El bipartito

El bipartidismo necesita en lo accesorio y más visible, la imagen de una permanente confrontación entre dos proyectos supuestamente antagónicos

No ha lugar a sorpresas, asombros o frustraciones, la Proposición no de Ley por la que PP y PSOE acuerdan llevar una posición común a Bruselas es de todo menos incoherente, atípica o fuera de lugar. La memoria, los archivos y los Diarios de Sesiones tanto del Congreso de los Diputados como el del Senado son abrumadoramente explícitos e ilustrativos; ambas formaciones políticas consensúan y han consensuando todos aquellos contenidos políticos que sirven para mantener, mejorar o impulsar el vigente orden económico, social e ideológico. Hace dos años exactamente consiguieron una reforma constitucional lesiva para los intereses de la ciudadanía; toda una traición para con sus compatriotas.

El bipartidismo español constituyó una apuesta del Departamento de Estado de EEUU desde el año 1945. Documentos de aquella época, desclasificados en la actualidad, ilustran acerca de que desde entonces los norteamericanos apostaron, tras Franco, por una Transición pacífica que culminaría en una alternancia entre dos partidos políticos, uno denominado socialista y otro demócrata. USA sabía perfectamente lo que aquí ya hemos empezado a aprender aún a costa de superar contumacias, cegueras y campañas mediáticas: el bipartidismo es el mejor modelo para mantener una misma política pero con dos marcas distintas, una aparentemente más suave y la otra en el rol del poli malo. A poco que pongamos nuestra memoria a refrescar, veremos un hilo conductor de reformas del mercado laboral, privatizaciones y contrarreformas fiscales que recorre los gobiernos de González, Aznar, Zapatero y culmina de manera paroxística en Rajoy.

En la España de la Transición se cultivó un relato oficial consistente en fijar la atención sobre los aspectos externos del funcionamiento político: elecciones, instituciones emanadas de las urnas, contraste de pareceres en unos medios de comunicación, libres e independientes y una actividad sindical muy ligada al incremento afiliativo y también a las responsabilidades de Estado. Los partidos políticos desempeñaban su rol dentro de la sinfonía que, tras el 25 de Diciembre de 1975 y sobre todo tras el 24 de Febrero de 1981, era la partitura única.

En esa nueva atmósfera de homologación y normalización los papeles estaban asignados dentro de la misma concepción de política económica, social, exterior y del mismo proyecto europeo. OTAN, Iraq, Yugoslavia, Maasttricht, Amsterdam, Niza, Lisboa, Pacto de Estabilidad y Crecimiento, Pacto por el euro, Directiva de Servicios, etc. son los hitos que van jalonando el proyecto único, el discurso único, y el mercado único.

Esta política común, cual moneda con dos caras, necesita para su legitimación aparecer como zona común de la llamada Política de Estado; es decir como núcleo intocable para los intereses partidistas. Ni que decir tiene que ese montaje degrada los proyectos políticos y los programas consecuentes con los mismos, a la condición de meras anécdotas propias de la permanente lucha electoral. La Política se transforma entonces en una obra única por cuya interpretación en la escena los actores contienden ante la opinión pública y la publicada. El espectáculo no sugiere, provoca o conciencia, simplemente entretiene.

Pero aquí en España, el bipartidismo se ha beneficiado de ciertas posiciones que reclamándose de izquierdas, mantienen la ficción que parece deducirse de las siglas, su historia o lo que se llama, con notoria ligereza izquierda sociológica. No ha bastado que una y otra vez la coincidencia de proyecto global se haya impuesto sobre las necesidades de la gente; la apelación a la unidad de la izquierda, el frente común o el juntos podemos se han ido encargando de mantener la noche en la que todos los gatos son pardos. Esa ficción de hacer de la derecha una simple cuestión de siglas y no de proyectos y valores ha sido, y continúa siendo, el auto-engaño de sectores políticos y sindicales. Y ya, cuesta abajo en la pérdida de la perspectiva, lo electoral es el único campo en el que las palabras derecha e izquierda cobran sentido. Así se asesina a la Política.

¿Estamos condenados entonces a no dialogar, acercar posiciones o buscar determinados consensos y pactos si se disiente en programas, valores y estrategias? No seré yo quien niegue el valor, la utilidad o la necesidad de pactos y acuerdos. El pacto forma parte de nuestras vidas personales y diarias. En casa, en el trabajo, en las relaciones sociales estamos permanentemente pactando, consensuando, buscando ámbitos de mayor acuerdo que faciliten el vivir siquiera soportable. Y si eso pasa en la cotidianeidad no digamos en política; el pacto es a la política como el camino al viajero.

Lo que ocurre es que cuando se pacta se deben tener claras tres cosas: qué se pacta, con quién se pacta y por qué se pacta. Y desde luego no es aconsejable el desenfoque con que determinados acuerdos son presentados. Los pactos son hijos de la coyuntura y como tales se deben asumir, presentar y desarrollar. El lenguaje de epopeya, la propaganda hiperbólica o las atmósferas de irrealidad carecen de sentido en estos casos.

Los acuerdos entre PP y PSOE no son coyunturales ni tampoco flor de una día. El proyecto europeo que ambos defienden y desarrollan no permite juegos de confrontación dialéctica; son muchos los intereses comunes en juego. Tanto que si las cosas siguen en esta pendiente de degradación, el recurso a la gross coalition será inevitable. Claro está que eso será en el último extremo porque el bipartidismo necesita para supervivir mantener, en lo accesorio y más visible, la imagen de una permanente confrontación entre dos proyectos supuestamente antagónicos.
Julio Anguita, Mundo Obrero, 16-07-2013

Sé el primero en comentar en «El bipartito»

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.


*


Traducción »