La tragedia de Lampedusa, con sus centenares de víctimas, es una más de las que se han producido y se producen casi a diario en aquella parte del Mediterráneo. Sin olvidar otras partes más cercanas. Las personas que lo arriesgan todo en una frágil barca o en un barco saturado, después de pagar cantidades que no tienen a las diversas mafias criminales que les engañan, emigran, huyen de una realidad, por dos razones principales: por la miseria o por la guerra, o por las dos cosas al mismo tiempo.
El capitalismo realmente existente, el que hace pobres y miserables y luego crea fundaciones caritativas, actúa de forma sistemática y normal en dos frentes: el saqueo colonial de las riquezas de los pueblos; y el dumping social, importando un ejército laboral de reserva para abaratar la mano de obra y reducir los derechos laborales y sociales de los trabajadores/as de las metrópolis. Lo cual produce la miseria en las zonas expoliadas y la xenofobia en los países receptores cuando llegan las crisis periódicas del sistema.
El capitalismo empobrece a países y zonas enteras, impidiendo su desarrollo, no por una especial maldad, sino porque su forma de actuar no tiene nada que ver con el desarrollo social y humano de los pueblos, y sí con la manera de obtener las máximas ganancias en el tiempo más breve posible, tanto en las zonas colonizadas como en sus propios países. Si no fuera así, ¿alguien podría entender que después de tantos años de políticas caritativas continúe la miseria para tanta gente, o que el único programa para erradicarlo es el de reducirlo en unos cuantos años, algo que nunca se cumple?
Sólo programas generales de desarrollo humano y social y planes concretos para aplicarlos en cada realidad, avanzarán en la solución del problema número uno de la humanidad. Nunca las organizaciones internacionales (ONU, UE, FMI, BM….) han hecho un verdadero programa en este sentido: poner los recursos de cada país o zona empobrecida al servicio de sus gentes y desarrollar una agricultura para el consumo de los pueblos productores y no para el negocio en el mercado internacional con monocultivos que destruyen las tierras; destinar recursos para obtener el agua de los acuíferos y ríos y canalizarla para el riego y el consumo; impulsar el desarrollo de un comercio social basado fundamentalmente en la producción propia y no en la importación masiva de productos de las multinacionales y de los excedentes occidentales; contribuir a crear industrias vinculadas a las necesidades reales de la población, etc. Todo esto no es ni tan complicado de organizar, ni tan costoso de realizar.
Depende, en primer lugar, de la voluntad política de las instituciones internacionales, e inmediatamente de poner en marcha todas las disponibilidades técnicas y económicas para desarrollar los programas y asignar los recursos. Lo contrario de lo que se está haciendo en El Sahel, Centro, Norte y Este de África. En la división de la antigua Etiopía, creando una artificial Eritrea más dócil; en el desgarro de Somalia; en el saqueo de los mares del Este por las grandes flotas occidentales, enviando buques de guerra contra los «piratas» que ellos han creado al arruinar a los pescadores que vivían de sus pescas artesanas. En fin, destruyendo Iraq, Libia y Siria, para apoderarse de sus riquezas y dominar toda la zona, al tiempo que venden armas a gobernantes mafiosos locales y pactan con movimientos terroristas mientras les son útiles.
Resumiendo, la solución a las tragedias de Lampedusa no viene de más alambradas y leyes fascistas y xenófobas, sino, en primer lugar, en el desarrollo económico, social y humano de los países empobrecidos, a lo cual las organizaciones sindicales, sociales y políticas de nuestros países deberían dedicar una acción permanente en propuestas y exigencias, orientando asimismo a las clases trabajadoras y populares autóctonas a la unidad con los inmigrantes y a la defensa común de derechos y deberes compartidos, impidiendo el tráfico de mano de obra barata, servil, sin derechos y sin papeles. Allá y acá, aunque con condiciones de vida muy diferentes, hay una sola clase, y sólo la solidaridad internacionalista puede hacer que la fraternidad se imponga al enfrentamiento.
Francisco Frutos, Blog de Francisco Frutos, 26-10-2013
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