Desde Segovia, nuestro compañero Julián nos hace llegar este oportuno artículo a las puertas de la fiesta derechista que, impulsada con subvenciones y desde los medios de comunicación públicos catalanes, organiza el sobernismo catalán para el próximo domingo 11 de setembre.
El más grave problema político que hoy pende en España sobre nuestras inseguras cabezas es la deriva independentista del actual gobierno catalán (año 2016). Los partidos de la oposición están tratando de afrontarlo de distintas maneras, hasta ahora no muy eficaces por lo que se ve. Pensamos que hay que ir a las raíces, lo que sólo se puede hacer con éxito desde una buena filosofía, buscando muy a fondo en la realidad, la de Cataluña, que no puede ser otra que la de su verdad, la que sólo se puede encontrar con un sistema de ideas sencillo y profundo a la vez, el que pueda estar al alcance de la mayoría de los catalanes, los que con su voto pueden romper la situación de impasse tan incómoda y peligrosa como la que hoy se les está tratando de imponer, la que podía conducir a lo que muy gráficamente se ha llamado “choque de trenes”.
El hecho es que en Cataluña parece haberse instalado una deriva soberanista que ya no tiene retorno, al menos a juzgar por lo que a diario sus promotores declaran en los medios. Hablan, sobre todo, de desconexión, como si la cosa fuese sólo cuestión de tirar de un enchufe, lo que está dispuesta a hacer una parte de los catalanes sin tener en cuenta a la otra mitad de catalanes ni al resto de los españoles, que sólo van a poder asistir como meros convidados de piedra, como espectadores pasivos, contemplando inmóviles cómo nuestra vivienda común, esta vieja Hispania que llevamos ocupando desde hace siglos sin grandes dificultades, salta por los aires hecha pedazos.
Me parece que, en una situación así, cualquier ciudadano responsable se ha de plantear qué puede hacer, si es que ya se puede hacer algo, que tenemos que pensar que sí. A no ser que se crea en la fatalidad y se piense que éste es un destino, por no decir un desatino que nos viene de arriba, de muy arriba, de los ámbitos celestiales, de la pura esencia de la Cataluña más rancia, de la que se han apoderado ciertos partidos independentistas hasta investirse del poder más absoluto y contra el que ya no se puede hacer nada, sino a lo sumo armarse de un buen paraguas para librarse únicamente del primer chaparrón y para no salir muy malparados en la refriega que se vaya a producir.
Sin embargo, los que no creemos en la fatalidad pensamos que la independencia de Cataluña no es algo necesario que inevitablemente tiene que llegar, sino que es una salida bastante cerrada, por no decir bastante silvestre, que se lleva buscando y estimulando desde hace muchos años por una parte de los políticos catalanes para su mayor gloria y provecho, y esto con el pretexto y la promesa falsa de que de esta manera Cataluña va a alcanzar el cielo y va a resolver todos sus problemas de dentro y de fuera, de una vez y para siempre, poniéndose por montera al resto de las Autonomías españolas, a las que se presentan como las enemigas frontales de su felicidad material. Y en efecto, así es si Cataluña deja de ser, por ejemplo, la fábrica de España como lo ha sido en tiempos no muy lejanos, y el resto de los territorios lo suficientemente deprimidos para continuar siendo su más asequible y ventajoso mercado, y el gran reservorio de mano de obra barata. (GABRIEL TORTELLA y otros, Cataluña en España. Historia y mito, Gadir Editorial, Madrid 2016, p. 277).
La visión de la que aquí partimos es bastante diferente, pues pensamos que Cataluña no es ningún ente ideal con el que se puede jugar a capricho de unos pocos, sino que es una honda realidad tanto espacial como temporal, con unos goznes que pueden chirriar hasta la estridencia si se pretenden abrir o cerrar sus puertas a contrapelo de los tiempos que corremos, lo que puede resultar un auténtico disparate, que es como la gente más sensata de esa Comunidad y de fuera de ella lo está viendo ya. Me refiero a los que piensan objetivamente y en frío, no a los que se calientan el cerebro envueltos en banderas de gloria y en himnos de triunfo.
Otra cosa muy distinta sería si, en lugar de pensar en Cataluña como la fábrica de España, se pensase en que pudiera ser uno de los motores de España.
Sé el primero en comentar en «CATALUÑA, TIEMPO DE IDEAS»