Una de las principales características de estos últimos tiempos es el divorcio que se está produciendo entre la España real y la oficial. Y ello no solo porque las encuestas auguren una enorme abstención en las próximas consultas electorales y la debacle de los partidos que representan de forma más propia lo políticamente correcto (PP, PSOE, CIU), sino porque, a pesar de la existencia de un enorme poder mediático que de forma unánime pretende inyectar los valores y el discurso oficial en la sociedad, la opinión de esta se encamina por otros derroteros.
Según las encuestas, la mayoría de la sociedad española ha pasado en los últimos años de la anuencia bobalicona y sentimental a todo lo que lleve el nombre de europeo a una postura más racional que analiza a fondo la naturaleza de la Unión Europea, y que empieza a ser consciente de que esta institución se ha convertido en la antieuropa y destructora de los valores democráticos y del Estado social. Sin embargo, el discurso oficial, tanto el de las elites españolas como el de las europeas, continúa encuadrado en un voluntarismo que retrata una Unión Europea inexistente.
La España oficial, con el PP a la cabeza, se empeña en convencernos de que se ha superado la crisis; la percepción de la sociedad es muy distinta. No solo es que la recuperación no haya llegado aún a las magnitudes reales que afectan directamente a los ciudadanos, tales como el empleo o los salarios, sino que subsisten todas las incertidumbres y todos los riesgos surgidos en nuestra economía, fruto de la situación en la Unión Monetaria. De ningún modo han desaparecido los nubarrones y las posibilidades de tormenta.
Es cierto que la prima de riesgo ha descendido sustancialmente y que los inversores internacionales van retornando poco a poco a nuestro país; ahora bien, no hay factor más mudable e inestable que el dinero en un sistema de libre circulación de capitales. En los momentos actuales, los países emergentes están viendo cómo les abandonan los recursos financieros que retornan a EEUU y a Europa y nadie nos asegura que en un futuro próximo el movimiento no se invierta, al menos por lo que se refiere a España.
Nuestro país continúa siendo para los mercados financieros zona de riesgo, su deuda soberana permanece al borde del bono basura, y el nivel de su endeudamiento y el estado de las finanzas públicas lo colocan en una situación muy delicada, expuesto a los vaivenes y a la desconfianza de los mercados. El stock de la deuda pública ha alcanzado ya el 94% del PIB y es previsible que sobrepase en 2015 la cifra mágica del 100%. Por otra parte, no parece que el endeudamiento pueda estabilizarse en este nivel mientras la presión fiscal se encuentre en cotas tan reducidas, tanto más cuanto que el Gobierno, por intereses electorales, se dispone a cometer el enorme error de bajar los impuestos y las cotizaciones sociales, tal como lo ha manifestado Rajoy en el debate de la nación.
Las reducidas tasas previsibles de crecimiento y la baja inflación hacen más insostenible los altos niveles futuros de endeudamiento. Es cierto que la situación de Grecia o de Portugal, e incluso la de Italia, puede ser aun más vulnerable, pero este mismo hecho incrementa el riesgo para la economía española. En primer lugar, porque la desconfianza de los mercados frente a un país del sur de Europa se contagiaría sin duda a los restantes y, en segundo lugar, porque la hipotética regularización de la deuda de un Estado, por ejemplo la griega, incrementaría el stock de endeudamiento de los otros países de la Eurozona al estar ahora en manos públicas la mayoría de la deuda.
Si la España real es muy distinta a la oficial, también la Europa oficial es bastante diferente de la Europa real. Desde las instancias oficiales, tanto nacionales como europeas, nos quieren hacer creer que el peligro de ruptura de la Eurozona se ha conjurado, cuando la realidad es muy diferente. Nada asegura que los mercados no vuelvan a la carga y que las turbulencias financieras no coloquen de nuevo a algunos países contra las cuerdas, lo mismo que nada asegura que el BCE pueda y quiera actuar en caso de necesidad para calmar la tormenta.
Todo el mundo ha interpretado que fue la actuación del BCE la que originó la inflexión en la crisis de la deuda, cuando lo cierto es que su intervención consistió tan solo en amenazar. ¿Los mercados se creyeron la amenaza? Es posible, ¿pero qué hubiese ocurrido de haber tenido que actuar de verdad?, ¿habría podido hacerlo?, ¿podrá hacerlo en el futuro, y en la medida y con la fuerza que se precisará? La simple posibilidad de intervenir en el mercado comprando deuda pública ha desatado la oposición del Bundesbank, la denuncia al Tribunal Constitucional alemán y su posterior traslado al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. ¿Qué sucedería si fuese necesario mutualizar parte de la deuda pública de algunos países, como parece muy probable?
El euro se creó con el máximo de voluntarismo ocultando que una unión monetaria no es viable sin una unión fiscal, unión fiscal a la que los países, especialmente -como es lógico- los ricos, no estaban ni están en absoluto dispuestos. Es el mismo voluntarismo que se emplea ahora para tapar los múltiples errores del diseño y los enormes problemas y conflictos que se ciernen sobre la Eurozona, pero tanto unos como otros están ahí presentes y los ciudadanos son cada vez más conscientes de ellos. La Europa real está muy distante de la Europa oficial.
República de las Ideas (4.03.2014)
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