Artículo de Vicente Serrano, publicado en El Mundo.
Cuando el franquismo daba sus últimos estertores se confirmaba que los 40 años de dictadura fueron un fracaso: los franquistas eran pocos y aquí en Cataluña eran los trabajadores (mayoritariamente castellanohablantes) los que salían a la calle gritando «llibertat, amnistia i estatut d’autonomia».
Aquellos trabajadores entendían que el proyecto franquista de marginación de la cultura catalana era inadmisible, y es por eso por lo que pedían «el català a l’escola»: porque entendían perfectamente que los niños de familias catalanohablantes tenían derecho a estudiar en su lengua y, especialmente, a aprender en ella a leer y a escribir (lo que se llamaría ahora la adquisición de las competencias en lecto-escritura). Con ello, sin embargo, aquellos trabajadores aragoneses, andaluces, murcianos o extremeños que habían venido a vivir y a trabajar en Cataluña, y como catalanes de pleno derecho, no estaban renunciando a su propia lengua -el español o castellano, lengua común de todos los españoles-, ni aceptaban la exclusión de esta en ninguno de sus ámbitos.
Aprender el catalán no implicaba dejar de aprender el español, ni aprender en catalán debía implicar que el español debiera quedar relegado a la esfera doméstica, sino que ambas debían ser lenguas de transmisión de conocimiento y cultura, lenguas en las que poder vivir y convivir plenamente. ¡Claro que sí! Es decir, querían lo que el Constitucional luego denominó Sistema Escolar de Conjunción Lingüística, y que otros hemos denominado de Bilingüismo Aditivo.
Ahora, tras 40 años de nacional-secesionismo gobernando en la Comunidad Autónoma de Cataluña, estamos viviendo el fracaso de un modelo muy similar al franquista en su concepción y en su implementación: el Sistema Escolar de Sumersión Lingüística, mal llamado de Inmersión Lingüística. Ambos usaban la lengua en un proceso de aculturación para intentar crear súbditos acríticos, nacional-católicos en el franquismo y nacional-catalanistas con el pujolismo y sus secuelas.
El fracaso está servido a pesar del empeño de PSOE y PP de pactar desde principios de los años 80 con el nacionalismo el reparto del poder territorial en España. «Tú apoyas mi gobierno y yo te dejo hacer lo que quieras en tu parcela». Lo que ha venido luego, ya se sabe… de aquellos polvos estos lodos. Todos lo sabían, pero la visión cortoplacista y los sillones tiraban más. Que ahora Casado se rompa las vestiduras sobre si a los niños se les permite hacer pipí solo cuando lo piden en catalán es pose interesada y momentánea… Eso ya ocurría con Aznar y con Rajoy, y siempre callaron. Y, además, eso solo es la parte visible de iceberg: la zona sumergida siempre es más difícil de ver.
40 años de inmersión lingüística y ahora han descubierto que el sistema genera rechazo en los jóvenes. Su incompetencia es tal que, en vez de analizar y buscar las causas, practican aquello tan español de mantenella y no enmendalla.
Fracasó el franquismo y ha fracasado el nacional-catalanismo: la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y la no admisión del recurso de la Generalitat por el Tribunal Supremo convierten en obligado cumplimiento para todas las escuelas de Cataluña el realizar los proyectos de centro garantizando que haya un mínimo del 25% de castellano, y también de catalán. Y además, la cosa no se soluciona añadiendo una clase semanal en español, sino que dependerán del entorno sociológico de la escuela y de las necesidades pedagógicas de los alumnos los porcentajes de una u otra lengua. Y ello no es algo que deban reclamar los padres, a no ser que los claustros y los directores de los colegios incumplan la ley -las sentencias judiciales son interpretaciones de la ley y, por tanto, de obligado cumplimiento-: En un estado de Derecho como el nuestro el delito es punible, y más grave, si cabe, en quienes tienen responsabilidades públicas: sean directores, profesores o cargos públicos.
En realidad, el TSJC es bastante laxo: establecer un mínimo del 25% parece poco, tanto para el castellano como para el catalán. Lo ideal sería 40/40/20, es decir, un 40% en español, otro tanto en catalán y un 20% en lengua extrajera. Si se quiere dar flexibilidad, una cierta autonomía a los centros, podríamos establecer un mínimo del 35% y un máximo del 45% para ambas lenguas, reservando a la lengua extranjera entre un 10% y un 30%. Respetando, eso sí, que la primera lectoescritura se adquiera en la lengua que la familia considere como su lengua propia, de entre las dos oficiales (ahí tiene sentido lo del 75%), e incluso abriendo la posibilidad de que esa primera lectoescritura pudiera adquirirse en otra lengua, si se diera el caso de una presencia porcentualmente importante, en el centro educativo, de alumnos que tuviesen como lengua familiar otra lengua diferente a las dos lenguas oficiales. Esto es, lo defendido por Alternativa Ciudadana Progresista como Bilingüismo Aditivo y por AIREs – La Izquierda en su Programa Politico
señalizar a los «malos catalanes». Solo hay que asistir a la Meridiana a criticar a los de Meridiana Resisteix (de la franquicia de ANC) para ver cómo te señalan como «fascista español», cual si de ultracuerpos invadidos se trataran.
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