La raíz de la corrupción catalanista no es el pujolismo: el nacionalismo catalán es productor de una corrupción estructural

Aunque pueda darse cierta generalización de la corrupción pública, en Europa se atribuye más a los países del sur o mediterráneos. En el mundo es más imaginable en países democráticamente deficitarios. Su acontecimiento se interpreta como una señal de degeneración democrática, mientras que su detección y punición están marcados como rasgo de desarrollo de controles democráticos.

La película titulada ‘Verano de corrupción’, adaptación de una narración  de Stephen King, narra la relación entre un anciano, que oculta su condición de ex-jerarca nazi, y un menor que descubre su secreto. Este film describe una iniciación al nazismo, y, entre su característica más persistente, destaca el juego de chantaje que se despliega entre los protagonistas. La clave crucial que está en el fondo sustancial del nazismo es algo que no es exclusivamente suyo, sino más bien cotidiano, y la palabra ‘corrupción’ titula adecuadamente este “aprendizaje”: corrupción del espíritu, de lo humano, su denigración.

La definición de corrupción tiene, por tanto, un campo amplio; el núcleo que guía su uso en este escrito es el de una concepción política del Estado que es una idea ética y jurídica del mismo, donde el poder gira en torno a la exigencia de servicio público ciudadano. Entran dentro de este ámbito de la palabra corrupción las diversas formas que quebranten esa concepción. En este sentido, abarca todos los tipos de conductas que hacen un uso contrario del poder, en beneficio particular. En nuestro Código Penal se recogen delitos que pueden encuadrarse como casos de corrupción. Por ejemplo, los sobornos, el uso de secreto o informaciones con ánimo de lucro, tráfico de influencias, la malversación…

España ha tenido una continuidad de corrupción política e institucional (militar, por ejemplo) a lo largo de su historia constitucional (y no digamos en el intervalo dictatorial franquista). Podemos recordar los tiempos del ‘turnismo’, y hasta nuestros días, donde en este momento destaca el escándalo sobre el anterior detentador de la jefatura del Estado. Incluso los tradicionalmente más inclinados a exaltar la figura del rey Juan Carlos no se han recatado en unirse al reproche unánime, aunque sólo los más ‘juancarlistas’ recuerdan los aspectos positivos del monarca, para poner en la balanza y “equilibrar” su figura histórica.

Distinta reacción tiene la corrupción en Cataluña, cuando hace décadas se destapó el caso Banca Catalana, que involucraba a Jordi Pujol,  presidente de la Generalitat, líder de CIU, y Gran Timonel Guía del nacionalismo catalán. El catalanismo cerró filas en el blindaje “patriótico” que defendía a Pujol como padre de la patria atacada a través de su persona. Desde esa presión social, las disonancias -tanto dentro como fuera del catalanismo- eran objeto de condena por una única voz pública.

Frente a la inviolabilidad constitucional de Juan Carlos, la inmunidad política y la impunidad del Sr. Jordi Pujol en el caso Banca Catalana –y, desde este caso, en adelante- no fue producto del propio ‘pujolismo’. Por la acción del ‘pujolismo’ sobre este asunto, se suele entender que manipulara el sentimiento nacional de la masa y opinión pública catalanista para, amparándose en ello, quedar cubierto en sus fechorías -en esa y en las futuras- durante todo el largo tiempo que hiciese falta, bajo el silencio del régimen nacionalista en Cataluña, amparado por los gobiernos centrales de Madrid, condescendientemente chantajeados.

El nacionalismo catalán imprime un sesgo hacia la corrupción

En cuanto a corrupción, ¿hay una distinción catalana? Si, contemporáneamente, también hay corrupción en el resto de España, en Cataluña la naturaleza de la corrupción política-institucional tiene una causación singular, marcada por un fet diferencial catalán. Nuestra tesis: el nacionalismo catalán implica la existencia de ese ‘hecho diferencial’ en Cataluña respecto al resto de corrupciones españolas. Como usurpación en la que consiste la indistinción del beneficio privado de lo público en sus diferentes niveles (el económico, el dinero como los puestos de trabajo, las instituciones, y la red de parainstituciones,….), el nacionalismo catalán imprime un sesgo hacia la corrupción por la extorsión en que consiste su interpretación de la realidad. (Y esto -otra vez más- ¿es ¡”culpa de España”!?).

Lograda la independencia, ¿persistiría la corrupción en Cataluña Nación Libre? Alguien podría advertir: el nacionalismo catalán puede estar infectado, pero esa corrupción no implica a la Nación catalana como tal. Es decir: no implica a la Nación Catalana más que a cualquier otra nación, como, por ejemplo, la española, de padecer el defecto de movimientos que, desde alguna instancia del poder infecten la administración de lo público. Por el contrario, hemos de señalar que (a diferencia de la nación española y de otras naciones reales) la “nación catalana” es indisociable de nacionalismo catalán -lo que no vamos a detenernos a explicar aquí.

Afirmamos que el nacionalismo catalán es productor de una corrupción estructural que se engarza como rasgo del régimen en que el nacionalismo sumerge a la sociedad catalana, a la que enclaustra como Nación. El pujolismo no inventa la corrupción en el seno del catalanismo. El pujolismo es corrupto porque -en cuanto catalanismo- hereda esa condición. No hay que ver la corrupción del catalanismo pujolista teniendo su origen exclusivo en su naturaleza postfranquista, sino que fundamentalmente responde a un rasgo endémico al nacionalismo catalán, al catalanismo sin excepción, el cual tiene un sesgo parasitario.

Tomar al pujolismo como central en la corrupción de Cataluña es marcar la esperanza -falsa- de que hay un catalanismo “bueno” -¿de izquierdas, quizás? ¿el de una izquierda (nacionalista)? Y también es estrecharse en el ‘setentayochismo’ (en una de sus dos formas): la remisión de todos los males actuales, su explicación, al punto reductor y germinal llamado ‘régimen del 78’, haciendo omisión, por ejemplo, de la memoria de la historia antecedente (como de los datos posteriores).

Más allá de tal simplicidad (y en ocasiones de complacida ignorancia) hay que tomar en cuenta que la Generalitat tuvo el momento de creación en la Constitución republicana, y de vigencia original hasta la imposición definitiva de la dictadura franquista. Esa Generalitat es descrita por el historiador David Martínez Fiol (en adelante, DMF) en su libro Leviatán en Cataluña 1931-1939 (La lucha por la administración de la Generalitat republicana), 2019, en donde relata la voracidad de las fuerzas políticas vigentes en la toma del aparato institucional autonómico (y también local) y la ocupación de cargos y puestos laborales.

Esta obra de DMF es la narración de que “los catalanismos descubrieron, a diferentes niveles, su vocación estatista”(p.9) [la cursiva es mía], por razón de una coyuntura que fue la del inaugurado autogobierno catalán (mientras duró hasta el fin de la segunda república), el cual, en tanto aparato de estado, facultaba para la provisión de oferta de trabajo.  Se desarrolla la idea de que la Generalitat provisional (a partir de 1931) y el Estatuto de autonomía (1932) “desató entre las clases medias republicanas y catalanistas una verdadera ansia por conquistar los puestos de trabajo públicos”.

Objetivo último en esta ansia de disfrute de las estructuras de estado sería conseguir la hegemonía y la influencia “en la vida política, cultural, asociativa y económica de la Cataluña de los años 30 del s. XX” (p.10). Pero este proceso se había disparado antes con la puesta en marcha de la Mancomunitat (concedida en diciembre de 1913) que ya “poseyó la facultad de controlar el acceso a la función pública de la administración local de Cataluña” (p.17), y que por eso era un foco de la competición política “por el control de las clases medias y profesionales catalanas” (p.19).

En ese fenómeno incluye igualmente la actuación del movimiento libertario, CNT-FAI, durante la guerra civil. También a este movimiento, entre otros reproches tópicos, no deja de recriminarle la incongruencia entre su hinchada ideología antiestatista y los hechos: la inclinación “antigubernamental” y de “revolución desde la base” fue derrotada por la evidente “burocratización de la revolución”, en cuanto la incorporación a la Generalitat “se vislumbró como una vía posibilista hacia la obtención del monopolio de la revolución”(p.194). DMF habla de un “constante asalto” a los puestos de trabajo públicos y de los nuevos organismos revolucionarios por parte de las “masas” y líderes sindicales. Esta ocupación no sólo era una actuación ideológica, sino que también tenía carácter “corporativo y profesional” (p.190), además supuso “multiplicar el aparato funcionarial de la Generalitat como no se había producido en los años precedentes” (p.195).

Un aspecto (aunque sea parcial) de la participación anarcosindicalista en el aparato de estado, está destacado por el autor como la actitud (que también adjudica con razón a la UGT comunista-socialista) que califica como el fenómeno del ‘diletantismo’ y del ‘intrusismo profesional’ en los servicios públicos -al menos hasta mayo del 37- y que corresponde a lo que denomina el ‘obrerismo radical’, como un acto de ‘justicia (o venganza) de clase’ (págs. 222, 223): la ocupación por los pobres sin estudios  (los trabajadores de ‘cuello azul’, manuales) de los cómodos puestos de trabajo y de los mejores puestos en la administración copados antes de la revolución por los ‘ricos’ con carrera universitaria (p.182).

Una confusión de base

Sobre la narración de este aspecto del acaparamiento político de la administración debemos preguntarnos si estamos ante una mera acción de toma del poder en unas circunstancias que además eran de excepción. En primer lugar, y como es obligado hacer con otros tantos cronistas sobre el ámbito catalán de la historia, hay que prevenir cautelares operaciones de drenaje de lo que aparece como descripción. Detectamos de buen comienzo la natural presencia de una confusión de base. Se trata del tópico uso fraudulento de la denominación ‘catalanismo’.

El nacionalismo catalán llama ‘españolista’ a toda política que no esté de algún modo dentro de la nacionalista catalana. (De esta manera queda involucrado como españolista también ‘lo español’ aunque no sea ‘nacionalista español’). Luego establece la deliberada confusión de llamar ‘catalanista’ a todo lo catalán. (Impidiendo ahora discriminar a lo ‘catalán-no-nacionalista’, que queda así ninguneado, como no-catalán, sin el estatuto de catalán). Y así queda cerrado el círculo tergiversador.

Con el uso de ese tópico artilugio catalanista, DMF integra dentro de las fuerzas catalanistas a la misma CNT-FAI. DMF falsifica al movimiento libertario catalán al catalogarlo como catalanista (e incluirlo en la general voracidad del aparato estatal por las fuerzas catalanistas). Cuando, por el contrario, a todas luces se trata de la única organización que -aunque con vigorosas raíces en Cataluña, pero de extensión española- dentro del espectro republicano catalán, no sólo no compartía en intensidad alguna el credo nacionalista, sino que hasta era conscientemente hostil al catalanismo.

Por eso es importante enfocar la conducta de la CNT-FAI respecto a la Generalitat, en cuanto tuviera que ver con la gestión de los servicios públicos o estatales en la Cataluña republicana, durante la guerra civil. Si hay una especificidad catalana de la corrupción política, y que proviene de la peculiaridad del nacionalismo catalanista, entonces es importante distinguir si hubo corrupción en el movimiento libertario; y en tal caso, en qué grado, y de qué tipo. Pero, al contrario, si como indica el texto de DMF, la conducta de la CNT-FAI estaba tan -y del mismo modo- contaminada de corrupción como en el resto de grupos, entonces esta generalización de la corrupción supone la indistinción del nacionalismo catalán, lo que está contra nuestra tesis de su específico y propio fuerte sesgo corruptor de lo público, contra el fet diferencial.

La afirmación de DMF de que “los catalanismos descubrieron… su vocación estatista” es, pues, otra declaración torcida, que opera en segunda vuelta sobre sí misma. Fuera de esas disipaciones que se hacen en el texto, en verdad, el ¡”catalanismo”! que “descubrió su vocación estatista” sólo sería  el atribuido al movimiento anarcosindicalista (el cual, además, lo que va a descubrir no es su “vocación estatista”, sino la “necesidad estatista” para poder actuar). Pues, fuera de la CNT-FAI, en todos los demás (POUM, PSUC, ERC, Estat Català,…) no habría descubrimiento de vocación estatista, la cual era una obviedad además de un énfasis. (El caso del POUM, que hizo una aportación marxista-leninista importante para la doctrina catalanista, merecería una consideración específica en otro lugar).

En el fondo, la cuestión del poder en el movimiento CNT-FAI correspondía al mantenimiento de un frente revolucionario y de guerra al mismo tiempo y a la vez un compromiso estratégico con la llamada ‘unidad antifascista’ republicana. El autor de El leviatán catalán no traza las diferencias en las motivaciones de la involucración de la CNT en el aparato del estado catalán (para intentar controlarlo, dentro una deconstrucción revolucionaria del estado republicano; todo sin éxito, y acabando en el fracaso de no poder neutralizar una contrarrevolución). En esta compleja situación, la CNT-FAI realiza (con cierta inconsciencia, pero de facto) una transformación ideológica. En esta realidad de convulsión revolucionaria, la actitud ambigua o equívoca, y de duplicidad táctica y orgánica, daba manifestación a una conducta cuyos efectos pueden dar pie al análisis que hace el autor de que la CNT multiplicó todavía más el aparato estatal.

En consonancia, sobre todos los protagonistas de la obra deriva una unanimidad sobre el carácter de sus acciones: todos los actores políticos descubren su vocación estatista, así lo llama DMF. ¿Qué es esta ‘vocación estatista’, que va a identificar en un mismo nivel a los actores de la obra? ¿Hay diferentes ‘vocaciones estatistas’? ¿Todas ellas obedecen, sin discriminación, al mismo patrón de móviles?

Este último planteamiento es el abogado por DMF en una exposición de apariencia descuidada al respecto, pero con orientado interés por involucrar en la misma sopa a un elemento extraño al catalanismo como era el del (¡charnego!) anarcosindicalismo. Por ejemplo, ¿cuál es la motivación de ERC en el “descubrimiento de su vocación estatista”? ¿Se trata de un ‘descubrimiento’ o de una vocación originaria? ¿En qué programa y en qué tipo de voluntad es insertable su estatismo natural? Sin duda no se trata de actitudes como la señalada del ‘obrerismo radical’, no corresponde a la ‘venganza de clase’, no corresponde a la cuestión de la toma del poder justificada para sostener un proceso revolucionario ante un pleno de adversarios y oponentes. En su investigación, los datos ofrecidos por DMF quedan desinformados de su naturaleza, al estar derramados en una operación de ‘generalización’ (o “socialización”) que el historiador lleva a cabo con la corrupción.

¿El catalanismo padece la corrupción de lo público como una desviación que en algún grado puede contener todo movimiento político en el poder, como una inclinación? O bien, de modo diferencial, ¿es la corrupción de lo público un rasgo ínsito al catalanismo? Esto es: ¿tendría una causa específica, propia, entre las diversas causas y tipos de corrupción, de modo que catalanismo y corrupción van intrínsecamente ligados?

La exposición de DMF va licuando la condición genética del nacionalismo sui generis catalán; su presentación histórica acaba por evaporar aquella germinal singularidad de la que emana la corrupción como natural a su seno. En contra de la tesis de DMF, si excluimos a la CNT-FAI, cuyas motivaciones y objetivos diferían en su latido de los demás partidos políticos de la zona republicana catalana, debemos todavía preguntarnos: ¿es la actitud del catalanismo, en cuanto su predisposición a tomar la administración pública en beneficio propio, todavía distinguible de la que tenían al respecto el resto de fuerzas republicanas españolas del Estado republicano (español)? ¿O bien, por el contrario, fue quizás el cambio de régimen monárquico al de la II República española una expectativa de los partidos republicanos y de oportunidad para las clases medias de ocupación de sueldos públicos? (“La lucha por los empleos públicos estaba en la base de las movilizaciones de la oposición a Primo de Rivera y a la misma Monarquía Alfonsina” (p.24)). En este contexto, el caso de la administración de Cataluña sería indistinguible del Estado en el resto de España  y de los partidos de ámbito más nacional

La condición parasitaria del catalanismo

En cambio, para nosotros, hay “hecho diferencial catalán” de la corrupción política frente al resto de la española, y consiste en el papel preponderante que en Cataluña tiene el nacionalismo catalán; que está constituido por unas particularidades esenciales propias a su naturaleza, y que no tienen porqué darse en otros nacionalismos. Los trazos de esta singularidad del catalanismo -en particular, su condición parasitaria- lo predisponen en la orientación consecuente con una concepción corrupta de lo público. Esta propensión corruptora es una esencia endémica del nacionalismo catalán, una consecuencia de su base argumentativa constitutiva.

La historia original del nacionalismo catalán es inseparable de la hegemonía de la burguesía catalana, que construye los móviles del movimiento en sintonía con sus intereses. La promoción y consolidación de constante auge económico en Cataluña abarca décadas de favoritismo por los Borbones, y se dispara en la dictadura franquista, cuando muchas zonas de España van a sufrir una definitiva vaciedad como sociedades en favor de la emigración masiva de sus poblaciones hacia Cataluña.

El victimismo del catalanismo se gesta (después del tiempo del beneficio en el comercio con las Indias y en el de esclavos) en la reclamación, por esa burguesía catalana en Madrid, de un proteccionismo que, perjudicando la lana y el trigo castellanos, empobrecerá a Castilla, en favor de una obsoleta industria textil. Este esquema catalanista, de impostura victimista y parasitaria relación con la Nación española, corresponde al núcleo simple de los parámetros burgueses, según los cuales ellos no roban a la sociedad, sino que son los demás los que siempre están pretendiendo robar a los burgueses, a los propietarios. Este impúdico contenido de usurpación-agravio es el mismo que, una vez el nacionalismo abarca a una más amplia extensión social, puede quedar traducido para esa amplia masa social bajo el esquema nacionalista de pensamiento en expresiones del lenguaje totémico como aquella de “España nos roba”.

Como mostración de la inspiración que da carácter al nacionalismo catalán, invito al lector a seguir el juego que me he permitido sirviéndome de la siguiente cita, en donde he introducido cambios que aparecen en MAYÚSCULAS (seguidos de inmediato de la palabra original substituida, en cursiva y entre paréntesis). La cita corresponde al texto de Jean-Paul Sartre, Reflexiones sobre la cuestión judía (Buenos Aires, Sur, 1948, p.23):

“Por otra parte, muchos HISPANÓFABOS (antisemitas) -la mayoría, quizá- pertenecen a la EXTENSA MASA MEDIA SOCIAL CATALANISTA (pequeña burguesía urbana); (……..). Pero es precisamente irguiéndose contra ESPAÑA (el judío) como adquieren de súbito conciencia de ser propietarios: al representarse al ESPAÑOL (israelita) como ladrón, se colocan en la envidiable posición de las personas que podrían ser robadas; puesto que ESPAÑA, Y LOS ESPAÑOLES, (el judío) quiere sustraerles CATALUNYA (Francia), es que CATALUNYA (Francia) les pertenece. Por eso han escogido LA CONDICIÓN DE ANTIESPAÑOLES O DE INDEPENDENTISTAS (el antisemitismo) como un medio de realizar su calidad de propietarios“.

Por eso, en el sucesivo traspaso del nacionalismo a más sectores de la sociedad que los más reducidos de algunos estamentos burgueses, estas nuevas capas degluten y arrojan la tradicional ‘usurpación’, que conforma la ideología catalanista en la característica de su armazón. Si frente al ‘exterior’, el ‘España nos roba’, ‘el expolio’, retoma el poder de relación transmutado del estrato burgués originario, con su forma cínica de apropiación, cabe, en dirección al frente interno, en el interior del territorio catalán, una similar proyección usurpatoria. Y así: los catalanes no-nacionalistas no representan a Cataluña, pues no son la Nación. Esto constituye, en verdad, un robo hecho sobre esos ciudadanos por el nacionalismo catalán, que quedan desaparecidos, en cuanto, a su vez, Cataluña (es decir, la Nación) es el nacionalismo.  Quien no sea nacionalista (es decir, quien no considera que Cataluña sea una Nación) (a) no representa, en modo alguno, a Cataluña, y (b) “Cataluña” (la nacionalista) no le representa, o bien “usurpa” su representación. El nacionalismo -que no representa al no-nacionalista- sin embargo, es todo: lo que excluye de la existencia político-social al no-nacionalista.

Este derecho de representación (que es una usurpación de la representación de los catalanes no-catalanistas, por su exclusión como tales) excluyente en la trama de lo público, es también un hecho de ocupación como apropiación particular, privada (por el nacionalismo)  de lo público, de lo comunitario. Desde las características genéticas de la misma ideología nacionalista catalana, la institucionalidad de la Nación catalana es algo a detentar por los auténticos catalanes: los nacionalistas. Pero, además, las instituciones son de su propiedad, para su uso y beneficio propio y particular; porque, en su condición de nacionalistas (¡víctimas!) tienen entonces -como catalanes verdaderos- su condición de status, de autenticidad, de legítimos propietarios de todo, de lo público, pues son la “nación”. (Consumación del privilegio, que ya es usurpación).

El nacionalismo catalán contiene en el núcleo de su constitución un latido que bombea el circuito corruptor como el aire que respira. La apropiación por la Lliga (de la Mancomunitat pre-republicana) y después, sobre todo, por ERC (de la Generalitat) no es sólo atribuible a la época, sólo explicable como una condición generalizada del momento histórico. Bajo el catalanismo, el sistema administrativo-político en Cataluña es sede de una corrupción estructural (que se proyecta sobre la vida social catalana y en circuito de retroalimentación). El pujolismo -y su corrupción también- sólo es un caso específico, particular, de catalanismo y de su corrupción congénita.

La corrupción catalanista emana del pulso nacionalista, el cual es sui géneris en su base constructiva, y que por razón de esta misma condición tiene en la corrupción su formato de encarnación. Esa condición genética es propiamente una idea que lo conforma -y lo nutre- de acuerdo con su sesgo parasitario.

Octubre de 2020.

José Manuel Pérez García

Doctor en Filosofía. Miembro de la Junta de Alternativa Ciudadana

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