Artículo de Juan Antonio Rodríguez, miembro de ACP.
Hace unos días que Manolo Monereo publicó un excelente artículo titulado “Contra la resignación” en el diario “Público” Contra la resignación – Otras miradas (publico.es), que da pie para reflexionar sobre algunas cuestiones y propuestas.
No hay ninguna duda de que Manolo Monereo es un referente para la izquierda y una de las mentes políticas privilegiadas con una difícilmente igualable capacidad de análisis de la realidad, no solo hoy sino desde hace muchos años, que son los que está toreando en esta plaza y que en este artículo vuelve a hacer gala de ella. Sin embargo, en su propuesta final hay un par de cuestiones que pueden interpretarse que forman parte del problema, por lo que no pueden ser parte de la solución.
Respecto a Unidas Podemos
Recomienda edificar una alternativa democrática y popular a partir de las fuerzas que están en Unidas Podemos.
Sin poner en duda de que dentro de estas formaciones hay personas con gran formación, valía y capacidad para construir esa alternativa, no es menos cierto que algunas de las cuestiones que éstos han apoyado, plasmado y desarrollado en el Gobierno y fuera de él, han sido propuestas contrarias a la igualdad de los ciudadanos o a los intereses de los trabajadores y a las muchas y grandes esperanzas que amplios sectores ciudadanos teníamos puestas en ellos.
Como ejemplo: La “derogación” de las reformas laborales quedan en unos retoques que se presentan como un hito de “progreso histórico”. De las, inicialmente, asumidas reivindicaciones de los pensionistas, se olvidan del IPC real y se aplica el IPC medio insistiendo que es éste el que mantiene el poder adquisitivo, y se abre la puerta a la privatización de las pensiones. Y frente a la igualdad, con ministerio incluido, se ha optado por la excepción, por resaltar lo diferente, lo individual. Se predica la necesidad de combatir el individualismo que promueve el neoliberalismo, pero sirven dos tazas.
Respecto a “nacionalidades”
Yendo en la dirección contraria a la que se debiera ir, frente al concepto de nación política en la que son los ciudadanos los sujetos titulares de iguales derechos y obligaciones, nación que da cabida a todos sus ciudadanos por muy distintos que sean y nación que es a la vez patrimonio de todos los españoles, la izquierda “oficial” se decanta y asume la acepción de nacionalidad entendida tal como la patrocinan los nacionalismos periféricos o localistas.
Se trata de la nación esencialista a la que se le atribuye un “Espíritu Nacional”, a la que se le deben reconocer unos derechos inmutables, como si hubiesen existido siempre, que han de prevalecer por encima cualquier circunstancia y son ajenos a cualquier devenir de la historia y del tiempo. Donde son sus pobladores (que no ciudadanos, ya que sus derechos se supeditan a los de esa “nación”) los que tienen la obligación de ceñirse, someterse y perpetuar tales condiciones y características a través de los tiempos.
Estos nacionalismos pretenden dar validez a los planteamientos de crear múltiples “naciones”, que sirven para dividir los Estados, empequeñeciéndolos y limitando su capacidad de defender los intereses económicos y sociales de los ciudadanos, de condicionar las imposiciones del “mercado” o de resistirse a los intereses de los poderosos capitales financieros y especulativos, ávidos por liberarse de cualquier condicionamiento democrático de éstos.
Naciones que, por definición, son identitarias, uniformes y excluyentes. Aquí en España se basan en anacrónicos privilegios históricos o prebendas Reales, que buscan consagrar los desequilibrios regionales heredados y durante muchos años fomentados por las burguesías locales, gracias al proteccionismo franquista.
Son naciones en nombre de las se justifican golpes de estado o derechos para establecer fronteras, en las que se utilizan los idiomas como elementos discriminadores excluyentes al carecer de otros como la raza, el color de piel o la religión y donde el sistema educativo se manipula igual que en las mejores épocas franquistas, antes con la Formación del Espíritu Nacional (FEN) y los Principios Fundamentales del Movimiento, ahora para fomentar la perfecta e idílica “Construcción Nacional”, que en definitiva y resumiendo, no es más que el rechazo y aversión sin disimulo a todo lo español, aunque se sea objetivamente parte consustancial de esa realidad.
Con ellos
A pesar de todo, sí debe hacerse con ellos, por supuesto que debe hacerse con ellos y con otros muchos, pero no con algunos de sus planteamientos contrarios a los intereses de clase o simplemente de la ciudadanía.
Es importante que los planteamientos en que se fundamente el desarrollo y avance de nuestra sociedad se basen en una ética humanista de inspiración republicana:
La unidad de los ciudadanos y el fortalecimiento democrático de instituciones y sociedad.
La igualdad de éstos y en defensa de sus derechos civiles, algunos ya perdidos a pesar de su reconocimiento en la Constitución u otras leyes.
La justicia, además de la legal que persiga el bien común, la justicia redistributiva que amortigüe los desequilibrios en los que estamos instalados y evite el permanente, sistemático y legal expolio que los poderosos y los grandes capitales infligen al resto de la sociedad.
La lealtad y honradez, tanto institucional como personal en el desempeño de la función y gestión pública.
Y la solidaridad allá donde no llegan las estructuras organizadas de los Estados y sea necesario y urgente atender.
Estos planteamientos, y otros no citados, deben perseguirse y es necesario intentar ponerlos en marcha lo antes posible, independientemente de la forma que tenga la Jefatura del Estado, ya que ésta no debe distraernos, de las cuestiones importantes y de fondo.
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