Vivimos en el reino de la posverdad, que no significa únicamente la mentira sino, muy destacadamente, la hipocresía. Ya sabemos que es condición del político de derechas ocultar sus verdaderas intenciones bajo un discurso de promesas de un futuro brillante si llega al poder mediante el voto de sus electores. Pero, en el caso de los independentistas catalanes esa hipocresía, esas promesas, esos discursos, sobrepasan en mucho la hipocresía media de la clase política. Lo peor es que una parte de esta izquierda española entre desnortada y delirante se lo cree.
Utilizando un discurso de concordia, de amistad, incluso de amor a todas las personas, hoy aseguraba el candidato Turull de PdCat que ellos querían mucho a los españoles. Difunden en esta campaña electoral una llamada de colaboración para que apoyemos la separación de Cataluña y España, que, como cualquiera puede comprender, corresponde a los ideales de la izquierda, aquella que reclamaba la unión de los proletarios del mundo.
Con un estilo almibarado, llaman a la unidad de todos- catalanes y españoles – para lograr un propósito disparatado según todas las condiciones políticas, sociales y jurídicas de nuestra realidad de hoy: lograr la independencia de Cataluña. Atentando contra la Constitución española, contra el Estatut de Cataluña, contra las sentencias del Tribunal Constitucional, contra los dictámenes de los letrados del Parlament, y, sobre todo, contra la mayoría de los catalanes y de los españoles que no deseamos la separación sino la unidad.
Pero, mientras en mítines, entrevistas y artículos argumentan tan fraternal propósito, su conducta ha sido desde hace inmemoriables años de enfrentamiento, xenofobia y desprecio hacia quien no se mostrara incondicionalmente a favor de sus planteamientos. Todo aquel que no hablara catalán estaba calificado de antemano de españolista, que, en su código, significa fascista. Desde el triunfo de Pujol en 1980 se han ido de Cataluña nada menos que 14.000 profesores de lengua castellana, asediados en sus puestos de trabajo por los compañeros, los directores o los padres y madres que quieren mantener la pureza de la raza. Y esta expresión no es un constructo mío sino que, desde las inaceptables declaraciones de Heribert Barrera, Presidente que fue de Esquerra Republicana de Cataluña, sobre la inferioridad de los negros y las diferencias que separan a catalanes de españoles, ratificadas hace pocos meses por Oriol Junqueras, a las afirmaciones de la “superiora del convento” Marta Ferrusola sobre la desgracia de que el President de la Generalitat, José Montilla, no llevara un apellido catalán, o que los emigrantes del resto de España iban a degenerar la raza de catalanes en Cataluña, los “forasters” y los “charnegos”, fuimos mirados siempre como inferiores, intrusos y molestos en el plácido “oasis catalán” que dominaban. Y del que se beneficiaban muy provechosamente.
En un tiempo que tuvimos Carlos París y yo un automóvil con matrícula de Madrid sufrimos insultos, pinchazos de ruedas, lo ensuciaron con mierda y pintura. Los amigos nos aconsejaron, paternalmente, que pusiéramos una pegatina con las letras CAT, para indicar que aunque el coche estuviera matriculado en la odiada ciudad nosotros éramos catalanes de pro.
La larga historia de segregaciones, discriminaciones a los emigrantes y a los charnegos está contada por sus propias víctimas y por los escritores ecuánimes que no se han hecho eco de las mentiras, fabulaciones y falsedades de los escritores nacionalistas. Pero hay una izquierda que no quiere enterarse. No se sabe si por puro electoralismo, como la señora Ada Colau y Xavier Doménech, llamando hipócritamente a la concordia, o por su ingenuidad, cuando creen de buena fe que es posible y aconsejable que nos entendamos fraternalmente los trabajadores catalanes y españoles, para que éstos apoyen la secesión de Cataluña, creando el más grave conflicto que ha vivido España después de la Guerra Civil, o al menos, ahora, que se les aplique el Concierto económico del que se benefician los vascos y dejándonos a los demás en ese segundo país que no es digno de ser compensado ni económica ni culturalmente como ellos.
Esa izquierda bondadosísima no conoce los libros de texto que se enseñan en las escuelas de primaria y secundaria, no ha seguido el Congreso “España contra Cataluña” financiado por la Generalitat y no ha visto el vídeo que distribuyeron generosamente sobre la opresión vivida por Cataluña manu militari por España desde el siglo XII.
Los políticos de la concordia, que hacen llamamientos a que todos nos unamos para tirar de la Estaca de Lluís Llach, sin saber de que lado caeremos, obvian, porque no lo saben o no quieren saberlo, que los propósitos de esas formaciones independentistas no son ni la alianza ni la unión ni siquiera el respeto para quienes no son de su ideología. No recuerdan ya las enfáticas declaraciones de Llach amenazando a los funcionarios que no cumplieran las leyes de secesión que habían aprobado por su cuenta los parlamentarios independentistas.
Desde la señora Gispert, que fue Presidenta del Parlament, diciéndole a Inés Arrimadas que se fuera a Cádiz, a Turull dirigente del PdCat y de Joan Tardá de ERC considerando súbditos de la monarquía a los que no defendemos la independencia, e incluso traidores, a quienes no le apoyamos, a los que han llamado fascista a Joan Manuel Serrat, a los profesores de la universidad de Barcelona que cuando encuentran en un pasillo a la catedrática de Lengua y Literatura Española le espetan “Y tú, ¿cómo estás enseñando el idioma del enemigo?”, a los que pintaron la casa de Victoria Camps acusándola de “Fascista” y “Botifler”, los que han enconado más los enfrentamientos entre las poblaciones catalana y castellano parlantes no han sido los políticos y medios de comunicación españoles sino los catalanes.
Esos izquierdistas defensores de la unión y la fraternidad no deben leer los periódicos Ara o el Punt Diari, ni ver la TV3, 8TV, o las numerosas televisiones locales que se dedican a establecer claramente los dos países en que dividen Cataluña, los buenos: catalanes y catalanistas y los malos: españolistas.
Esa izquierda no se ha enterado de que el independentismo ha liquidado los movimientos sociales: ya nadie protesta por los recortes en sanidad ni por la precariedad laboral. Mientras el gobierno ha gastado millones en difundir su espuria propaganda sobre la opresión de Cataluña por España, “que les roba”, 19.000 niños siguen estudiando en barracones.
La ilustre Marina Subirats, que incluso dirigió el Instituto de la Mujer en Madrid, reconvertida después en fanática defensora de la independencia catalana, solicitó que me expulsaran de un grupo que llamaban “Feministas de Catalunya”, con cuyo nombre se atribuían la exclusiva del feminismo.
Desde que en 1985, en un mitin en Cornellá, lugar de arribada de cientos de miles de andaluces, me chillaron y me insultaron porque hablaba en castellano, supe que mientras el pujolismo reinara en aquella tierra no había espacio para mí. En una ciudad donde está escrito mi nacimiento, donde han nacido mis dos hijos, donde están enterradas mi abuela y mi madre, donde estudié Arte Dramático, Derecho y Periodismo, donde me gradué y ejercí 55 años, donde escribí en la mayoría de periódicos y publiqué en varias editoriales, donde milité en el PSUC, donde estuve detenida 7 veces, donde pasé 6 meses en la prisión. Esta segregación y desprecio, que nunca cesa ni se atenúa hacia los que no nos convertimos al ideario secesionista, y, oh, grave pecado, no escribimos ni hablamos en catalán, lo han constatado los promotores e integrantes de Federalistas de Esquerra, de Sociedad Civil Catalana, de Alternativa Cívica Progresista, del Foro de las Izquierdas No Nacionalistas, que se han organizado, tardíamente, para responder a la ofensiva de la marea independentista que amenazaba con ahogarnos. Y no son los que escriben en los medios de Madrid ni defienden el franquismo ni el españolismo fascista.
He participado en todas las Ferias del Libro Feminista que se celebraron en los años 80 y 90. En Londres, Oslo, Montreal, Amsterdam, Melbourne. La única a la que no me invitaron fue en Barcelona. Y el colmo de la discriminación fanática fue que las comisarias de esa Feria, María José Aubet y Mireia Bofill, publicaron un catálogo de escritoras en el que suprimieron a todas las que escribían en castellano. Así, las participantes no supieron nada de Ana María Matute, de Cristina Fernández Cubas, de Dolores Medio, de Carmen Laforet, de María Lluísa Forrellad, ni de mí.
Desde hace 7 años, cuando Josep Cuní dejó el programa de Las Mañanas en TV3, cansado él mismo del sectarismo de su televisión que había sido su casa durante décadas y donde había mostrado sobradamente su afección catalanista, nunca más me han vuelto a invitar a participar en ningún programa. Como tampoco en Cataluña radio, ni en 8TV. Y eso nos sucede a todos los que no somos de la caterva de independentistas. Lean a Albert Boadella, a Félix Ovejero, a Félix Azúa, a Victoria Camps, a Vicente Serrano.
Se quejan esos predicadores de la izquierda conciliadora y comprensiva que no se promueve una apertura de mente y de corazón del pueblo español respecto al catalán, pero no dicen nada de la apertura de mente y de corazón del pueblo catalán respecto al español. Su desconocimiento del chovinismo y de la xenofobia que anidan en la mente y en el corazón de los independentistas catalanes, del enfrentamiento que han propiciado entre los pueblos españoles -solamente los vascos merecen su respeto- utilizando los gentilicios de “murcianos” y “castellanos” como insultos, les hace que participen en una idealista e ingenua colaboración con aquellos que desean expulsar de su país a todos los que no piensen como ellos.
Como si hubiesen estado adoctrinados por una secta, se han convencido de que los catalanes son buenos de por sí, y los del resto de España malos de origen. Haciendo del gentilicio España el símbolo del franquismo, como si el nombre de nuestro país se lo hubiese puesto Franco y no los romanos, tienen un entendimiento corto y maniqueo que les lleva a defender todos los disparates y fantasías independentistas. Y lo peor es que apoyan el discurso hipócrita y fariseo de los dirigentes políticos que salen en público a hablar de colaboración y de fraternidad, mientras están haciendo listas en los departamentos de la Generalitat de los que son afines y de los que son desafectos.
Del mismo modo aceptan la afirmación de los dirigentes independentistas que identifican a Cataluña con ellos mismos. Así, es común leer y oír “lo que quiere el pueblo catalán” como si este fuese una unidad, sin distinción de clases ni de origen, y lo que quiere siempre es separarse de la malvada España que les roba.
La acusación a los medios de comunicación de Madrid, controlados por el gobierno del PP, de manipular y falsificar las informaciones, nunca las hacen extensivas a esa máquina de destrucción de la verdad y de la concordia que es la TV3, y que ha consumido millones en la tarea de adoctrinar a la población catalana en el victimismo y el odio a todo lo que ellos denominan “español” como un insulto, porque ellos no lo son.
En esta maldita confrontación que han organizado en Cataluña no se sabe todavía quien ganará, pero lo evidente es que la primera que ha perdido ha sido la verdad.
Lidia Falcón O´Neill. Abogada y escritora. Presidenta del Partido Feminista
Crónica Popular. 15 de diciembre 2016.
Un buen resumen de este largo, tedioso e irracional «procés».