¿Final de la crisis?

El gobierno y el PP se llenan la boca  sobre el final de la crisis: «ligera mejora del empleo, reducción significativa de la prima de riesgo y con ello de los intereses a pagar por el dinero internacional invertido en la emisión de deuda del estado, mejora de la balanza de pagos, recuperación de la confianza inversora del mercado internacional en España, etc, etc…».  Hasta aquí,  los argumentos y propaganda del PP para justificar la imposición de las políticas de la troika, con los drásticos recortes laborales y sociales, las privatizaciones, e incluso las leyes represivas para controlar las protestas, que califican sistemáticamente de violencia social.

El PSOE, en su función de oposición bipartidista, con el objetivo del recambio en el horizonte, denuncia las políticas del PP y, aún reconociendo que hay tibias mejoras en empleo, prima de riesgo e inversiones, lo achaca todo a la repatriación inmigratoria y al éxodo de jóvenes trabajadores en busca de futuro. Los otros partidos más significativos del sistema, CiU, PNV, y compañeros de viaje tipo ERC…, defienden lo mismo, con los importantes matices oportunistas del «nosotros lo haríamos mejor» que España, que es un Estado, además de saqueador, inepto y casi fallido. IU es la única organización con un cierto relieve político que plantea alternativas diferentes.

Así las cosas en torno al debate, más o menos instrumental y demagógico, sobre el final de la crisis. ¿Qué es lo que chirría en todo esto? Sencillamente, que no hay en ninguno de los partidos antes citados, ni tampoco en el sindicalismo hegemónico, ni siquiera en el pensamiento intelectual de izquierdas, otrora tan alternativo y mayoritario, una argumentación sólida sobre los orígenes y causas de la crisis y, en consecuencia, sobre la salida de ella. Su argumentación es mecánica y obedece en exclusiva a los mecanismos del sistema, que ninguno de los protagonistas cuestiona: «las crisis son cíclicas», «después de una etapa de crecimiento económico viene otra de caída», «a la expansión le sigue la recesión», «se tienen que adecuar las condiciones laborales, sociales y de vida a la realidad, etc». Ni el más mínimo atisbo de critica en profundidad al sistema capitalista como tal, ni siquiera a la globalización neoliberal como su vertiente más reaccionaria, ni al sistema financiero y especulativo, que está en el centro de la crisis como el principal responsable de la misma. 

Conclusión: desengáñense la clase trabajadora y los sectores populares que confían, como anuncian los apologetas del régimen, que al final de esta crisis todo volverá a la normalidad y será como antes en empleo y derechos laborales y sociales. Nada más lejos de los objetivos del capital. Para el capital y toda su infraestructura política y mediática, la reducción de salarios, de condiciones laborales y sociales y de capacidad de intervención sindical, producidos en los últimos años, es algo irreversible, como lo es su poder absoluto para decidir sobre todo lo referente a economía y condiciones de vida, según marque «su» mercado, sin interferencias de ningún tipo. Los poderes dominantes no están dispuestos a cambiar nada del sistema a pesar de la evidencia de su fracaso económico, social y ecológico.

Para las clases trabajadora y popular, debe ser radicalmente contrario, entendiendo en primer lugar que nada será igual que antes después de esta crisis y que es el momento de poner en marcha una nueva concepción de la sociedad en la que  se recorten los excesos del capitalismo, su consumismo y su mercado sin control, compitiendo a muerte todos contra todos,  hasta que en un proceso histórico desaparezca este sistema para dar paso a uno más inteligente y justo para todas las personas y pueblos. Para avanzar hacia lo cual, se deben poner en marcha formas de producción, consumo y complementariedad colectiva, en cada país, en cada grupo de países y entre los más y menos desarrollados,  basadas en la austeridad de lo necesario para vivir dignamente y no en la «austeridad» impuesta contra los derechos de la mayoría. Todo ello debe acompañarse de una generación de nuevos derechos, reforzando los básicos actualmente recortados e imponiendo la participación en el diseño económico y productivo en la vía de una real democracia económica. Las clases trabajadoras y populares son las únicas que pueden encabezar este proceso de propuesta, acción y lucha hacia una sociedad diferente.

Francisco Frutos, Blog de Francisco Frutos, 14-01-2013

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