Tablas de Daimiel. El oasis de La Mancha entra en la UVI

Tablas de DaimielMiguel-Ángel Barroso – La barca varada en el barro parece un resto arqueológico digno de exhibir en un museo. La vegetación medra en las grietas de la madera como símbolo del paso del tiempo que termina por tomar posesión de todas las cosas. Hace un día espléndido, primaveral, pero el sol no se refleja en la lámina de agua, simplemente porque esa lámina no existe. Más allá de la laguna de aclimatación, donde hay una representación de patos para entretener a los visitantes, y de algunas zonas encharcadas en la ruta de la Isla del Pan, las Tablas de Daimiel están secas. Mayo ha pasado de largo. Ha inundado pueblos en Cantabria y el País Vasco, desbordado el Ebro, frenado trasvases en Cataluña… pero no ha aliviado las penurias manchegas. Con todo, un diluvio no hubiera supuesto más que un parche. Ya es imposible pedir más aplazamientos. El Consejo Científico de la Unesco debatirá el próximo viernes un informe que recomienda la retirada de la calificación de Reserva de la Biosfera a La Mancha Húmeda, un oasis en el que se integran el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel y los aguazales de la Cuenca Alta del Guadiana. El documento, dirigido por Javier Viñuela, investigador del CSIC, realizado después de que Ecologistas en Acción, Greenpeace, SEO/Birdlife y WWF/Adena denunciasen a la ONU la sobreexplotación salvaje del acuífero 23, plantea retirar hasta 2015 la protección o dar un ultimátum a España con esa fecha en el horizonte. Los duelos y quebrantos están servidos. Visto el panorama, hay quien incluso pone en duda que las Tablas sean parque nacional.

Una solución definitiva
«Buscamos una reacción que acabe con décadas de dejadez», señala David Howell, responsable de Política Ambiental de la Sociedad Española de Ornitología. «La bandera son las Tablas de Daimiel, pero la situación de los sistemas lagunares de Ruidera, Pedro Muñoz, Alcázar de San Juan y otros municipios de la región también es muy preocupante. No se cumplen los criterios de conservación exigidos por la Unesco, y el Plan Especial del Alto Guadiana plantea soluciones a veinte años vista».
Cuesta trabajo imaginar cómo debió ser este territorio hace unos pocos siglos. Si a Cabañeros se lo ha comparado con el Serengeti —salvando las distancias—, La Mancha Húmeda debía ser como un delta del Okavango en miniatura: un paraíso para las aves acuáticas, el sanctasanctórum para los naturalistas y ornitólogos. «Y también para los mosquitos y el paludismo», bromea Santos Cirujano, botánico del CSIC integrado en el Grupo de Investigación del Agua. «Cuando en 1973 entró en la lista de espacios protegidos el humedal ya estaba bastante “tocado”, pero no dejaba de ser un paisaje singular que merecía atención». Cirujano lleva desde 1974 realizando estudios en la zona. En su primera visita tuvo el privilegio de dar un paseo en barca por las Tablas de Daimiel. «Entonces se podía; ahora es imposible. Los hijos de aquel barquero trabajan hoy en el parque».
Estamos ante el último reducto de un ecosistema, las tablas fluviales, formado por los desbordamientos de los ríos en sus tramos medios debido a la escasez de pendiente en el terreno. Estos aguazales eran característicos de la llanura central de la península Ibérica. «Unas cubetas que tardan millones de años en colmatarse de manera natural han sido destruidas por el hombre en apenas cuarenta años», añade Cirujano. En la década de 1950 aun había 20.000 hectáreas encharcadas en La Mancha. Ahora apenas quedan 2.000 hectáreas.
La mezcla de aguas salobres, sulfatadas, procedentes de los desbordamientos del río Cigüela, con aguas dulces, carbonatadas, aportadas por el Guadiana, es el origen de la gran diversidad biológica de las Tablas de Daimiel, cuya pirámide arranca en la vegetación sumergida, fuente nutricia para muchos inquilinos del humedal, y continúa en la masiega, el carrizo y el taray. La presencia de algunas especies de peces y mamíferos pasa inadvertida ante el festival de aves pasajeras y residentes, siempre que los tablazos estén inundados, algo que no ha sucedido muy a menudo en los últimos años. En esta época del año deberían rebosar, llegando a las mil hectáreas anegadas. En cambio alcanzan sólo las 18 hectáreas en la zona de uso público.
Los ojos ciegos del Guadiana
El enfermo vive del agua derivada del Tajo, que no anda muy sobrado, y del bombeo de recursos desde el subsuelo. «El aporte del Guadiana ha desaparecido por completo, y el Cigüela, este año, no ha llegado a entrar», se lamenta Carlos Ruiz, director del parque nacional. El Guadiana ya no nace en las lagunas de Ruidera —como estudiamos en la escuela—, desaparece como por arte de magia y resurge en los “ojos”. Ahora, según versiones optimistas, ve la luz en las propias Tablas, pero en periodos de sequía el agua surge donde el exhausto acuífero rebosa, si es que rebosa… Oficialmente el río toma consistencia en la presa del Vicario, aguas abajo de Ciudad Real. Dejó de manar por los ojos en 1986, y ya entonces se planteó la posibilidad de descatalogar el parque.
La clave está en el famoso acuífero 23, el mar subterráneo de La Mancha. Se extiende bajo una superficie superior a los 5.000 kilómetros cuadrados sobre la que se asientan cuarenta municipios de las provincias de Ciudad Real, Cuenca y Albacete. Su recarga procede de la infiltración de agua de lluvia, de las pérdidas de los ríos y de los aportes de acuíferos vecinos. El gran aljibe natural regulaba sabiamente este tesoro, descargando a través de sus aliviaderos naturales (manantiales, fuentes, ojillos… y ojos, como los del Guadiana), alimentando el extraordinario oasis de las Tablas y de las lagunas de los alrededores. El equilibrio se rompió a causa de un plan desarrollista en los últimos años del franquismo y recibió la puntilla en plena democracia, con unas administraciones (autonómica y central) que no han sabido frenar el deterioro.
Antes, la agricultura de la zona se basaba en cereales de secano, en la vid y pequeñas huertas donde llegaba el agua impulsada por las tradicionales huertas árabes. Había 25.000 hectáreas de regadío cuyos productos se utilizaban para el autoconsumo. El descubrimiento del acuífero y su percepción como «mar inagotable» provocó que, a principios de los 80, el número de hectáreas creciera hasta las 100.000. En 1989, el desembalse sobrepasó los 600 hectómetros cúbicos, el doble que la recarga media anual del acuífero. La discusión entre agricultores y ecologistas se enconó: a las voces de «o los patos o mis hijos» les respondieron otras que denunciaban la apertura de miles de pozos ilegales. La década de 1990 se inauguró con una sequía brutal que dejó Daimiel al borde del colapso. El dinero fácil que daban los cultivos de remolacha, maíz o alfalfa dio paso a una preocupante factura, y no sólo para el medio ambiente: el agotamiento del acuífero estranguló a las poblaciones que viven de él. La situación se ha repetido ahora: en los últimos años hidrológicos han caído en la zona entre 200 y 300 litros por metro cuadrado. En una temporada decente se reciben 450 litros.
Quizás la última oportunidad
Las Tablas de Daimiel se encuentran en la peor encrucijada de su historia. El viernes pueden dejar de ser Reserva de la Biosfera. Conectadas al gota a gota atisban, sin embargo, una luz al final del túnel: el Plan Especial del Alto Guadiana (PEAG) pretende invertir el destino del acuífero 23. El documento, recién aprobado, tiene como principal objetivo detener el deterioro de los cursos fluviales y humedales de la zona y recuperar sus características naturales y su funcionalidad ecológica, tomando como referencia las que tenían antes de los grandes proyectos de transformación y desecación de la década de 1970. Y conseguir, en última instancia, que se recupere la funcionalidad de los Ojos del Guadiana, de manera que afloren unas aportaciones regulares de al menos 30 hectómetros cúbicos al año a las Tablas de Daimiel. El plazo, 2015-2027, es visto con desconfianza por los ecologistas, pero técnicos como Santos Cirujano creen que una hemorragia que dura décadas no puede ser restañada de la noche a la mañana. «La solución no es largarse y echar la llave. Los parques nacionales, hoy, sólo pueden sobrevivir si son manejados por el hombre», asegura.
«No podemos arrojar la toalla», añade Carlos Ruiz, director del parque. «¿Se soluciona algo derogando la reserva, descatalogando el parque? Creo que no. Por primera vez hay un plan para reordenar el territorio. Aunque reconozco que a corto plazo es necesario meter agua en las Tablas». Una transfusión más. La salida de la UVI se antoja lejana.
ABC (9.06.2008)

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