Desde el sistema y especialmente en su actual fase, no cabe esperar absolutamente nada
Para las organizaciones de izquierda y las que postulan un nuevo horizonte para la Humanidad, el modelo no puede consistir en corregir los errores del actual
Desde la posición del señor Fainé, está clarísimo que la salida de la crisis (si es que ésta tiene salida) se hará bajo el esquema clásico del capitalismo ya comentado por Marx y Engels. La crisis destruye una ingente cantidad de bienes de producción, se cierran empresas, se despiden trabajadores y se va recomponiendo el aparato productivo que ya quedaba obsoleto tras la crisis de sobreproducción.
Independientemente de que la actual crisis tiene una serie de características que le confieren un evidente marco de fin de una civilización, está claro que la hipotética salida de la crisis está contemplada bajo los parámetros clásicos ya conocidos. El futuro ya lo conocemos: tasas de paro elevadísimas, precariedad, desestructuración, marginación, fin del Estado del Bienestar (por mucho que en España dicho Estado haya sido un pálido reflejo del modelo europeo) y destrucción total de las conquistas que los trabajadores y sus organizaciones políticas y sindicales habían conseguido en dos siglos de lucha.
Este futuro dantesco obedece a la lógica inexorable de un modelo que admite reconsideración, reestructuración o corrección mientras el modelo sea el que es. Quiero decir que no podemos aspirar a reconducir la situación a unas cotas de derechos laborales y humanos mientras el vigente orden económico, social y moral sea este. Y reitero mi afirmación; desde el sistema y especialmente en su actual fase, no cabe esperar absolutamente nada. Y es que además de que no quiera es que no puede. La lógica infernal del crecimiento sostenido, la competitividad y el dominio de los mercados es incompatible con los Derechos Humanos.
Estas afirmaciones conllevan una conclusión que a fuer de realista es dolorosamente perturbadora. La lucha contra las agresiones del sistema no puede tener como objetivo central y único obtener de él cambios, giros o concesiones que cambien sustantivamente la situación. No niego que las movilizaciones para intentar llegar a resultados analgésicos y paliativos siguen siendo necesarias pero, en absoluto definitivas, curativas. En consecuencia no cabe una acción política o sindical que centre su estrategia en conseguir una mayor parte de pastel para sus componentes porque el pastel en cuestión ya no puede repartirse, no solamente por las bases destructivas social y medioambientalmente que lo sustentan, sino también por la imposibilidad de su reparto. En ese sentido, las palabras de Fainé son premonitorias y exactas.
¿Estoy afirmando que no cabe la esperanza o la concreción de un modelo de cambio en el sentido de los DDHH y la Justicia? Nada de eso. Simplemente, estoy afirmando que para las organizaciones de izquierda y las que postulan un nuevo horizonte para la Humanidad el modelo no puede consistir en corregir los errores del actual. Sería tanto como pensar que dentro del actual marco europeo caben políticas siquiera algo aproximadas a la Carta Social Europea.
Todo lo anterior nos lleva a una conclusión que debería informar estrategias, tácticas, alianzas, programas, valores, culturas y esquemas organizativos surgidos en otras épocas en las que el Welfare State parecía el desiderátum para los trabajadores.
Si la izquierda tiene la valentía de asumir que la nueva época a construir tampoco puede consistir en las dulzuras anteriores a la crisis, consumismo, derroche, agresiones al medio ambiente, corporativismo, clientelismo y alianzas objetivas con el capital cara a los mercados de terceros y a la competitividad bajo pabellón patriótico.
La nueva propuesta que se constituye en auténtica alternativa al poder debe estructurarse en contenidos definidores de una nueva visión: reparto del trabajo, vivir de otra manera para que todos y todas puedan vivir dignamente, austeridad, educación, cultura y sanidad públicas, nacionalización de la banca y de los sectores estratégicos de la economía, control de los canales de comercialización, vuelco hacia Iberoamérica y hacia el sur de Europa y unidad en función de programas, luchas y alternativas de poder.
Se me dirá que eso es incompatible con el actual modelo de construcción europea. Sí, exactamente eso.
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