El partido comunista debe ser el abanderado del proceso constituyente de la izquierda, en un momento en que el Rey, quiera que no, abdica a pedazos, y hay una masa crítica en la calle
Mucho se habla de iniciar un proceso constituyente sin pararnos a ver, en la mayoría de las ocasiones, que ya se ha iniciado de manos de la derecha, esa derecha que no va a conceder nunca que la transacción del 78 se ha agotado, o ha saltado en mil pedazos, pero que sabe que, para que todo permanezca igual, hay que ir a un periodo constituyente de restauración. Un periodo que ya se ha iniciado desde los poderes fácticos “remasterizados”. ¿Qué es si no la introducción del artículo 135 en la Carta Magna, que pone por encima de cualquier preocupación social el pago de la deuda, aunque se quede uno sin comer, como dijo la impar Sra. De Cospedal? ¿Qué son, en sentido estricto, los anuncios de un itinerario legal para la abdicación del Rey o, un poco más acá, si se trata de enfocar un atajo, la salida a través de una regencia? Y el que lo ha expresado mejor que nadie, desde su lengua sin freno, ha sido Margallo, cuando ha dicho que la Constitución son dos artículos y el resto es literatura; jamás se ha dado con mayor frivolidad y concisión un golpe de Estado en este país de los 220 pronunciamientos, y además insultando gravemente a la literatura (todos sabemos, en efecto, que la literatura no sirve para nada, excepto para derribar un gobierno o explicarle lo que es el amor a Ava Gardner).
Pues bien, el partido comunista debe ser el abanderado del proceso constituyente de la izquierda, en un momento en que el Rey, quiera que no, abdica a pedazos, y hay una masa crítica en la calle, a través de una movilización permanente, que exige nuevas formas políticas y nuevos objetivos. He dicho “movilización permanente”, superando el viejo esquema de los pesimismos: ahora han ido menos, se desactiva el 15M, etc… No es verdad: contra la ley del aborto, las mareas blancas, verdes y violetas, las movidas sin descanso en barrios, pueblos y distritos, la lucha contra el hachazo a las pensiones, las marchas por el empleo, contra la OTAN y las bases militares, contra la corrupción… Y cada día son más y más cercanas en el tiempo y en los objetivos, anunciando esa unidad que parece explicar, desde una posición optimista, nuestros anteriores bloqueos: lo único que explican nuestras derrotas es que somos pocos todavía.
Es una oportunidad, no datable, de acuerdo, pero aparece de nuevo la lógica que, a través de tres capítulos, en su trilogía La Forja de un Rebelde, explicaba Barea hablando del combustible, la chispa y la llama. Otra cosa es que nos dediquemos a frenar este trabajo en nombre del realismo, de la prudencia e incluso del “materialismo”. Si no apostamos por la CC (Construcción Constituyente), ¿qué vamos a hacer en las próximas elecciones europeas y generales, defender los marcos constitucionales, los acuerdos estructurales actuales frente al intento de la derecha por forzar un nuevo giro, o enfrentamos a esta operación desde una alternativa propia, a través de un proceso amplio de unidad y unas elecciones abiertas que tendrán un punto de plebiscitarias?
Y no hay que asustarse. Todo proceso constituyente se basa en un desbordamiento de las normas anteriores. Que la cosa es muy difícil, está claro. La Constitución actual está llena de candados que no permiten el paso a otra cosa. Pero también debe estar claro que no es un problema jurídico el que tenemos, sino un problema político, que si no afrontamos con atrevimiento nos llevará, queramos que no, al consenso pasivo, más o menos astillado, de una nueva restauración, y a ser jibarizados por el PSOE (el miedo, llamado a veces responsabilidad, nos lleva a parecernos a ellos). Y eso no es aceptable. Porque no es aceptable la restauración de la monarquía y el bipartidismo, o un pacto de Estado contra la corrupción (Eres, Bárcenas y Urdangarines) que pase por un blanqueado judicial, o la configuración de una nueva estructura del Estado que nos lleve a una cierta confederación del “norte” (quitad a la sufrida Asturias y otras) y una provincialización del resto, abortando la posibilidad del derecho a decidir de todos y cada uno. He aquí el reto de la CC., el reto de atreverse a ocupar nuestro lugar. Un reto duro, pero alegre. Un reto difícil, pero que promete la compañía de mucha gente. Un proyecto posible, aunque algunos digan “casi” imposible. Es posible, sí. Era antes posible asaltar los cielos y es posible hoy asaltar el sentido común de que estamos condenados a otros treinta años de balneario bipartidista y borbónico en el seno de una España fuertemente empobrecida y sometida a la cohesión penal.
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