria, pieza clave del gobierno tripartito, primero con Maragall y luego con Montilla, bajo la mirada complaciente de Zapatero, que les ha conducido a la actual penuria. Durante estos años, el PSC ha llegado a perder más de la mitad de sus votos y diputados. Prisionero de ERC, en lugar de responder a los deseos de sus votantes, los socialistas catalanes buscaron sus votos en el caladero de CiU, acentuando así su nacionalismo y, en consecuencia, tomando distancias del PSOE.

En un mitin de fin de campaña, Montilla le dijo a Zapatero: “José Luis, te queremos mucho, pero aún queremos más a Catalunya”. Cuando uno adopta el lenguaje del adversario, expresando ese amor a una comunidad imaginaria propia de los nacionalistas, es que ha renunciado, quizá sin saberlo, a sus principios y, por supuesto, a convencer a sus votantes. Por este camino anduvo el PSC y así está ahora. Pero en lugar de aprender la lección y rectificar el rumbo, su actual primer secretario, Pere Navarro, acentúa todavía más las diferencias y pretende que los diputados de su partido en el Congreso no estén sometidos a la disciplina de voto en el grupo parlamentario.

Rubalcaba, un líder cada vez más cuestionado, accedió en principio a las peticiones del PSC pero, bajo presión de sus principales barones territoriales, ha debido rectificar. El nuevo protocolo que debía regular las relaciones PSOE-PSC se ha aplazado. En su lugar se ha aprobado un Comité Permanente de Relación Política, es decir, se ha institucionalizado lo que tácitamente ya existía. Las cosas, pues, están como estaban.

El problema del PSC en Catalunya es que, para complacer a su ala nacionalista, se ha situado en tierra de nadie y va camino de perderlo todo. Hasta sus adversarios –CiU y ERC– se alegran de sus posiciones frente al PSOE. En cambio, la mayoría de sus habituales votantes están desconcertados porque cuando se disponen a depositar su papeleta en las urnas no saben ni a quiénes votan ni qué es lo que votan. ¿Votan al PSC, votan al PSOE?

Efectivamente, si ambos partidos son distintos y opinan distinto, esta duda es natural y quizás opten por votar a otro partido o abstenerse: no me extraña que algunos socialistas españoles persigan el desembarco del PSOE en Catalunya tal como desean desde hace tiempo muchos socialistas catalanes.

Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

La Vanguardia (17.07.2013)

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