De la Constitución a la Purísima Concepción

Este año 2016 se ha producido un encontronazo festivo que está dando mucho que hablar,  la Constitución, 6 de diciembre, y la Purísima Concepción, 8 de diciembre. Son dos fechas festivas tan próximas que han dejado la semana dividida en tres tramos laborables de un solo día cada uno. Como es natural, las industrias turísticas se han frotado las manos, mientras que el resto están que echan chispas por los problemas de productividad que se les acarrean. Rajoy ya había prometido poner el remedio de pasar al lunes más próximo las fiestas que distorsionasen el calendario laboral. ¿Cuál de las dos se debería desplazar? Pensamos que la Purísima, por la sencilla razón de que ésta sólo concierne a los católicos, mientras que la de la Constitución nos concierne a todos.

Me parece que ésta sería una  buena ocasión para aclararnos qué significación puede tener esta fiesta religiosa, si puede ser asumido por cualquier ciudadano que no sea de confesión católica o de cualquiera otra cristiana, incluso siendo agnóstico o ateo. Lo primero que hay que advertir es que dicho atributo de la Purísima no tiene nada que ver con la virginidad de María como cree muchísima gente, sino con el hecho de su concepción biológica en el vientre de su madre. Parte de la creencia de que, según el Génesis, todos los seres humanos venimos al mundo adornados con el llamado pecado original. Siendo así, en el cristianismo desde hace siglos, los teólogos supusieron que la madre de Jesús, a la que se supone la madre de Dios, habría de nacer libre de ese pecado, Inmaculada y limpia como una patena. Es claro que esta cuestión arranca de la teoría creacionista, la que supone que el hombre es el resultado de la acción directa de Dios sobre un trozo de arcilla, según está escrito en el Génesis. Hay que advertir que ésta es la segunda creación que ahí se narra, la de los capítulos segundo y tercero, la del hombre pecador, no la del primero, que presenta al hombre creado como inocente y limpio de todo pecado.

Parece claro que a las religiones les interesa más el hombre pecador que el inocente, pues resulta más fácil de manejar. Esto implica que los males que sufre el hombre son el fruto de su mala conducta, nunca de las torpezas  o errores o maldades de otros hombres, de los poderosos para entendernos. Lo cierto además es que éste fue el caballo de batalla del mensaje liberador de aquel gran hombre que se llamó Jesús de Nazaret, de su evangelio. Así hay que entender un episodio en que le presentan a un ciego de nacimiento y le preguntan si pecó él para que naciera ciego o pecaron sus padres, y Jesús contesta: “Ni pecó éste ni sus padres” (Jn. 9, 3). La moraleja es que, según el evangelio, los males no son el fruto de los pecados de los que los sufren, sino de otras causas. Con este episodio, queda echado por tierra la teoría creacionista del hombre pecador, la que ha llevado a la necesidad de que la madre de Jesús se librase por privilegio divino de ese pecado original. ¿Pero no estamos todos los hombres en el mismo caso? Entonces, ¿qué sentido tiene la fiesta de la Inmaculada?

Este dogma fue solemnemente proclamado en Roma en 1854 por el papa Pío IX, y fue como la superación de una serie de episodios revolucionarios de 1848 en que el Papa se vio obligado a huir de Roma y a refugiarse en Gaeta, al amparo del rey de Nápoles, pudiendo recuperar la sede después en 1852 gracias a la intervención de los ejércitos francés y austriaco. El dogma de la Inmaculada fue la respuesta teológica, por no decir autoritaria y contundente de la Iglesia contra aquel espíritu revolucionario.

Sin embargo, este dogma proclamado en 1854 tuvo la mala fortuna de que en 1859 Carles Darwin publicase su decisivo libro El origen de las especies por selección natural, que echaba por tierra el creacionismo de la Biblia. La teoría de Darwin, como se sabe, tiene sus dificultades lo mismo que toda teoría que se precie, pero lo que hoy ningún científico serio cuestiona es el hecho histórico de la evolución, se llame evolución o superación como ya algunos han propuesto, siendo descartada en todo caso la teoría creacionista, incluso el sucedáneo del diseño inteligente que últimamente algunos se han montado.

Llegados aquí, me parece que lo inteligente es plantearse el valor cultural que puede tener la fiesta de la Inmaculada, mucho más cuando se la pretende poner frente al de la Constitución. Para un país serio y con aspiraciones de profundidad histórica no se pueden pasar por alto esta contradicción, la que nos deberían llevar a que dejemos la fiesta de la Purísima Concepción únicamente como algo piadoso y anecdótico, no como algo esencial del ser humano que pudiera interesarnos a todos. En resumen, la Inmaculada significa que todos originariamente somos culpables, menos la madre de Jesús, mientras que la Constitución significa que todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario, que es el fundamento de la democracia.

Julián Sanz Pascual

Diciembre 2016

Un comentario en «De la Constitución a la Purísima Concepción»

  1. Pedro dijo:

    Me encanta la última frase : » En resumen, la Inmaculada significa que todos originariamente somos culpables, menos la madre de Jesús, mientras que la Constitución significa que todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario, que es el fundamento de la democracia.»

    Montar el cirio con la Constitución y no con estas fiestas de sumisión retrata a quien lo hace…..y en el lado franquista les deja

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