Gracias a la tecnología, el pasado 6 de octubre pude seguir por Internet la presentación en Barcelona del reciente libro de Joseph Stiglitz sobre el euro. El acto se celebró en la Escola Europea d’Humanitats de la Caixa y consistió en un coloquio entre el autor y el ex consejero de Economía y Finanzas del tripartito y militante del PSC, Antoni Castells.
Cualquiera que haya seguido mis artículos y libros comprenderá la satisfacción que sentí al escuchar a un premio Nobel de Economía mantener punto por punto todas las tesis que sobre la Unión Europea, y más concretamente sobre la Unión Monetaria, he venido defendiendo desde hace lo menos 25 años (véase mi libro “Contra el euro”). Es más, mi entusiasmo fue en aumento al comprobar también que un miembro sobresaliente del PSOE, aunque sea del PSC, mostraba su total conformidad con los planteamientos de Stiglitz, lo cual hubiese sido impensable hace años. Sostener tales aseveraciones comportaba el ostracismo y el ser situado extramuros del sistema. Hay que suponer que Castells no siempre ha pensado de la misma manera, de lo contrario, difícilmente hubiera ocupado determinados puestos, entre otros, miembro del Tribunal de Cuentas Europeo. Sin embargo, más vale tarde que nunca, y hay que ponderar su evolución, sobre todo cuando la mayoría de los políticos y economistas de nuestro país continúan defendiendo aún Maastricht y el euro.
Son ya bastantes los que, al comprobar los nefastos resultados, cuestionan las políticas aplicadas estos años en la Eurozona, pero muy pocos se atreven a llegar al fondo de la cuestión pues, tal como dejó claro el otro día Stiglitz, el problema es más hondo. No hay ninguna duda de que la política de la austeridad ha originado los efectos contrarios a los pretendidos (lo dice ya hasta el FMI) y de que el BCE, principalmente en la época de Trichet, fue a contracorriente de los demás bancos centrales subiendo los tipos de interés cuando ya estaba encima la recesión; incluso, en la etapa de Draghi se actuó con mucho retraso. Pero el análisis debe ir mucho más allá, porque el defecto no se encuentra solo en las políticas aplicadas, sino en el propio diseño de la Unión, afecta a su propia esencia.
De ahí que los planteamientos de Stiglitz, tanto en el acto de Barcelona como en su nuevo libro, sean radicales. No constituyen una enmienda parcial, sino a la totalidad; no es un envite, es un órdago; la flecha se dirige al corazón, muestra la incongruencia del proyecto europeo:
1) Una integración monetaria no se puede realizar sin una integración política.
2) La condición para que una Unión Monetaria pueda subsistir es que no haya desequilibrios en el sector exterior de los países, cosa sumamente difícil, por no decir imposible, o que exista una unión presupuestaria y fiscal capaz de compensar estos desequilibrios mediante una política redistributiva.
3) La crisis en Europa tiene su origen en el euro. Tuvo sus características y causas propias independiente de la de EE.UU, que solo fue su detonante.
4) El euro permitió que el desequilibrio del sector exterior de los países europeos alcanzase niveles antes desconocidos, que de ningún modo se hubiesen producido, al menos en esa cuantía, de no estar en la Unión Monetaria. Unos presentaban superávit y otros déficit. Los excedentarios prestaban a los deficitarios, hasta que con ocasión de las hipotecas subprime cundió la desconfianza, la huida de capitales y con ella la crisis, crisis de la que Europa aún no ha salido, mientras parece que EE.UU. sí lo ha hecho.
5) Ante los desequilibrios del sector exterior, los países de la Eurozona no cuentan con el instrumento de ajuste más lógico, el tipo de cambio. Además, los tratados crean un sistema asimétrico porque, en contra de las enseñanzas de Keynes, el ajuste se impone solo a los deficitarios.
6) Alemania y otros países del Norte no han ajustado sus balanzas de pagos y continúan manteniendo un cuantioso superávit, lo que no solo crea graves problemas al resto de países de la Eurozona, sino a toda la economía mundial.
6) El sistema es insostenible y se encuentra en un equilibrio inestable. O bien se avanza, hacia una unión política, o bien se retrocede y se desmonta la Unión Monetaria.
7) La constitución de la unión política parece imposible. Los países del Norte nunca aceptarán la integración presupuestaria y fiscal y la considerable transferencia de recursos que representaría de unos países a otros. La prueba palpable es la enérgica repulsa que ha suscitado toda medida por pequeña que sea consistente en la socialización de pérdidas o de riesgos, como la mutualización de la deuda.
8) El retroceso puede ser total con la ruptura de la Eurozona o parcial admitiendo ciertos grados de flexibilidad, por ejemplo, la creación de dos euros, uno para los países del Norte y otro para los del Sur. Esta segunda opción, al igual que la salida de Alemania de la moneda única, representaría sin duda un alivio a corto plazo, pero a medio plazo retornarían las contradicciones entre los países que permaneciesen, a no ser que se constituyese la unión política.
9) La desaparición del euro podría realizarse mediante un divorcio amistoso en el que, a la vista de las contradicciones, todos los países acordasen cómo volver a las monedas nacionales de la forma menos traumática posible.
10) Lo más verosímil, sin embargo, es que los mandatarios europeos, bien de las instituciones bien de los gobiernos, adoptando la postura del avestruz, continúen en una huida hacia adelante, colocando parches, hasta que cualquier nuevo detonante imprevisto dé lugar a un estallido catastrófico en la economía que haga saltar por los aires un edificio tan débilmente construido y tan plagado de contradicciones. Con toda probabilidad, las consecuencias para todos los países serán graves.
El título del libro “El euro: cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa” constituye un resumen, creo que acertado, de todos los puntos anteriores, desarrollados por los dos intervinientes en el acto del día 6 en Barcelona. No puedo estar más de acuerdo con ellos. Por lo tanto, no hay mucho que añadir excepto una cierta extrañeza de que alguien como Antoni Castells, que desarrolla un discurso impecable con respecto a la Unión Europea y el euro, incurra en flagrante contradicción en otras ocasiones al referirse a Cataluña y a España.
En cierto momento de su intervención hizo una observación sumamente aguda. Indicó que los creadores del euro cometieron el error de creer que los desequilibrios en las balanzas de pagos de los países no tendrían importancia, al igual que no la tienen los de las regiones dentro de un Estado. Castells sabe perfectamente a qué se debe tal diferencia: las regiones cuentan con una hacienda pública común (capaz de compensar mediante una política redistributiva los desequilibrios territoriales) de la que carece la Unión Monetaria. Él mismo en otro instante afirmó rotundamente que “una moneda necesita un Estado”, lo que es totalmente cierto; pero precisa de un Estado, entre otras razones, porque necesita un presupuesto fiscal y presupuestario unitario que sea capaz de corregir los desequilibrios que la moneda única origina entre sus miembros. Cabe entonces preguntarse por qué Castells quiere para España (ruptura de la hacienda pública) lo que critica de Europa.
Juan Francisco Martín Seco www.martinseco.es
República de las ideas. 13/10/2016
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