Elvira Roca se encuentra en el grupo selecto al que este año se le ha concedido la Medalla de Andalucía. Me enteré justamente cuando compartía en mi muro de facebook una grabación de la entrevista que le hizo Salvador Gómez Valdés para el programa “La aventura del saber” de TVE2 del pasado día 15 (Desde 1:35 hasta 18:00). Me alegré una infinidad (presumo que todos nos alegramos) de este reconocimiento a la obra de Elvira Roca Imperiofobia y leyenda negra, que tantas veces he citado y recomendado.
La Medalla es un acicate más para que lean el libro quienes aún no lo han leído. Es un hecho verdaderamente singular, diría que casi inédito, que un estudio riguroso y documentadísimo de historia, que se sitúa en el contexto de polémicas historiográficas bastante especializadas, se haya convertido en un “best seller”, con cerca de 20 ediciones en un año, y haya sido objeto de un inusitado interés público y mediático.
Pienso que pueden aducirse varios factores para explicar el éxito de la obra de Elvira. Precisamente, uno de ellos, el del cuestionamiento (o rechazo) de la ideología buenista y multiculturalista de las izquierdas e intelectuales progres respecto a la idea de España y la manida “cuestión nacional”. Es un tema sobre el que desde algún tiempo vengo deseando escribir; en los últimos años se ha producido un importante desnudamiento de los tópicos, prejuicios ideológicos y mitos políticos de las élites intelectuales y de izquierdas y progres, mantenidos en el antifranquismo y desde la Transición hasta nuestros días, que a su vez conecta con la historia de la “leyenda negra” que desnuda Elvira. El reconocimiento a la obra de Elvira resulta, además, especialmente apropiado ahora que Puigdemont y otros líderes «procesistas», los nacionalistas flamencos, el alcalde de Amberes, las élites catalanistas, la alcaldesa de Barcelona y tantos otros beneficiarios de la «leyenda negra», andan alimentándola, todavía hoy en día, como un eficaz instrumento de legitimar el secesionismo e “internacionalizar” el “conflicto español”.
Los prejuicios y mitos de esta “sacra Némesis” –por utilizar la expresión de Jon Juaristi en su espléndido libro sobre el “retorno de lo sacrificial en tiempos de secularización política” en el imaginario nacionalista-, por inconsistentes que parezcan y sean, han funcionado históricamente y siguen funcionando en el presente. Aunque para los curados en salud histórica y democrática resulta esperpéntico y deleznable el espectáculo de Puigdemont, Anna Gabriel y demás “exiliados” y valedores, presentándose como escapados de las garras del ogro del Estado español, lo cierto es que muchos nacionalistas hispanos (“periféricos”) y nacionalistas belgas, flamencos, holandeses y germánicos, deben refocilarse con la idea de que están ante la imagen rediviva de Antonio Pérez, Fray Bartolomé de Las Casas o Francisco de Encinas, perseguidos por Felipe II, Torquemada y el Duque de Alba y de que Felipe VI, visto lo visto en la inauguración de MWC, es la reencarnación de Felipe II. Y, si realmente no se lo creen, desde luego lo utilizan con gran eficiencia propagandística.
Quiero hacer un inciso para destacar la importancia del arte de la propaganda, que nutre y convierte en producto de consumo masivo todas las mitologías nacionalistas en general y la gran mentira del “procés” en particular. Se ha hablado del montaje de muchas imágenes del 1-O, de los 1.000 heridos, de la declaración “virtual” y “simbólica” de la República, del “exilio” de Puigdemont y otros consejeros, de la “autonomista” (¡) Anna Gabriel perseguida por sus ideas políticas (diario suizo “Temps”), etc., y de las muchas mentiras que han alimentado el proceso de construcción nacional: el “España nos roba”, el parasitismo de los andaluces que viven a costa de los impuestos de los catalanes, déficits fiscales astronómicos y otras servidumbres o dependencias económicas (me remito a la fábula de las “cuentas de la independencia” de Borrell), pertenencia incuestionable a la UE por derecho idiosincrático, localización empresarial vinculada a los genes catalanes de impensable deslocalización, victimario histórico inmemorial y sin límites (¡incluso en el diseño proteccionista del mercado nacional español!), oasis catalán (¡hasta en la guerra civil!), “ocupación franquista” , echando mano una vez más de la figura del “forani” en el imaginario catalanista del siglo XX, etc., etc.
Pues, bien, el arte de la propaganda no es diseñar y montar una gran mentira infumable, sino conseguir que una mayoría o masa de gente comulgue con ella. Esto es lo que ha sucedido en Cataluña de modo gradual y progresivo desde finales del siglo XIX, es cierto que se ha agudizado en las últimas décadas gracias a la hegemonía simbólica y cultural, al control institucional, a la presión ideológica y social, al dominio de los medios de comunicación públicos… y al control del sistema educativo como vehículo de “nacionalización” lingüística y adoctrinamiento mental y político… ¡y a la implicación de la izquierda en el consenso catalanista desde el tardofraquismo y Transición!.
La cuestión es que los nacionalistas han sabido ejecutarlo con eficiencia conforme a la “hoja de ruta” que ya diseñó Pujol y su equipo como estrategia de “construcción nacional”, con vistas a aplicarla de forma diferenciada a los sectores sociales en función de la proximidad, lejanía u oposición de éstos al proyecto nacionalizador o re-nacionalizador catalán. De hecho, los estrategas del “procés” habían puesto al día ese proyecto contemplando la manera específica de actuar con cada sector, desde los “hiperventilados” hasta los irreductibles e irredimibles (Josep Espar Ticó, 1988. 1988 fue el año del Mil.lenari y de la puesta de largo de los nuevos contenidos de Historia y Ciencias sociales en los diseños curriculares de la historia de Cataluña). Aquí el documento reciente de la planificación del “procés”.
Estos días he sostenido algún debate con amigos que están en el “procés constituent” (un sector de los “En comú” o “comunes” de Cataluña) y que no se alinean abiertamente con el vodevil independentista, pero se muestran comprensivos y prestan sus servicios a la causa y apoyan sin fisuras a Ada Colau, la “emperatriz de la ambigüedad”, según Borrell. Con su manipulación del lenguaje y la homologación de lo no homologable, por aquello de la “equidistancia”, ofrecen una espléndida muestra del encaje en el “procés” de este sector no explícitamente hiperventilado y del manejo de la propaganda.
Ada Colau justificó su inasistencia al acto de recepción del rey (Jefe de Estado) en la inauguración del MWC en nombre de la ciudad de la que es alcaldesa y de su condición de avanzadilla de una democracia innovadora y vanguardista, etc., etc. Le comenté al amigo del “procés constituent”, que me envió la declaración de Ada Colau, que en estos casos cada cual debe a sumir la propia responsabilidad de sus opiniones y decisiones. En todo caso, se supone que habla en su nombre y en el nombre de su grupo y de los grupos que apoyan esa decisión. Hablar de «la ciudad es contraria a…”, la «mayoría» piensa que…, el “país” quiere…, Barcelona es partidaria de…, resulta cuando menos abusivo. Es un abuso que en la política de partidos que tenemos es habitual: se apropian de modo abusivo y arbitrario de lo que dice o piensa el «pueblo», la «nación», la «sociedad», etc. Son puras entelequias retóricas que de hecho se utilizan desde los partidos y aparatos del poder para usurpar la opinión de los ciudadanos comunes.
Por otra parte, considero que no se puede considerar literalmente impuesta o no elegida democráticamente la institución monárquica como forma de Jefatura de Estado. Hubo un proceso constituyente y un referéndum constitucional. Por lo mismo, debiera considerarse impuesta la Constitución, la institución para la que se le eligió y el sistema electoral por el cual ejerce el poder municipal. Se puede ser procaz, progre, conservador, reaccionario, revolucionario…, pero me chocan y repelen las incoherencias de los cargos públicos. Ada Colau rechazó el acto de «pleitesía y vasallaje» (algo así dijo) de la recepción al Rey en Barcelona, pero se le vio esgrimir una enorme sonrisa cuando Torrent fue en visita de pleitesía y besamanos al fugado de la justicia en Bruselas, que parecía oficiar en funciones de capo. Estas incoherencias, este doble lenguaje, me resultan vomitivos y, si a estas alturas de nuestra democracia, lo permitimos, toleramos que las lecciones de ética corran a cargo de los herederos de la espantá de Banca Catalana, es que vivimos en una democracia muy imperfecta.
Hay otros factores que inciden en el éxito del libro de Elvira –aparte su excepcionalidad como estudio-, que dejo para una próxima ocasión. Solo quiero destacar ahora que el libro de Elvira ha encontrado una sociedad civil española (incluyendo una buena parte de la catalana y vasca), en parte resignada, en parte silenciada y acomplejada, que vive en buena medida de espaldas a la ideología hegemónica, a la política institucional dominante, a los políticos y a las élites intelectuales; son gente que no se siente culpable (sí culpabilizada) y está convencida de la modernidad de España, es decir, de su propia modernidad y dignidad como ciudadanos -basta verlo en la enorme cantidad de familias con jóvenes titulados que se mueven por Europa-, y que están indignados y hartos de los estereotipos a los que recurren las castas autonómicas (nacionalistas) de las regiones ricas de España y de ciertas élites políticas de los países del norte europeo, que Elvira identifica con los países de tradición luterana o protestante.
En cualquier caso, el “surgimiento” de un amplio sector de opinión, que ha mostrado su empatía con el libro de Elvira, tiene también mucho que ver –en mi opinión- con una resistencia cívica larvada y persistente a ideas como “nación de naciones”, “Estado plurinacional”… (conceptos pre-democráticos y asociados a la “Monarquía composta” del Antiguo Régimen) y a erupciones sociales y políticas recientes, como las dos manifestaciones de Barcelona del mes de octubre, inesperadas para los propios convocantes y verdadero fantasma en el imaginario catalanista y de otros nacionalismos españoles. Y recordemos, el fenómeno editorial de “Imperiofobia y leyenda negra” se ha dado, prácticamente, en paralelo, con el éxito editorial de “Patria”.
En un escrito que con el título de «Corolario del sedicioso golpe a la democracia» me publicaron en su página web los amigos de ACP (Alternativa Ciudadana Progresista), el 22 del pasado mes de septiembre (¡qué lejos parece ya!), venía a decir que para la ciudadanía democrática lo peor del actual ciclo está por llegar. Tenía presente el libro de Elvira, que nos remite a la historia.
Los interesados en conocer los orígenes y naturaleza de los nacionalismos hispánicos y, en este caso concreto del catalanismo sabrán que los orígenes de la burbuja política del «procés» que venimos padeciendo en los últimos años se remontan al último cuarto del siglo XIX, cuando, junto al intento decimonónico -poco exitoso- de un nacionalismo liberal español, aparecen los nacionalismos “periféricos” como reacción contra el liberalismo español y muy especialmente contra la democracia incipiente, lo que más tarde Ortega teorizará en la «rebelión de las masas». El leitmotiv de los nacionalismos periféricos (en los que paradójicamente beberán el nacionalismo imperial, integrista y racista -es decir, sustentado en la idea «científica» de raza- de Acción Española y el nacional-catolicismo franquista) ha sido y es, en última instancia, el repudio de lo español, «construyendo» hechos diferenciales que representan siempre, modalidades de la reacción contra el supuesto atraso argárico, africano, bárbaro, inquisitorial, anacrónico, semítico, parasitario, centralista, de España, pero, sobre todo, contra el liberalismo, el progresismo, el republicanismo (no el virtual o simbólico), el radicalismo, el socialismo, la democracia, el anarcosindicalismo, la convulsión social y las revoluciones, que se asocian a la historia de la España contemporánea y a ciudades como Barcelona y Bilbao, por el hecho de haber sido centros constitutivos de la cultura política de esa España contemporánea.
Resulta lógico y totalmente «coherente» que esos nacionalismos surgieran en dos regiones españolas en las que se encontraban los principales focos del liberalismo español y escenarios de las convulsiones sociales que acarrean la democracia y la aparición de la política de masas en España: Barcelona, sin duda el principal centro del liberalismo y de los movimientos sociales y la democracia en la España contemporánea -la «ciudad de las bombas», la «rosa de foc»- y Bilbao, foco de buena parte del socialismo español, como recrea Jon Juaristi en «Sacra Némesis» y «El bucle melancólico». Una de las fijaciones centrales de estos nacionalismos de reacción (reaccionarios) será la de reinventar y reconstruir su idea de “nación” descontaminada, desespañolizada, con el objetivo último de “externalizar” toda la historia política, social y cultural española de los grandes centros urbanos, es decir, de considerarlos externos, ajenos y resultado de un proceso de españolización, entendido como invasión u ocupación, que por inexistente tiene que ser un objeto de una obra de ingeniería social y política, que requiere su tiempo.
Decía que el legado reaccionario de rechazo y estigmatización de lo español pasa, paradójicamente, al nacionalismo español dominante bajo el régimen franquista al constituirse éste en un nacionalismo competidor (españolista), pero que asume el común denominador de los otros nacionalismos: clerical (católico), de raza (de nacionalismo étnico), la idea de imperio (nostalgia irredentista de una expansión en un lejano pasado) y las obsesiones con el liberalismo y la democracia liberal, considerados responsables de la “aparición” de las masas y multitudes fuera de la “nación orgánica”, como elementos extraños al “organismo nacional”. La contribución a este respecto del libro de Joan Lluis Marfany, “La cultura del catalanisme”, es impagable. Quizá por ello ni se ha reeditado ni se tradujo al castellano.
En resumidas cuentas, decía en ese escrito publicado por los amigos de ACP que la burbuja del «procés» entronca con ese movimiento histórico de repudio y reacción a lo español, a lo que fue la fronda popular (no nacionalista) de la Transición, a la actual España constitucional –fundamentada, pese a sus limitaciones, en la idea de ciudadanía democrática- y a las episódicas convulsiones ciudadanas y sociales que laten en ella, como pudo ser la gigantesca marea ciudadana contra los asesinos de Miguel Blanco y sus cómplices o la más reciente del 15 M, tan sobrada de ideas de “empoderamiento” ciudadano como carente en sus orígenes de connotaciones nacionalistas. Recomiendo la lectura del libro recién publicado de Santos Juliá sobre la Transición (1937-1977).
Hay otras conexiones del “procés”, que se nos escapan, al menos en parte, obviamente, pero no es ningún “descubrimiento” que nos encontramos en un proceso global de universalización de ciertos derechos ciudadanos y de la idea misma de ciudadanía democrática, que es radicalmente igualitaria y universal, y que la idea de ciudadanía española hoy por hoy está plenamente engarzada en ese proceso globalizador. Merece la pena leer sobre lo que esto ha escrito Joseba Arregui, que en su día fue secretario peneuvista de política lingüística y consejero de cultura del Gobierno vasco del lehendakari Ardanza.
Sea cual sea la opinión que nos merezca la UE, es obvio que se trata de un proceso de integración de Estados nacionales, que se incardina en un proceso político global y que requiere una movilidad mental, política y social que rompe con los blindajes y autarquías de los mercados económicos, políticos, sociales y culturales de tipo regional, identificados con “pueblos” y “naciones” identitarias o “históricas”.
El siglo XXI político arranca con la “balcanización” europea que generó la Guerra de los Balcanes: desde entonces se ha alentado en las regiones ricas europeas el magma multiculturalista de los “pueblos” y “naciones” étnicas, culturales, identitarias, historicistas, sometidas al control de ciertas élites nacionalistas con medios para financiar esas “construcciones nacionales”- y con capacidad para disponer a su servicio de una “menestralía” intelectual y cultural; con esta nueva “clerecía” y “menestralía” es posible convertir la lengua “propia” –u otros signos identitarios- en eficaces medios para blindar sus mercados ideológicos e instituciones políticas, como vino a decir Jesús Royo en su genial ensayo “Una llengua és un mercat”(hoy descatalogado desgraciadamente).
Las lenguas “propias” (término impropio donde los haya) han sido un útil instrumento de “nacionalización” de las multitudes no encuadradas en el proyecto de “construcción nacional” y una presión institucional y social para las masas resistentes a integrarse en el cuerpo orgánico de la nación construida o inventada. El sociólogo Salvador GIoner, en un libro (Cultura catalana: el sagrat i el profà) en el que también participaron Lluis Flaquer, Nuria Bultà y Jordi Busquet, expuso, hace aproximadamente un cuarto de siglo, que la lengua es un medio para la hegemonía cultural y ésta (el sagrat) para el control político (el profà). Venía a insistir en que la clave de esta estrategia, desde los años de Prats de la Riba, consiste en crear una “clerecía” (oficiantes sagrados o sacerdotes de la nación) y una “menestralía” (oficiantes administrativos, culturales y políticos) nacionalistas.
Esta estrategia, diseñada desde los inicios del pujolismo y divulgada por algunos de sus estrategas fundacionales, como Josep Espar i Ticó y otros, ha tenido el éxito que explica el “procés”, aunque ha sido un éxito relativo, a pesar de las casi cuatro décadas de control político, institucional, educativo y mediático. Todavía no han alcanzado el control de la mayoría social, cosa que evidencia la mayoría electoral alcanzada por Ciudadanos. Pero, la construcción de “pueblos” (un pueblo, una historia, una lengua, una nación) ha resultado sin duda un poderoso agente “nacionalizador” y una entelequia útil como fenómeno movilizador del “procés” y de la “Europa de los pueblos” frente a la Europa que de los Estados nacionales. Con los precedentes de la “leyenda negra” española, sostenida y engrandecida por las izquierdas, es fácilmente explicable el parcial éxito mediático de los apóstoles de la causa independentista.
A la naturaleza esencialista (casi sagrada) y teleológica del «procés de construcció nacional«, hemos de sumar factores coyunturales muy concretos y materiales como la actual composición sociológica e ideología de las élites del procés y la huida hacia adelante a la que les empuja su «propia» corrupción institucional (tan «propia» como la lengua) con la aquiescencia de unas izquierdas “buenistas” y progres (relativistas ) y el propicio sistema electoral y régimen bipartidista, que han instituido el sistemático chantaje del apoyo a la gobernabilidad de los grandes partidos a cambio de la inhibición de éstos en el territorio “propio” de los nacionalistas, hasta apropiárselo en exclusiva.
La composición actual de la casta autonómica y las élites nacionalistas catalanas explican, asimismo, la agresividad del “procés”. Los que dominan el panorama es la nueva “menestralía” cultural, administrativa y clientelar que han generado las casi cuatro décadas de control institucional y de disponibilidad de cuantiosos recursos, los sectores vinculados a la burbuja inmobiliaria y financiera (la obra “Crematorio” de Rafael Chirbes es aplicable también a Cataluña) y los partidos y sectores sociales vinculados al 3 % capitaneados por los especuladores, mafiosos y aventureros del tipo del clan Pujol y los del caso Palau. Es el conglomerado motriz de la nueva “casta autonómica” catalana.
Pero, los ejes del proceso de construcción y soberanía nacional son los mismos. En todo el proceso de «construcción nacional», consolidado estratégicamente durante el pujolismo, el discurso era el mismo: la existencia desde antiguo, desde los “orígenes nacionales” medievales, de una Cataluña europea, carolingia, frente a una España, más allá del Ebro, islamizada, semítica y medio africana.
El discurso nacionalista ha variado poco respecto a la percepción que tenía Pujol de la inmigración española (el Pujol de la “La immigració, futur i esperança de Catalunya”), que a su vez la heredó del Doctor Robert (médico teórico de la “raza catalana”, al que en el 1910 se le erigió en Barcelona una escultura de Josep Llimona) y de los demógrafos nacionalistas (racistas todos ellos) del primer tercio del siglo XIX, como Vandellós. La inmigración española o interior (las “turbas” de trabajadores procedentes de España, sobre todo, murcianos y andaluces, aunque también aragoneses) queda así ensamblada en imaginario tradicional del nacionalismo como un fantasma y amenaza para el ideal catalanista del orden social “pairal” y la identidad nacional propia.
El control, sumisión o “integración” de estos “nouvinguts” u “otros catalanes” se convierten en una obsesión. Es la preocupación perentoria por mantener el “álbum familiar” de la sociedad catalana frente al fantasma español (así lo explicaba el sociólogo de izquierdas Jaume Botey), lo que conduce desde primera hora a estrategias de integración ideológica y simbólica e inmersión lingüística. En realidad, la estrategia nacionalizadora en este terreno se planteó como mecanismo de sustitución del nacionalismo españolista del régimen franquista. En las masas de trabajadores “españoles” que pueblan la nueva periferia metropolitana de Barcelona y los centros industriales de Cataluña y que protagonizaron las grandes huelgas bajo el pleno franquismo ven la sombra de los fantasmas históricos del “forani”, del desorden español, y se aprestan a aplicar la estrategia de “externalizar” y estigmatizar a esos agentes españoles (éste es el estigma) del “rebombori” y de la perturbación del orden social orgánico de la nación histórica, de la cultura tradicional catalana y de la sociedad “pairal”.
En última instancia, solapada por los intentos de captación de minorías de la inmigración más reciente, persiste la visión tradiciónal de Pujol y los nacionalistas de esos trabajadores “españoles” como turbas aculturadas y ociosas, a las que hay que elevar –mediante el ascensor social y la integración lingüística y cultural- al nivel civilizatorio y cultural del orden catalanista y excluir a los irreductibles. Resulta muy instructivo releer el libro “El somni català”, de Gabriel Pernau, publicado hace aproximadamente un cuarto de sigo. El “somni català”, un recorrido por la historia de la identidad catalana pujolista, fue llevado después al cine por Josep Mª Forn (el director, hace medio siglo, de “La piel quemada” ¡quién lo diría!).
Es una visión mimética de la que tienen los países nórdicos de la UE respecto a los PIGGS del Sur. Una visión anclada en la “leyenda negra”. Todo el “procés”, desde el “España nos roba” a la imagen de la España negra y autoritaria, es un continuo abundar en esa visión nórdica de los PIGS del Sur, con los que los soberanistas, con manifiesta conciencia de superioridad (supremacismo), no quieren compartir mesa. El 1-O es un montaje de imágenes en que los “mossos” le pasan a la GC y PN «españolas» el marrón de la represión y la sangre derramada. No se llegó a ver la sangre, pero ya se lo montaron para hacerla correr en el “relato”.
El relato ha seguido funcionando aprovechando –como tenía que ser- la visita del rey (Jefe de Estado) a la inauguración del MWC. Ada Colau aireó de nuevo (como Torrent ante el ministro Català y magistrados en el Colegio de Abogados de Barcelona) la represión del 1-O para cuestionar a los jueces, al rey y la democracia en España.
A veces, conviene pararse un poco en estos hechos puntuales para analizar los mecanismos del arte de la propaganda. En el intercambio de opiniones con mis amigos del “procés constituent” a los que mencioné más arriba, trataba de defenderme apelando a que ya está bien de tomarnos el pelo a los ciudadanos comunes. Refiriéndome a su exigencia de disculpas por parte del rey por el 1-O, les pregunté cómo son capaces de intentar hacer olvidar que el punto crucial y nudo gordiano del “procés” no fue el 1-O sino lo sucedido las noches del 6 y7 de septiembre en el Parlament, con la aprobación de “leyes habilitantes”. Funcionará como propaganda y como relato para sus feligreses y nórdicos, pero, por favor, que no se confundan de destinatarios del relato.
Por simples razones de ética política y cívica, es imprescindible que salgamos del maniqueísmo farisaico que establecen diferentes raseros de opinión y criterios de enjuiciamiento. Al parecer ha perdido todo significado ético que unos imputados (a los que lo menos que se les imputa es ¡malversación de fondos públicos!) se hayan presentado a elecciones y ejerzan de diputados ¿Qué diríamos si se presentaran en candidaturas electorales gentes como Manuel Chaves, Francisco Granados o Fancesc Camps?.
Está clara la ausencia de escrúpulos y de ética en la gestión política del PP, del PSOE (Andalucía), etc. Pero, es exigible la misma claridad unívoca con todo el “procés” de «construcció nacional» que se ha llevado a cabo desde que Pujol, después de que Felipe González le indultara el desfalco de Banca Catalana y cargara al erario público (español) los más de 300.000 millones de pesetas de su rescate, se envolviera con la “senyera” (en un anticipo de la “estelada”) y dijera entre vítores, desde el Palau de la Generalitat, «a partir de ahora las lecciones de ética las daremos nosotros». Lo aplaudieron hasta prohombres de izquierda como Manuel Vázquez Montalbán. El procés es un verdadero ejercicio de autentica desmemoria democrática del pasado pujolista y del presente construido sobre los cimientos del “consens” de todos en torno al 3 %.
Se tolera todo esta hipócrita perversión porque la ideología nacionalista, con la aquiescencia de los propagandistas multiculturalistas de la nación de naciones y del Estado pluri- o multi-nacional, da por asentado el hecho de un diferencialismo supremacista respecto a España y lo español. En Cataluña hay un diferencialismo (uno, sutil como el que describe Luisa Castro en “La segunda mujer”, y otro, de brocha gorda, el de los exabruptos políticos) que parte del supuesto de dos mentalidades e idiosincrasias, de dos comunidades y de dos categorías de ciudadanos, los de casa y los de fuera. Los catalanes con pedigrí y los “nous vinguts” o “altres catalans”. Y eso que éstos últimos debieron pasar la prueba a finales de los años 70 y en los 80 de que para ser catalán no sólo debían vivir y trabajar en Cataluña, sino que era preciso además “sentirse catalán”. José A. Álvarez, doctor de sociología por Harvard y profesor del INSEAD y de Harvard realiza en “Els de casa frente als de fora” un análisis crudo de esa dualidad que, pública y oficialmente, nunca se ha querido reconocer.
Hace décadas ya empezaron a investigar y publicar en esa misma línea sociólogos como Faustino Miguélez y Carlota Solé. Más tarde, apuntalaron esa línea de investigación sociólogos, demógrafos, historiadores y antropólogos, como Jacqueline Hall, Dolores Juliano, Xavier Pericay, Mercè Vilarrubias, Jeffrey Miley, Eric Gütermann y otros cuantos. Nunca se les ha querido dar cancha pública ni credibilidad. Las cuestiones de fe son así. Hay otros estudios consistentes sobre el particular que no se han publicado porque sus autores no querían perder la posibilidad de acceder a la Universidad o a cargos institucionales. Incluso la Fundación Bofill se negó a subvencionar investigaciones que partían de esos estudios publicados y apenas conocidos.
La estrategia excluyente ha sido siempre la misma: esos “otros catalanes” –o simples “residentes temporales” en Cataluña como dijo un secesionista sobre refiriéndose a los ciudadanos “españoles” de Cornellà, artífices –cosa que deben ignorar esos imberbes- de la Cataluña actual, son una «minoría española», heredera del españolización franquista de Cataluña. Se están refiriendo a los casi únicos herederos actuales en Cataluña de las ideologías políticas de la España contemporánea fraguadas en buena parte en Barcelona y otros centros industriales de Cataluña. Con la estrategia de “desespañolización” están amputando y condenando la parte más interesante de la historia de la Cataluña contemporánea, lo que no consiguió el franquismo.
Hace poco leí un artículo del lingüista Albert Branchadell, profesor en la UAB, adscrito a la corriente más liberal del nacionalismo lingüístico, que hablaba de la falta de encaje de la “minoría española” en el proyecto soberanista catalán. Partía de una óptica multiculturalista de la sociedad catalana, formada por agrupamientos étnicos y mitos comunitarios que no implican derechos individuales, en que lo catalán es opuesto e inconciliable con lo español. Obviamente, si no fuera por el apoyo de las izquierdas a este «consens» como sistema político consolidado en la misma Transición con el CFPC (Consell de Forces Polítiques de Catalunya), eso sería sin más puro lepenismo, padanismo, flamenquismo (el de Flandes), amaneceres dorados… o cualquier ismo ultra e los que pululan en Europa. No legitima el modelo, pero el hecho de que las izquierdas (PSUC/ICV, PSC) hayan sido los partidos votados de manera mayoritaria por la “minoría española” ha otorgado legitimidad al proceso de “construcció nacional”.
En la glosa que escribió Joaquín Leguina del libro de Elvira Roca, éste afirma que el libro ofrece muchas claves de los nacionalismos actuales, además de rectificar definitivamente la visión o imaginario de los países del Norte sobre los del Sur de la “leyenda negra” española. Como en la leyenda negra, señalaba el periodista Ignacio Martínez, «éste ha sido un enfrentamiento entre la ley y la propaganda, que ha ganado la propaganda en la prensa internacional… No me resisto a contarles un tuit que ha circulado estos días. Marta Rovira, la brillante diputada republicana, pasionaria de los sediciosos, escribió que “en democracia, votar no es un delito” y fue rotundamente replicada por otro que decía y “follar tampoco es un delito en democracia, pero hacerlo sin consentimiento es violación”. La sistemática violación de las leyes, de la Constitución, del Estatut, del Parlamento catalán o de las sentencias judiciales han ido animando a este viento divino que sacó mucha gente a la calle, dispuesta a enfrentarse a las fuerzas policiales con sus abuelos y sus hijos de por medio… Nadie es inocente, pero todos somos víctimas. A la fractura interna del Principado, partido en dos, se suma el desgarro sentimental que esta cruenta batalla deja en el conjunto del país. Puigdemont, Junqueras y compañía han conseguido que Cataluña deje de ser un ejemplo admirable para el resto de los españoles. Costará décadas que los catalanes recuperen el prestigio colectivo y el respeto que tuvieron. Este desamor es una de las peores consecuencias de la ciega carrera insolidaria que han llevado a cabo sus dirigentes…»
Concluía Ignacio Martínez: «Esta semana un articulista del diario Liberation ha descalificado a los insurgentes a los que atribuía todos los clichés del nacionalismo más obtuso: “Racismo, desprecio de clase, incluso una forma de supremacismo cultural porque colocan de un lado el nosotros” “un pueblo educado, trabajador, progresista, honesto, republicano y europeo” y del otro ellos, “la canalla ibérica retrógrada, perezosa y corrupta, atada a una monarquía desacreditada a fuerza de escándalos y perpetuamente retrasada respecto a la hora europea”».
En efecto, Jordi Pujol, en los inicios de la Transición, opinaba que el andaluz «es un hombre destruido, que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual». Esa imagen de los andaluces, en el imaginario catalanista sigue vigente y enlaza con un creciente sentimiento de superioridad respecto a todo lo español y lo hispano. Por eso decía al principio que lo peor está por venir.
Para desentrañar eso y muchísimo más le cedo la palabra a Elvira Roca, a la que podéis escuchar y leer en las numerosas entrevistas y algún artículo, cuyos enlaces os refiero a continuación.
Un abrazo. Rafa Núñez
Marzo 2018
Elvira Roca: Hispanidad con futuro.
http://www.elmundo.es/opinion/2017/10/12/59de5c9922601dff4a8b4590.html
A partir del minuto 0:24:40 http://play.cadenaser.com/audio/cadenaser_tresenuno_20171012_060000_070000/
Fresco del día:
http://www.elmundo.es/opinion/2017/10/12/59de5c9922601dff4a8b4590.html
http://www.eleconomista.es/firmas/noticias/8669799/10/17/La-fiesta-nacional.html
http://www.larazon.es/local/andalucia/call-me-cahlo-DA16525644
Aquí la presidenta de la Real Academia de la Historia cita el libro Imperiofobia. Lo curioso es que Elvira rebate en su libro la tesis de Carmen Iglesias, quien defendía que la leyenda negra era algo ya del pasado. Parece que se retracta de ello. Lo que cita de la prima de riesgo es una idea de Elvira que retoma la presidenta. A partir de 1:24:00 en:
http://www.diariodesevilla.es/opinion/tribuna/Separatistas-leyenda-negra_0_1177982537.html
Y este, que está incompleto. Supongo que estará entero disponible en unos días:
http://www.lagacetadesalamanca.es/opinion/2017/10/01/hartazgo/218000.html
http://cadenaser.com/programa/2017/12/01/a_vivir_que_son_dos_dias/1512150209_798173.html
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