«El problema esencial es que somos una especie que no se ama»

Foto: Anna Achon

Patrick Viveret, magistrado honorario en el Tribunal de Cuentas de Francia

Tengo 65 años. Parisino. Casado, tres hijos. Licenciado en Filosofía y diplomado en Estudios Políticos. Durante el gobierno de Jospin se me encargó redefinir los indicadores de la riqueza y sigo trabajando en ello. Estoy muy implicado en la política ciudadana, no de partidos.
Este momento crucial nos da la opción de elegir entre varios modos de desaparecer, desde la destrucción del ecosistema hasta las armas de destrucción masivas.

Le veo optimista…

Nos hace falta amarnos como hermanos o prepararnos a vivir como imbéciles, decía Martin Luther King. Y estoy de acuerdo: Nuestro problema fundamental es que somos una especie que no se ama. Todas las crisis en las que estamos inmersos (ecológica, económica, política o cultural) vienen de nuestra relación de enfrentamiento con nosotros mismos y con los demás.
Y también de que hay unos pocos machos alfa y un ejército de hormigas.
Detrás de todo sistema de dominación lo que hay es miedo. Miedo de los dominados y de los dominantes.

¿Qué hacemos?
Hay tres necesidades fundamentales en todos los seres humanos por encima de la conquista y el poder: amor, felicidad y sentido.

Primero habrá que comer.
Según informes de la ONU, sólo los gastos de drogas y toxicomanía anuales son diez veces superiores a la suma que permitiría erradicar el hambre, el acceso al agua potable, a los cuidados básicos de salud y a una vivienda decente de todos los seres humanos.

Triste pero alentador.
Hay una economía mundial del mal vivir; un vínculo entre las necesidades vitales y el despilfarro de la insatisfacción, por eso la cuestión del buen vivir es un gran desafío.

Un cambio de chip.
La buena noticia es que hay una sociedad civil mundial que se está haciendo cargo cada vez más de los intereses generales de la humanidad y que le dice a sus gobiernos: «Haced vuestro trabajo de servicio publico a la humanidad o marchaos».

Los poderosos juegan en otra división: espían, roban y matan con impunidad.
Por eso estamos al borde de grandes regresiones. Pero si miramos las cosas del lado positivo, vemos una gran creatividad en todo el mundo aplicada a cuestiones vitales, como la alimentación y el agua. Uno de los desafíos es vincular todas esas iniciativas desde la escala local hasta la mundial.

Usted fue el primero en redefinir los indicadores de riqueza.
Más allá de un sueldo medio, no hay correlación entre el nivel de ingresos y la felicidad.

¿En qué acciones basa su optimismo?
Los nuevos indicadores de riqueza se aplican y multiplican en varias regiones del mundo y son retomados por instituciones internacionales como la ONU. Y fíjese en las monedas sociales.

También fue usted promotor.
Se trata de salir de sistemas que están gangrenados por la economía especulativa. La ciudadanía debe saber que de 4 billones de dólares sólo el 2% corresponde a bienes y servicios reales, el resto es puro casino.

Duele oírlo.
La moneda local permite tomar contacto con la economía real: favorece los intercambios y la creación de riqueza. Hay en el mundo unas 5.000 iniciativas de monedas sociales que funcionan al margen de los bancos, y el número va aumentando.

Pero siguen gobernando los mismos.
En todo movimiento social hay elementos de decepción y regresiones, pero avanzamos. Y hay un tercer terreno que también está cambiando.

¿De qué se trata?
De un incremento de búsqueda espiritual que obliga a las grandes religiones a moverse apartándose de su base tradicional.

Dios le oiga.
Hay alternativas al despotismo político, al fundamentalismo religioso y a la captación de riqueza.

Volvemos al principio: hoy al ciudadano se le controla a través del miedo.
Espinoza decía que hay dos sentimientos fundamentales en el ser humano: el miedo y la alegría. La energía de la alegría reduce el miedo. El desafío es crear redes que se ayuden entre ellas para resistir el miedo y espabilar la alegría de vivir, de ser conscientes de la felicidad que cada uno llevamos en nuestro interior y hacerla salir. ¿No lo ve?

¿…?
La condición humana es apasionante: esta posibilidad de vivir un breve momento de la historia del universo de forma consciente es algo absolutamente excepcional. Y como de todas formas nos vamos a morir…

Ya salió el filósofo.
…La cuestión no es el miedo a la muerte, sino el despilfarro de vida.

Acuñó el concepto de sobriedad feliz.
En Wall Street sólo se conocen dos sentimientos: la euforia y el pánico, que equivalen a la psicosis maniacodepresiva. Del mismo modo que en un individuo hay un vínculo entre la desmesura y el malestar, lo hay a nivel social.

¿Cuál sería el otro lado de la moneda?
Sobriedad y buen vivir. No es suficiente salir de los excesos, también hay que atacar la causa del mal vivir. Por fortuna cada vez hay más movimientos asociativos que lo promueven.

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SOBRIEDAD FELIZ
Ex consejero del Tribunal de Cuentas de Francia, fue uno de los primeros en redefinir los indicadores de riqueza, misión que le fue otorgada durante el gobierno de Jospin. Pero más allá de la necesaria filosofía política y económica, es un activista, un colibrí: movimiento internacional que promueve y demuestra que la sobriedad feliz es posible a través de todas las nuevas formas de producir y consumir. También fue uno de los promotores del sol, moneda complementaria que nació en Norte y Paso de Calais y que se ha extendido por toda Francia. En su último ensayo, La causa humana (Icaria), explica cómo hacer un buen uso de este fin de un mundo que hemos engendrado.
La Vanguardia (20.11.2013)

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