Abdicar de todas las causas para centrarnos en la crisis no nos va a hacer menos pobres, sino tan sólo más miserables
El otro día le oí decir a alguien: “¿Y qué fue del cambio climático? Ya nadie habla de eso”. Cierto. Y no solo del cambio climático: por ejemplo, ¿qué fue del debate sobre la energía nuclear tras el ataque de pánico cuando Fukushima? ¿O de la hambruna del Cuerno de África? Quiero decir que estamos amorrados a la crisis y no somos capaces de prestar atención a nada más. Incluso los temas que parecen salirse de este duelo obsesivo por lo perdido, como el independentismo de Cataluña, al final se reducen a lo mismo: creen que así se escapan de la crisis.
Sé bien que esta sociedad está sufriendo mucho, pero pienso que hay que hacer un esfuerzo por recordar que el mundo sigue ahí, más grande y más complejo que nuestros miedos. Me revienta esa cantinela a la que muchos se aferran para justificar su pasividad: “Con la que está cayendo, ¿cómo vamos a preocuparnos de la miseria en África, de la situación de las mujeres afganas, de los emigrantes, del bienestar de los animales, de los derechos de los presos (que algo malo hicieron), de…?”. Pero yo creo que abdicar de todas las causas no nos va a hacer menos pobres, sino tan solo más miserables. Habrá que esforzarse, porque no podemos abandonarlo todo. Por ejemplo, olvidarse del hambre en el mundo es una indecencia. Una de cada ocho personas del planeta corre el riesgo de morir de hambre: en total, 900 millones, la mayoría mujeres y niñas. Una tragedia indigna y evitable: producimos suficientes alimentos. En Navidades, mientras te atiborres de comilonas, acuérdate de tu vecino de escalera, que quizá este año lo esté pasando fatal. Pero piensa también en los otros vecinos de la Tierra. Entra en la campaña de Intermón Oxfam: por solo dos euros, alimentarás a una persona durante una semana en Sahel: http://www.intermonoxfam.org/es/mesapara7000millones/que-es-la-mesa.
Rosa Montero
El País (11.12.2012)
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