Los editores son gente muy rara, pero los autores debemos tener la precaución de no decírselo nunca, porque no reaccionan bien. Detrás de todo editor hay dos personas distintas y un solo dios verdadero. Inevitablemente el dios se llama adelantos, mercado, comercio, competencia, promoción, rentabilidad… Tiene muchos nombres y un único sentido: si no consigue vender los libros que contrata y las librerías hacen como si no existiera, en muy poco tiempo dejará de ser un editor para convertirse en un incompetente.
Si tenemos en cuenta que detrás de todo autor hay un vendedor de humo, habremos de ser benévolos con los editores. Si nos creyeran a nosotros, con toda probabilidad estarían arruinados. También es verdad que si nosotros nos fiáramos de ellos, nuestro mejor libro sería un manual de autoayuda o una novela entre gótica y negra. Somos matrimonios demasiado acostumbrados a hacernos trampas y esto hace de la convivencia entre editores y autores un ejercicio entre divertido y peligroso; como el póquer descubierto. Pero Manolo Fernández-Cuesta, editor y además amigo, con larga trayectoria empresarial en algunos emporios, ahora ya tronados, del mundo editorial, merece un homenaje.
Aunque no nos atrevamos a decirlo, los editores se dividen principalmente en dos especies: los que leen y los que no. (No se extrañen. Yo conozco ilustres periodistas que no sólo no han leído un libro en su vida, sino que ni siquiera superan el hojear de un periódico y en ocasiones hasta el mismo que dirigen ellos. ¿Para qué, si todo lo que va dentro lo han dictado?) Conocí a un ilustre director de un vendidísimo diario de Bilbao que sólo miraba la primera página y los anuncios de prostitutas; no para usarlos, sino para saber cómo estaba el mercado femenino. ¡Eso es tan importante como la bolsa!, decía.
A Manolo Fernández-Cuesta sólo le ponían de uñas las preguntas sobre los Fernández-Cuesta, una mesnada familiar del franquismo y sus aledaños que daría para un serial televisivo. En todo lo demás era un tipo cariñoso, entusiasta, servicial, y sobre todo astuto. Sabía de libros, porque leía, y era un negociador correoso que estaba al tanto de lo que costaba un libro y, sobre todo, venderlo. Siempre pensé que si algún día yo pasaba por una mala situación, un editor como Manolo me echaría una mano. Eso para los autores es como un salvoconducto. Se murió de un infarto, y solo, que es posiblemente la peor muerte para un hombre celoso de su intimidad. En Barcelona vivía en buena compañía –me lo había dicho–, pero en Madrid no. El destino le tocó el hombro en Madrid y se jodió. Hubiera llegado lejos, tenía planes más que interesantes tras dejar la editorial Península-Ediciones 62 con una buena indemnización.
Esta sabatina sobre “libros imposibles” estaba pensada para un libro que él acababa de editar. No me imaginé que iba a ser el último de los suyos. Lo que me consiente el desagradable privilegio de hacer mención a un texto, magnífico, y a un editor cuyo último producto puede garantizar que será un desastre en el mercado, por su título, por su portada, por cómo lo han montado, pero que a pesar de todas esas dificultades impostadas por una editorial en tránsito hacia otros horizontes, puede hacer de un editor como Manolo Fernández-Cuesta el personaje que siempre fue. Capaz de tener un pie en el estribo del cese en su editorial y ocurrírsele editar uno de los libros más sobresalientes que han aparecido en España en lo que va de año. En el 2006 se vendieron de este libro 250.000 ejemplares en Holanda, donde son muy poquitos, tienen mejores canales televisivos que nosotros y además leen.
Este es un artículo en memoria de Manolo Fernández-Cuesta, editor, muerto de un infarto en Madrid, a los 50 años, cuando aún estaba por darlo todo, porque tenía talento para hacerlo. Por lo tanto que nadie lo interprete como una broma, todo lo más como un sarcasmo. El libro se titula Hello everybody, lo cual a cualquier visitante de librerías le dejará de un pasmo pensando que se ha equivocado de expositor. La portada representa algo que podría ser un carro de combate y unas llamas lo suficientemente fuertes de colores como para tapar el subtítulo Imágenes de Oriente Medio. Su autor, un periodista holandés de nombre para nosotros impronunciable, Joris Luyendijk. Tenemos que meternos en la cabeza nuestras limitaciones.
En un mundo tan provinciano como el nuestro, un nombre como Joris Luyendijk, holandés, resulta una incomodidad para el comprador y para el librero. Y sin embargo yo les digo que Hello everybody, subtitulado Imágenes de Oriente Medio, es uno de esos libros imprescindibles para cualquiera que quiera reflexionar sobre dos cosas trascendentales en el mundo que vivimos: cómo trabaja un periodista decente en una zona de conflicto, donde la manipulación está a la orden del día, y cómo recibimos la información en la absoluta evidencia de que nos están manipulando.
Joris Luyendijk, del que lo único que conozco es este libro suyo, desolador y sincero, auténtico semillero de ideas para cualquier estudiante de periodismo y que con toda probabilidad no leerán ni los alumnos ni aún menos los profesores, inmunes a la información desde que lograron muñirse una cátedra. Luyendijk abandonó Holanda tras el éxito conseguido porque al parecer no le compensaba ante las mesnadas de sionistas, lobbies y ciudadanos descerebrados, y se marchó a Gran Bretaña. Trabaja en The Guardian.
¡Qué relatos, señores, qué relatos! Qué prodigio de humor compitiendo con la gracia árabe. ¿A que no sabían ustedes que los árabes son agudos constructores de chistes sobre sus dictadores, sus fanáticos y sus políticos corruptos? Yo lo aprendí en este libro lleno de vida y de frustración. El intento de un periodista occidental por hacer entender a los suyos que la realidad no es un esquema, ni una cadena de tópicos, ni una obsesión tapizada por el terrorismo.
Su Hello everybody (Península) es un tratado sobre la vida social de un periodista en situaciones de conflicto. Un homenaje a la transigencia, una denuncia de la persistente manipulación de los poderes de los lobbies sionistas o las dictaduras criminales de los árabes. Un libro que respira libertad por todas sus páginas y que le deja a uno con la sensación de que los periodistas decentes escriben sus testamentos en unos libros que casi nadie va a leer. Este Hello everybody, por ejemplo, que más de uno pensará que está en un estante equivocado y que él lee inglés con dificultades.
¿Quién se atreve a exhibir las tripas de la información? Pues ahí hay uno, Joris Luyendijk, que no tiene ningún rubor en reconocer que no basta el miedo para hacerte mudo. ¡Contar el mundo árabe a los holandeses! ¿Se imaginan en España? Ahí está la derrota contemporánea del periodismo, su inutilidad. No somos creíbles, hemos dejado el honor del gremio a un nivel muy bajo. Se escribe para conversos, que se consideran liberales de toda la vida.
Los árabes suelen pronunciar “Hulanda”, como nosotros decimos Holanda. No me resisto a reescribir, aunque sea torpemente, la entrevista de Luyendijk en Palestina con un hombre vinculado a la fundamentalista Hizbulah, un anciano responsable de los niños cuyos padres murieron en atentados israelíes. En este país de estúpidos futboleros con aspiraciones metafísicas, tiene un valor excepcional:
“Me senté con él y, lleno de orgullo, le comenté que había entrevistado a su líder (de Hizbulah). El hombre parecía escasamente interesado, pero de repente dijo: ‘¿Eres de Hulanda?’. Su rostro se iluminó. ‘Por fin –dijo– encuentro a alguien a quien puedo preguntar por qué un país con tan buenos jugadores nunca ha sido campeón del mundo’”.
No tengo ni idea de si corresponde a la verdad o no, pero cuando pienso que Manolo Fernández-Cuesta dejó como si fuera el último huevo de la gallina de oro editorial este Hello everybody, me siento satisfecho, porque el mundo de los libros no ha muerto. Gracias a él y al holandés Joris Luyendijk.
Gregorio Morán
La Vanguardia (20.07.2013)
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