Salvador López Arnal y Jordi Mir Garcia, estudiosos de ese corpus indiviso en que se hermanaban la obra teórica y el compromiso político de Francisco Fernández Buey –desde ahora FFB-, nos proporcionan en este nuevo volumen un conjunto de textos de intervención que se pergeñaron a lo largo de tres fecundas décadas. Fecundas en la obra del filósofo comunista, del maestro y camarada de los editores. Acaso no tanto, visto a estas alturas de 2015 y en pleno proceso de reconsideración del pasado reciente, en las dinámicas sociales, culturales y políticas que se desplegaron una vez consolidada la democracia parlamentaria forjada en la Transición mediante pactos y renuncias, conquistas y consensos.
El momento de la edición es interesante. Al fin podemos vocear aquello de ¡Eppur si muove! En España, y después de décadas en las que el tablero político y el marco institucional surgidos a mediados de la década de 1970 eran poco menos que inamovibles, las circunstancias están cambiando. O eso parece. Cambian en el sentido de abrirse ventanas de oportunidad a la reforma, a la regeneración, al proceso constituyente y a algo más que a la mera alternancia. Sea en cada caso lo que sea lo que estos sintagmas contengan –no siempre está claro- constituyen, para quienes los formulan, horizontes de esperanza largo tiempo preteridos.
No hay tras el dinamismo actual una explicación única. A los brutales efectos sociales de la crisis económica vivida desde 2008 se le suma el evidente desgaste de los materiales sistémicos. Desgaste que afecta tanto a los menguados resortes del Estado de Bienestar como a la modalidad específica de organización territorial adoptada -mediante sucesivas iniciativas a las que no fueron ajenas los procesos de movilización de masas- en la segunda mitad de la década de 1970 con el acoplamiento de las piezas del Estado de las Autonomías. En este marco y en la estela de las movilizaciones de mayo de 2011 acaece la lenta pero inexorable articulación política de colectivos afectados por procesos de exclusión inéditos, por pérdidas de derechos sociales arduamente conquistados, por un incremento exponencial de las desigualdades, por viejas y nuevas lógicas de dominación. Así mismo, en septiembre de 2012 se formaliza en las calles barcelonesas una amplísima impugnación nacionalista catalana al statu quo –en rigor, sólo al statu quo “español”- que abre un ciclo de reclamaciones autodeterministas e independentistas. De los movimientos sociales de protesta y de la radicalización nacionalista están surgiendo, no sin dificultades, actores políticos inesperados y agendas marcadas por la novedad y la posibilidad de ruptura –o de nuevas reformas.
Una novedad, por otro lado, con unos límites evidentes: por el momento, y más allá de un uso retórico de la solidaridad entre los pueblos mediterráneos, unos y otros parecen enclaustrados en los límites de lo nacional. De hecho, si nos procuramos un análisis algo más completo tanto de las catástrofes sociales como de las causalidades que esclarecen la actual ventana de oportunidad (?) para el cambio deberemos situar en un plano igual de trascendente, si no más que algunos de los anteriores, el deterioro imparable de ese espejismo de progreso que constituyó en su momento, y para segmentos nada desdeñables de la ciudadanía española, la Unión Europea. Pocas instancias más oligárquicas, en el presente, que la citada. Y, sin embargo, sigue operando como tabú a la hora de pensar el futuro mediato.
Es en este contexto, les decía, que López Arnal y Mir García se han puesto manos a la obra y nos ofrecen, como editores, un conjunto de materiales, debidos a FFB. La importancia del contexto, y por ello me he entretenido en perfilarlo, radica en el hecho que el trabajo elaborado por los editores no es solo filológico sino que, creo entender, tiene una clara vocación de intervención política. Los materiales recuperados e hilvanados nos remontan hasta 1980 –en los momentos del primer desencanto para con el funcionamiento de la democracia recién llegada- y nos permiten llegar hasta 2010. Probablemente, conviene advertir al lector, el carácter recurrente de las reflexiones de FFB se halle tras el hecho que algunos párrafos –en ocasiones enteros -sean reproducidos en diversos capítulos, por lo demás consecutivos, del libro.
Anotado el único y matizado “pero” que se me ocurre avanzo en mi argumentación para insistir una vez más en que nos hallamos ante tres décadas largas de reflexiones y de combates. Se trata de materiales que abordan los horizontes de federalismo y confederalismo, de autodeterminación e internacionalismo, de republicanismo, humanismo marxista, ecología política y pacifismo. No cabe duda, en cualquier caso, de que en el criterio de los editores está presente el recuperar, rindiéndole homenaje, la mirada inteligente y la fina capacidad analítica de FFB respecto del problema territorial, la cuestión de las naciones y las nacionalidades españolas. Y éste aparece, desde el título, como el eje determinante del libro. Lo que ocurre es que, por el camino, y si uno o una no se somete voluntariamente a la servidumbre del innatismo, lo nacional se abre, interacciona y conecta directamente con el todo social.
FFB, ubicado en un crítico humanismo marxista, no se sometió. Y que no se sometiera le situó, pronto, a contracorriente. Resulta desolador, pero en absoluto infecundo, leer en 2015 lo escrito en 1980 a propósito del avance de los nacionalismos. Yendo más allá de la contabilidad electoral, FFB ya apuntaba el vigor de ese fenómeno social que implicaba a un número creciente de personas al convertirse, y cito, “en lugar de refugio de la tensión político-moral debilitada por la sensación de derrota en el plano económico-social que desde los primero años de la década pasada [la de los setenta] planea sobre fuerzas políticas varias con una vocación genéricamente transformadora de las realidades sociales” (p. 17).
En relación al ámbito específico de las posibilidades de construir una perspectiva emancipadora radicalmente solidaria –ajena al trazado de fronteras y a la obliteración del concepto y la práctica de equidad- los textos de FFB, tanto los iniciales como los últimos, emparentan con el anhelo federal, comunal y un no poco anarquista de construir desde abajo el cuerpo político, de proceder en clave sorprendentemente pimargalliana (o acaso no tan pasmosamente; acaso en la izquierda de este país haya habido pocos referentes de la envergadura reflexiva y de la conexión con la militancia política cotidiana de la complejidad de Francisco Pi y Margall) y emplazar en la raíz de un demos liberado la autonomía de todos y cada uno de los seres humanos redimidos de las dominaciones materiales a que se encuentran sometidos en el orden capitalista.
No es, con todo, que FFB no contemple, en materia nacional, el derecho de autodeterminación. Es más, lo defiende a capa y espada y lo vislumbra como un elemento más que precisa la posibilidad de una democracia expansiva, de una democracia entendida siempre como proceso y no como estadio cerrado, embalaje o fin de la historia.
FFB sustrae, en un ejercicio políticamente claro, aunque un tanto equívoco históricamente para el autor de estas líneas, el principio autodeterminista a las contingencias del tiempo de las descolonizaciones. Al situarlo fuera, o más allá, de la historia del siglo XX lo coloca en un cuadro imperativo de conquistas de derechos con independencia, y en este punto encontraríamos el corazón de una dialéctica omitida por nuestras más cercanas, en el espacio, izquierdas transformadoras, de las querellas nacionales. Es ahí, sin embargo, en donde desde la perspectiva de quien redacta estas líneas FFB roza un idealismo bienintencionado que entra en contradicción con los términos del debate político que se da en la realidad. Un debate en que las pasiones y las hipérboles, las emociones y los resentimientos, ensombrecen toda posibilidad no ya de implementación razonada de dicho principio sino la mera discusión en la esfera pública del mismo. De hace tiempo, y la lectura del volumen lo pone de manifiesto, se vienen diciendo “grandes verdades”. Verdades que han incentivado los sentimientos de las “gentes” -ciertos sentimientos- y que han permitido el despliegue de prácticas de resistencia a “ciertas”, sólo “ciertas”, modalidades de opresión. En este contexto concreto, que es, por lo demás, un contexto que no arranca de sentencias constitucionales sino que, como pone de relieve la lucidez de FFB vienen de mucho antes, resulta conveniente preguntarse por la operatividad de una fórmula política que reclamaría de la izquierda que no renuncie a hablar claro y fuerte, tan fuerte como las altisonantes voces que se elevan en sentido contrario, en el sentido que es posible compartir derecho a la autodeterminación y combate inequívoco, e igual de claro, por un estado federal.
No es este el lugar para explorar, con cierta exhaustividad, por qué no ha sido así, pero no puedo dejar de constatar, con FFB que, en realidad el estado de las autonomías tenía, en él mismo, una potencialidad que nadie, de los que han contado con responsabilidades políticas en estas décadas, ha estado dispuesto a explorar: el del despliegue de una cultura ciudadana federal. Una cultura que, partiendo del papel central de la instrucción, de la educación,… participase del reconocimiento de las diferencias tanto como prescindiese de la incómoda –para quien suscribe- posición de mirarse al ombligo. Una cultura que se construyese a través de la escuela. Una cultura que, desde la izquierda realmente existente, como mínimo, recordase que las únicas asimetrías aceptables desde la izquierda en un modelo federal o confederal son aquellas que sirvan para “corregir desigualdades sociales en favor de las personas, clases, comunidades autónomas y grupos intracomunitarios más desfavorecidos” (p.28) No, por supuesto, las que alimenten banales y sin embargo letales presunciones mesocráticas supremacistas.
Eso, les decía, no ha sido así. No se trata de repartir responsabilidades. Estas están repartidas, como aseguraba en el párrafo anterior, entre todos los poderes que han obrado en este ámbito a lo largo de tres décadas. Y no sólo entre los poderes entendidos como algo ajeno, extraño a la ciudadanía y a los partidos políticos, sindicatos u otras organizaciones colectivas. No pocos jóvenes españoles han vivido de espaldas a la diferencia; no pocos jóvenes catalanes han desgajado su diferencia de aquél espacio y tiempo en el que eran, y son, diferentes. Por lo demás, cabe hacer notar que FFB tropieza, una y otra vez, con el “problema” de las lenguas. Cultura federal de la ciudadanía, instrucción pública…. En rigor, hoy en día no es una parte significativa de la ciudadanía, ni siquiera intelectuales de tres al cuarto, los que sucumben. La advertencia que lanzaba FFB en 1997: “La memoria histórica de las diferencias debe ser para las personas de izquierda un punto de partida asumido con naturalidad y espíritu crítico, no afirmación descontextualizada de esencias siemprevivas o reconstrucción ad hoc de los acontecimientos pasados para subrayar identidades y diferencias que un día pudo haber” (p. 27), impresiona por lo mucho, lo definitivo, que mi campo de trabajo se ha producido.
Para todo lo anteriormente comentado, como para tantos otros elementos de la agenda emancipadora, FFB usó voces que no se suelen escuchar y que son de provecho. Un ejemplo: “paciencia” en la tarea, lenta pero imprescindible, de tejer con las plurales manifestaciones de contestación a lo existente, una posibilidad de futuro y un sujeto colectivo que aspire a la defensa de lo común. Es en este ámbito que juega un posible papel el republicanismo no ya en tanto que repositorio de materiales a los que acudir cuando fallan, o parecen insuficientes, otros sino en tanto que combate secular contra la tiranía y como posibilidad de cambio del sentido común imperante en las sociedades de capitalismo avanzado y democracia liberal desde finales de la década de los setenta.
En cualquier caso los trabajos recogidos por López Arnal y Mir, y debidos al empeño sistemático de FFB, reconfortan a alguien que tiene mi edad. No había perdido la memoria. Son otros los que han olvidado la persistencia y la pertinencia de las voces federales en la izquierda catalana y española. Desazona, al mismo tiempo. Tanto tiempo perdido. Acaso irrecuperable.
Para acabar, una nota de optimismo. Recuperar a FFB tiene, si me permiten esta última consideración, una última gran utilidad en nuestros tiempos. En España, y en Cataluña, en tiempos de tribulación se suele acudir, por toda clase de intelectuales, por no hablar de periodistas, tertulianos y gacetilleros varios, a la diagnosis y al recetario regeneracionista. Todo ello tan español como perfectamente inútil. FFB fue de aquél género de intelectuales que siendo conscientes que los problemas de nuestro tiempo no son del todo nuevos y que el repertorio de materiales de resistencia beben también de un pasado secular se permite pensar sabiendo que pertenecemos a una época, la del capitalismo avanzado y la democracia representativa asentada, la de la pérdida de soberanía y la interferencia creciente en la misma de los mercados globalizados y las instituciones de una Unión Europea nacida como –para y por- polo imperialista. Y que es desde esta condición y olvidándonos de tópicos regeneracionistas que hay que pensar y actuar. Desde la izquierda transformadora.
Ángel Duarte
Reseña del libro de Francisco Fernández Buey Sobre federalismo, autodeterminación y republicanismo, (El Viejo Topo, 2015) para Papeles 131. Fuhem, pp. 151-154.