Contestando a «¿Quién es más nefasto, Torra o Ayuso?»

Al hilo de la crisis sanitaria del covid-19, pueden comparase las actuaciones del presidente de la comunidad catalana, Torra, y la presidenta de la madrileña, Díaz Ayuso. Además de que ambos pertenecen a formaciones políticas, una catalanista y la otra españolista, resulta ya un trámite formal la alusión a que ambas formaciones han estado defendiendo e implementado la política neoliberal de contención del gasto público, y por tanto de recortes en el sistema público sanitario.

Sin entrar en los detalles de sus respectivas gestiones, de las que supongo más o menos informado al lector, aquí se va a considerar esa comparación desde el esquema de entender su análisis en cuanto caso particular y concreto del caso general, el cual sería el de un trazado básico de la comparación entre nacionalismo catalán y nacionalismo español.

Vayamos, pues, por pasos, y consideremos previamente la existencia de dos creencias dadas en la tópica de la izquierda española. (a) El nacionalismo español es de derechas, es una sustancia ajena, distante, y hasta opuesta; y esta creencia va asociada a la de que, por otro lado, el nacionalismo catalán es un cobijo más natural a la recepción de posiciones de izquierda -como el nacionalismo español no lo puede hacer. (b) La derecha catalanista es más refinada, más civilizada, democrática que la española (mesetaria, cavernícola, violenta, retrógrada y criptofascista…).

Con el tiempo, esta segunda creencia ha menguado algo, pues cada vez se reconoce más el peso en el catalanismo de derechas de la herencia del franquismo también y con la misma intensidad que en la del resto del país. (Aún así, para amplios sectores persiste la convicción -que es mentira- de que Franco hizo una guerra contra Cataluña). Por tanto, ante un factor diferencial entre ambas derechas -que privilegia a la catalanista contra la españolista-, replicamos un factor de igualdad entre las mismas.

En cuanto a la creencia (a), que sostiene una diferencia entre catalanismo y españolismo desde una óptica de izquierda, vamos a mantener el factor diferencial, pero en sentido contrario al de la tópica: el nacionalismo catalán no sólo no es mejor que el español, sino que, además, es peor. Parecería que, igualadas las derechas, respecto a (b), la afirmación, respecto a (a),  sería la de que todo nacionalismo es igual de malo, y de que ambos nacionalismos son lo mismo, y así se zanjaría la cuestión desde una izquierda auténtica que ha encontrado su norte y el enfoque apropiado de la realidad. Pero lo que, en efecto, de esta manera se hace es cambiar una confusión por otra, y mantener el enfoque falsificado sobre la realidad del catalanismo.

Los dos nacionalismos no pueden ser semejantes, aunque sólo sea por la obviedad de que en el caso del español corresponde al resultado de las diversas vicisitudes históricas de desarrollo hasta la formación de una nación política, y de la constitución progresiva de un Estado. En el caso del nacionalismo catalán, no hay, ni hubo nunca, tal Estado (y en verdad tampoco hubo nación, como se pretende).

Esto tiene consecuencias directas e incuestionadas hasta para el empleo en cada caso de palabras como ‘nación’ o ‘nacionalismo’. Aquí me gusta presentar siempre el ejemplo de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo) y de la CONC (Comissió Obrera Nacional de Catalunya). El mismo término ‘nacional’ tiene significados diferentes en cada caso. En el primero refirió al marco básico de actuación, y esta obviedad no caracterizó a ese sindicato como nacionalista. A diferencia de esto, en el segundo caso -donde no hay un Estado construido, y la nación se tiene que reivindicar (e inventar)- la aplicación de la palabra ‘nacional’ a algo (como en el sindicato CONC) requiere de una previa carga de nacionalismo en busca de encarnación, que no se da en el primer caso.

Bastaría para considerar el nacionalismo catalán como peor que el español -desde una perspectiva consecuente de izquierdas- en que el llamado ‘hecho nacional catalán’ se define en la ruptura del acontecimiento de la nación española, y esto es la disolución de la patria de una comunidad cívica mediante el factor de insolidaridad, del que en verdad el catalanismo toma su origen, en donde se enraíza, y hacia el que se dirige. (Y por esto no es ya la provocación a la hilaridad, sino la contundencia de la impúdica hipocresía lo que se presencia ante el caso de aquellos ‘procesistas’ que se declaran ‘independentistas’, pero que no son nacionalistas, añaden; y esto podría valer tanto para ser dicho por un izquierdista como para un neoliberal globalista). Sólo por esto es peor, decimos. Pero, también, no sólo por esto.

Después de estos pasos previos, podemos ahora acercarnos al enfoque del caso propio de Torra /Ayuso, haciendo todavía antes un preámbulo, con la incursión en la distinta fenomenología que envuelve la corrupción en los casos del partido de Ayuso y en los casos de los clanes de la dirigencia catalanista. Pues ante los hechos desenmascarados de corrupción, el ciudadano que vota al PP se justifica a sí mismo en cosas como que los ‘otros’ también lo hacen, que al fin y al cabo es inevitable a la política, y que, por tanto, él sigue votando por los del PP, que son menos malos, sino claramente mejores, o porque ahí tiene conocidos.

Lo que no puede conseguir ese votante, ni un relato del nacionalismo español (ni siquiera haciendo una imaginaria traslación hacia la soltura discursiva de Vox), es el solapado reclamo a la población de la amortiguación de la crítica a esos hechos delictivos por la fuerza de una razón mayor, la de la defensa común nacional frente al enemigo común (España, su Estado y su pueblo). El nacionalismo español no tiene el recurso que proporcionan las coartadas del supremacismo xenófobo: “tenemos corruptos, sí, pero porque arrastramos la deficiencia de estar dentro de España, motivo auténtico de que los tengamos y no podamos manifestarnos en todo nuestro esplendor como pueblo virtuoso que somos”.

Esta limitación del nacionalismo español -frente al catalán- se expresa, para el caso que nos ocupa, en la demarcación pudiente -que muchos medios han destacado- del territorio urbano de las protestas contra el Gobierno del PSOE-UP, y que, sobre todo en la ciudad de Madrid, tiene el sesgo de una reivindicación de clase, que alineándose con la presidente Ayuso ha estallado por las prórrogas del estado de alarma, el cual se teme como perjudicial a sus intereses económicos.

La ideología nacionalista instrumentaliza la nación para elevar un interclasismo confraternizador mediante la negación de la lucha interna en clases sociales, y así neutralizar las reivindicaciones de las clases populares. La detentadora de la titulación nacionalista en España, la derecha, tiene dificultades para traspasar esa línea que coloca en la armónica transversalidad, esencial al nacionalismo.

Pero en Cataluña (donde los apoyos a los governs están más allá de la clase, son nacionalistas) el catalanismo sí puede amparar los intereses de la clase que con preferencia defiende en su elevación a categoría nacional; posee esa transversalidad suficiente para distraer, diluir, apagar la expresión política efectiva de los intereses populares. Es aquí meliflua la apelación a un catalanismo popular, pues tal nacionalismo de izquierdas es arrastrado, con su propio beneplácito, por su fondo más ultranacionalista que el de la derecha todavía; sus disonancias efectivas, no son de clase trabajadora, sino que consisten en disputar el patrimonio del tradicional saqueo estandarizado de lo público, o en la comparsa de una fanfarria de estética azucarada como encubridora del fanatismo más irascible.

El nacionalismo español es ‘débil’ comparado con esta intensidad del nacionalismo catalán -fortaleza que responde bien a sus cimientos racistas. Ante una medida económica lesiva para los sectores populares (recortes en la administración pública, facilitación del despido, o de la bajada de salarios,…), un gobierno del PP tiene que apelar al factum de la economía mundial, al chantaje de la huida de los inversores extranjeros, etc…; pero no puede llevar a cabo en un primer plano un discurso nacionalista que vaya a tener éxito en su recepción en la masa social. Es decir, no puede hacer lo que ocurre en Cataluña: la invocación inexpugnable a un ‘imperativo moral nacional’ frente a la permanente nación enemiga, España, enemigo común de la derecha y de la izquierda catalanistas.

Por encima de lo nefasto de la gestión de Ayuso o de Torra (y de los demás), y de la graduación de sus respectivas incompetencias y responsabilidades por los resultados, la cobertura de impunidad que tiene Torra -desde el espíritu encienagado que el catalanismo ha desplegado sobre la sociedad catalana- es un privilegio que no detenta ningún representante de ninguna otra taifa. Si los sanitarios contagiados, las personas fallecidas, señalan a una falta de prevenciones administrativas que tiene responsables políticos, se multiplica la desprevención en los fallecidos catalanes, cuyas muertes han sido utilizadas para reclamar la independencia, insultar a la población española (incluida la catalana) y adquirir así la inmunidad frente a cualquier reclamación de responsabilidad. Más allá en la intensidad de lo nefasto nos encontramos ya lejos de los parámetros democráticos.

Quien se considere de izquierdas tiene que admitir la nocividad que hay en la potencialidad del nacionalismo catalanista. Quienes en Cataluña declaran que no son nacionalistas, ni independentistas, no pueden entonces maniobrar siempre entre el ‘soberanismo’ y el ‘equidistantismo’. Es culturalmente ciega una izquierda negada a asumir la enorme distancia de aplicación efectiva, utilitaria entre aquellos nacionalismos. No merecen el calificativo de estratégicos, ni siquiera el nombre de oportunismo, los blanqueamientos que desde fuera de Cataluña se hacen del nacionalismo catalán. Así sólo se progresará en la defección de los sectores populares por este alejamiento de la defensa cabal y avanzada de sus intereses.

José Manuel Pérez García||

Doctor en Filosofía y miembro de la Junta Directiva de Alternativa Ciudadana Progresista||

Publicado en Crónica Popular el 24 de mayo de 2020

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