El único número apreciable que existe es el Gordo de la lotería, y ello por gordo, no por número
Para hacer frente a la crisis económica, que galopa cual caballo desbocado con las crines al viento, propongo una solución definitiva: prohibir la difusión de estadísticas. No sería la primera vez que se hiciera algo así.
Hace algún tiempo una ministra de la Vivienda prohibió las relacionadas con el precio de los pisos y los chalés de la sierra, aunque luego la obligaron a rectificar y tuvo que hacer de nuevo la luz donde ella había querido mantener la incertidumbre.
Sin embargo, yo, probablemente en solitario y contra viento y marea, defiendo la prohibición y utilizo para ello la única arma de la que dispongo: mi humilde pluma. ¿Por qué? Porque sería muestra de buen gusto, de refinado sentido de la estética. Se equivoca quien piensa que una medida de esta naturaleza supone aceptar la oscuridad informativa o la censura. No es así. Aunque la censura la defendió Miguel Mihura, porque gracias a ella, en su tiempo, pudo conocer a varios obispos, una relación social ésta que, en otras circunstancias, nunca hubiera podido disfrutar. Ahora se trata de otro asunto. Somos enemigos de la estadística quienes tenemos un elevado canon de belleza, es decir, quienes sabemos que la estadística no es más que un empacho de números y una exageración deforme de la tabla de multiplicar. La borrachera de los guarismos. Como existía la borrachera de anís antes de que se descubriera el güisqui con hielo.
Porque quienes somos lectores sabemos que existen las «bellas letras» pero que no existen los «bellos números», y sabemos además que los números son los huesos que nos encontramos en el guiso de un relato, por eso los evitan quienes tienen sentido literario y cuando se ven obligados a incorporarlos lo hacen con todo tipo de miramientos y como pidiendo excusas. Véase el caso de los más excelsos en el manejo de la lengua: los poetas. ¿Alguien ha visto alguna vez un poema que incorpore el cociente de dividir una cifra por otra? ¿Alguien ha leído alguna vez un soneto dedicado a la raíz cuadrada? Ni siquiera el número imaginario, que podía haber suscitado la curiosidad creadora de un vate, ha sido objeto de atención en los poemarios. Y es que hay determinadas ordinarieces que se evitan como se evita proferir una cochinada en medio de un banquete de primera comunión.
Se dice en tono admirativo de una persona que es «hombre (o mujer) de letras». Pero ¿alguien se ufana de tener un amigo que es «hombre de números»? Nadie, y si lo tiene, se lo calla y lo lleva con el padecimiento que es propio de las situaciones que nos laceran y humillan. De un señor que perpetra un escándalo o alguna otra acción extravagante se dice que «ha montado un número», no que «ha montado una letra».
En estos meses fríos del invierno, cuando hasta el oso de largas garras se esconde en sus acogedoras guaridas, tomamos una sopa calentita de letras, pero ¿alguien en sus cabales toma una sopa de números? Admítase que éstos, los números, sólo sirven para las matrículas de los coches y para identificar el teléfono, y hoy, gracias a la técnica, los tenemos memorizados y archivados en nuestros aparatos móviles, con lo que evitamos el amargo trago de marcarlos. Los velamos y los alejamos de nuestra cotidianidad como se procura velar todo aquello que es repelente. De los números se debe hablar solo en cuchicheo, como se habla en misa, porque tienen alma de hipoteca, de deuda, el aliento despiadado de los saldos pasivos. Borges decía que la democracia era un abuso de la estadística. Pero no es así, es la estadística misma el abuso y no estaría de más que la declararan arma blanca y la incluyeran entre los trebejos propios para delinquir. Y se diría: «Mató a su amante con la estadística de sus infidelidades».
Defiendo, pues, la prohibición de difundir estadísticas. Sabemos de su existencia, sabemos de las malas noticias que alimentan, por eso propongo que sólo las conozcan quienes se entretienen con ellas y cometen la grosería de confeccionarlas. Que sean ellos quienes las aprovechen en solitario, con estoicismo, con la entereza de un anacoreta que se aísla en el desierto, en este caso en el desierto cegador e inclemente de sus números y de sus medias ponderadas. Conseguir este deseo es contribuir a hacer más bella la vida, sabedores como somos todos de que el único número apreciable que existe es el del Gordo de la lotería, y ello por gordo, no por número.
Francisco Sosa Wagner, Catedrático de Derecho Administrativo.
ine.es (10.01.2009)